Lunes. Leo que Nicolas Cage compró el cráneo de un Tiranosaurio Rex y después lo tuvo que devolver. Encuentro un textual. El actor dijo: “Fue algo desafortunado, porque gasté 276.000 dólares en eso. Lo compré en una subasta legítima, y descubrí que había sido extraído ilegalmente de Mongolia, y luego tuve que devolverlo. Por supuesto que debía entregarse a su país. Nunca recuperé mi dinero.” Nunca confies en un paleontólogo mongol, Nicolas, nunca.

Martes. Terminé una relectura ordenada y provechosa de Islas en el golfo. Me gustaría leerlo otra vez, siempre una vez más. Escucho la sonata de piano de Igor Stravinsky, la que escribió en 1924 y estrenó en 1925. O sea que en octubre, el momento de la composición, cumple cien años. Napo dijo en una entrevista que le hizo Mavrakis que no se podía entender a Zappa si no se había escuchado a Stravinsky, lo cual le valió un bullying muy preciso a cargo de la redacción de Revista Paco.

Miércoles. Todo lo que escribimos ya fue escrito alguna vez, sí, pero antes, no ahora. La originalidad está dada por el momento y quizás el lugar que ocupan los objetos que creamos. El tiempo, podríamos decir la historia, es aliada del arte. Lo cual, desde ya, no implica hacerse el boludo. También es verdad que si ante la ley no se puede alegar ignorancia, frente al arte, hay que fingir ciertos olvidos. En el tema de la música, ya que altamente performática, un arte irremediable del ahora y acá, esto se hace mucho más evidente. Macke me recomienda La ley de la vida, un cuento de London que no leí.

Más tarde. Hace unos días me junté con Martín Prestía y Germán Spano de la editorial Meridión que reeditaron El mito gaucho de Astrada. Les compré el libro que es muy prometedor. Astrada genera, como autor importante, una acotada cofradía de lectores.

Jueves. Compré La ribera de Wernicke, que me llegó hoy, y también un pedazo de melón en Carrefour. El melón es naranja pálido por dentro y verde con una filigrana vegetal por afuera, por eso se lo llama Melón Escrito, pero es una escritura del azar, indescifrable. Lo único que se entiende es la etiqueta, donde se lee con claridad “Melón escrito huella natur.” Siempre, podemos decir, hay una huella.

Viernes. Internet no trajo la memoria, sino la desmemoria. Al final, el Platón de Fedro tenía razón. No hay que escribir. Lo escrito se pierde. Hay algo de alivio, también, en ese mecanismo. Escribir para olvidar, para archivar, para soltar. Pero Internet parece, al mismo tiempo, en el mismo movimiento, preservar, difundir, democratizar y olvidar, acercar y alejar.