Jueves. De ayer a hoy me quedo a dormir en lo de mi madre. Duermo en la habitación de servicio y me levanto a las seis. Hoy a las siete de la mañana cargamos los libros y cajas con ropa y otros objetos en un pequeño vehículo utilitario. Llevamos todo a la nueva casa y después hacemos otro viaje con sillas y alfombras. La operación termina a las diez y media de la mañana. Sin novedad, como dicen los militares. Hoy vuelvo a la casa de mi madre para mañana repetir el movimiento con los muebles grandes.
Más tarde. Venía hablando por teléfono cerca del Parque Centenario cuando vi una enorme cantidad de libros tirados cerca de un contenedor de basura. Me acerqué. Era una biblioteca, de alrededor de cuarenta ejemplares. Empecé a separar los que estaban en mejores condiciones. Algunas ediciones habían sido forradas con papel araña escolar. Había novelas y libros de historia, ensayos… Todo sobre temas judíos. Levanté Grandes figuras del judaísmo de Erna Schlesinger, Operación Monumento de Robert M. Edsel, el Libro de los cantares de Heine, Carta al padre de Kafka, Breve historia del ghetto en Italia de Lea Sestieri, Los judios del silencio de Elie Wiesel, Breve historia de Tel Aviv de Mosche Goldstein, y algunos más. Imaginé que un viejo judío había muerto y sus hijos, indolentes, habían tirado todo. Después, ya en casa de mi madre, seguí embalando cosas y encontré un diskette de tres y medio entre floppys disc y cds, todos soportes ya fuera de uso. Me lo guardé como un recuerdo. En la etiqueta mi madre había escrito con una caligrafía pulcra: “VII Jornadas EOL, El peso de los ideales. El horror a la inocencia. Marcelo Barro. Word 5.0.” (A Barros lo leí varias veces en la web. Estoy casi seguro que esa ponencia podría muy bien adaptarse a la actualidad. El soporte se venció, pero la letra y las ideas resisten.)
Viernes. Me levanto en lo de mi madre a las siete y a las ocho empezamos a cargar un camión más grande. Los mudanceros que contrató mi madre eran tres, el jefe y conductor del camión, y dos peones. Los tres eran amables y bastante cuidadosos. Tardamos tres horas en cargar todo el camión, bajando muebles pesados desde el sexto piso a la calle, por el ascensor o la escalera. Me tocó desarmar el diván del consultorio. Lo bajé por el ascensor y cuando abrí la puerta, el portero del edificio me dijo: “Si ese colchón hablara...” La descarga en la nueva casa fue más simple. Mi madre cada tanto decía: No va a entrar, no creo que pase por la puerta, no va a ser posible, no creo que se pueda y mil otras variaciones. Cuando terminamos de descargar todo eran las dos de la tarde. Mi madre se fue a entregar el departamento que dejaba y yo le pagué al mudancero, que, en broma, me ofreció trabajo. “¿Trabajás en algo parecido?” Le dije que no. “Bueno, si necesitás trabajo en el rubro, me avisas.”
Más tarde. De vuelta en casa puse ropa a lavar, me hice unos mates y busqué en Cuevana por quinta vez Once upon a time in Hollywood. El precio de los libros se disparó y novedades que hace unas semanas salían cinco mil pesos ahora pueden llegar a los veinte mil. La industria editorial va derecho a una crisis. Bueno, creo que todo va derecho a una crisis. Una vez más, ese destino latinoamericano. Con la película de fondo, repasé los libros que había encontrado y, pese a todo, sentí una ligera felicidad de viernes a la tarde.