Martes 14 de noviembre. Rio Gallegos. El vuelo está programado para las ocho. La cita para el desayuno es a las seis. El coronel y los ingenieros se levantan a las cinco. Me parece una exageración. Quiero seguir durmiendo pero la luz y el ruido no me dejan. La mayor parte de los pasajeros van a Marambio por el día. Viajan, están algunas horas, visitan la base y vuelven en el mismo avión que los llevó. Nosotros seguimos viaje.
¿Hasta dónde van?
Petrel se está construyendo.
¿Cuando vuelven?
Primero tenemos que llegar.
La Fuerza Aérea es la manera más rápida de llegar tarde.
Pasadas las siete, salimos todos de los alojamientos de la brigada aérea caminando hacia el aeropuerto, todos con las excelentes camperas naranjas que nos dio la Dirección Nacional del Antártico. Esperamos para subir al Hércules. Y pasadas las siete y media nos dicen que volvamos al alojamiento. Al parecer se rompió una manguera de líquido hidráulico. Los repuestos van a llegar de Buenos Aires al mediodía.
–No es tan terrible –dice el coronel–. Yo estuve cuatro meses para salir de Irak.
Ya de vuelta en el comedor de la brigada, una de las pasajeras le tira las cartas a otra usando una baraja española.
A las cuatro de la tarde llega el repuesto. A las seis, el Hércules está en funciones. La partida se fija a las cuatro de la mañana, el horario de embarque a las tres.
Miércoles 15 de noviembre. Cuatro de la mañana. Subimos al Hércules con la seriedad del sueño. Aunque es imposible recostarse, me duermo sentado y sueño con una máquina que hace el ruido insoportable del avión. Hacia las siete y siete y media de la mañana aterrizamos. En Marambio no hay nieve. Bajamos a un paisaje prehistórico y árido. Tampoco hace frío. Dos o tres grados bajo cero. Nos llevan hasta el comedor donde la autoridades de la base reciben a los que llegaron y se desayuna.
¿Primera vez en la Antártida?
No, segunda. Estuve en el verano en Carlini.
¿Cómo estuvo el viaje?
Muy largo.
Me decepciona que no haya nieve en la pista y en la base. En marzo, el Hércules abrió la puerta de atrás y lo que se vio fue un campo nevado. Parecía una pista de esquí y el cielo estaba azul. El verano se terminaba.
Mientras se hace una entrega de diplomas, nos vienen a buscar.
¿Quienes son los que van a Petrel?
Nuestro equipaje nos espera en la sala de la pista.
Llega un teniente de la fuerza aérea y nos pone dos chalecos salvavidas amarillos.
No los vamos a usar.
Espero que no.
Pero hay que estar preparados.
Desde el hangar que está cerca de la costa llega un Bell 212 y aterriza para tomar carga y combustible. Las aspas levantan mucha tierra suelta. Cuando despega llega el segundo helicóptero. Siempre viajan en pares por si alguno tiene un problema. Subimos desde la izquierda. Adentro el espacio es muy reducido. El mar es de un azul oscuro y se ven hielos y témpanos de muchas formas. Me gustan los cascos que usan los pilotos. Son las once de la mañana. El cielo está despejado. Treinta minutos después aterrizamos en Base Petrel.