Base Petrel. Jueves 15 de diciembre. Me despierto tarde. A las once bajo a la costa. Una vez más saco fotos, filmo. A la hora llega David caminando desde la casa principal. Me dice que hubo novedades, que hay orden de repliegue para nosotros. Nos parece raro. Caminamos a la largo de la costa hasta que se hace la hora de almorzar y empezamos a desandar camino. Yo le digo que no tengo problema en volver. Pero no soy enfático. (En mi interior la noticia me alegraba aunque también me hace replantearme algunas cuestiones.) Él me dice que se quiere quedar. Durante el almuerzo, el teniente general Sakamoto nos dice que a las tres y media nos viene a buscar el helicóptero.
David empieza a llamar a sus contactos. A las dos, Aguirre nos dice que juntemos nuestras cosas y fuéramos al hangar. Me puse a ordenar mi bolso y David también. Cuando ya estábamos por salir, el teniente coronel Sakamoto me dice que me repliego yo y que David se queda. Para mí está bien. Vamos al hangar en uno de los camiones. Llegó el helicóptero. Esta vez uno solo. Carga combustible, me despido y despegamos. Apenas salimos, uno de los mecánicos saca el mate.
Desde el aire, los témpanos se ven mejor, se ve la parte sumergida que toma un color más intenso, casi turquesa. En un momento, el helicóptero gira primero hacia la izquierda dando grandes vueltas y recién unos minutos después me doy cuenta de que volábamos alrededor de una o varias ballenas que yo no veía porque iba en asiento del medio. Después fue igual para la derecha. No me mareaba. Al contrario, disfruté más la maniobra que la muy remota, casi imposible, posibilidad de fotografiar a una ballena. Era imposible fotografiar con un mínimo de calidad nada desde esa altura. Después bajamos en la isla de Cockburn. Se veían unos acantilados y el piso donde se posó el helicóptero eran de piedras grandes, negras y marrones. Bajamos, caminamos, sacamos una fotos y volvimos a despegar.
En Marambio, el helicóptero aterrizó y paró motores muy cerca del hangar. Me esperaba con la campera naranja un infante de marina muy joven. Me recibió, me ayudó con mi bolso y me llevó a ver al comandante Damián Risso a su oficina. Ya tengo mi lugar en el vuelo del 27, siempre teniendo en cuenta las diferentes demoras. Después el infante me llevó a mi habitación. La luz del techo iluminada blanca, quirúrgica. La habitación es grande y está desordenada. Arriba del escritorio había una caja de polvo para lavar la ropa, una paleta de ping pong y una naranja.
Respondo mensajes en la sala de estar de la base, viendo el mar en el horizonte. En un momento entra un cabo y me invita a una clase de bachata que se va a dar a las siete. Le agradezco. Esto sí que es bailar en el fin del mundo.
Llego al comedor puntual pero la cena se demora hasta las ocho y media. De casualidad, me siento en una mesa con los pilotos del escuadrón Skua. Son los que me llevaron y me fueron a buscar a Petrel. La diferencia con el Ejército es muy grande. A ellos, Petrel les parece una isla colonizada por náufragos. Me cuentan que dos de los pilotos vuelven en el vuelo de fin de año porque en febrero tienen que irse a Chipre.
– ¿Que es lo más dificil de volar un Bell 212?
– ¿En la Antártida? El clima.
– ¿Y fuera de la Antártida?
– Nada.
Viernes 15 de diciembre. Cada base tiene su idiosincracia. No hay dos bases iguales y Petrel y Marambio quizás sean las más diferentes de todas. Marambio es una base antigua, consolidada. La Fuerza Aérea que la fundó y la maneja es muy diferente al Ejército. Pese a las continuas innovaciones que se ven, en Marambio la impronta de todos los espacios, comunes y privados, remite al funcionalismo de los años 70. Por lo tanto es difícil esconder un ligero aire soviético. Ventanas pequeñas, poca luz natural, mucha gente. Marambio también es un base de paso, una terminal aérea, un aeropuerto militar. En verano, su temporada alta, nunca se termina de conocer a todos sus habitantes. En el comedor hay mesa de ping-pong y un pool. En un rincón se armó el arbolito, con un papa noel y tres renos dorados.