Martes. Llegó la biblioteca. Como todo lo que se compra por internet, es más chica de lo que parecía. Para mis libros necesito al menos cinco más así. Pero no me desagrada. ¿Por qué escribimos? Es una buena pregunta. ¿Por qué, como especie, nos dedicamos a escribir? Hay una necesidad de comunicación. Pero ¿por qué escribimos libros? Cuando los robots puedan escribir por nosotros, igual vamos a seguir escribiendo. Y cuando nuestra especie se extinga, porque la muerte es una garantía para todo y para todos, los que queden, humanoides, androides, zombies o cyborgs, van a seguir escribiendo.
Miércoles. Escribir no es lo contrario de leer. Escribir no es lo contrario de vivir. Escribir es lo contrario de hablar. Por eso los zombies van a escribir cartas de amor digitales y nunca novelas de aventuras irónicas.
Más tarde. Ordeno mis libros de Montaigne. Las diferentes ediciones, los ensayos sobre él, de Gide y de Martinez Estrada, y las biografías que tengo. En un punto, es el único escritor que me interesa.
Jueves. Me gustaría escribir biografías. Voy pensando las virtudes y defectos de algunos biografiados posibles. Me armo una galería de personajes. De algunos sé mucho pero no me necesitan. Por ejemplo, Pollock o el mismo Montaigne. Otros demandan antes que una biografía, un ensayo de valoración como Rogelio Yrurtia o el mismo Roberto Arlt. ¿Qué lleva a un escritor a desear escribir la vida de otra persona? Me parece una pregunta válida. Como lector sé muy bien qué me lleva a leer biografías, pero como autor no sé por qué debería escribir un vida.
Más tarde. Escribir es lo contrario de pensar. Por eso Bradbury tenía ese cartel en su escritorio: a no pensar, a escribir. Cuando uno escribe, los que piensan son los otros.
Más tarde. Escribir es lo contrario de estudiar.
Viernes. Internet transformó a los lectores en basureros y cartoneros digitales. Revolvemos las pantallas para sacar algo en limpio, muchas veces fracasamos, otras no, otras salimos triunfantes de ese encuentro con la turbiedad tecnológica. O tal vez siempre fuimos así, revolviendo cajones de libros viejos, acumulando papeles, juntando mugre. Pero ahora hay más basura, muchas más letras, aunque no tengan olor. Internet es la tecnología demostrándonos su poder de ensuciar, su impunidad. Su maltrato gozoso directo a nuestro tallo encefálico. Vuelvo a leer Cómo se escribe el diario íntimo, una antología que Alan Pauls hizo en 1996. El prólogo es muy bueno, pero ninguno de los autores antologados escriben en español. Los antologados son: Franz Kafka, un checo que escribía en alemán, hay tres escritores que también escriben en alemán, Robert Musil, Bertolt Brecht, Ernst Junger, dos británicas, Katherine Manfield y Virginia Woolf, John Cheever, el único americano, estadounidense, Césare Pavese, italiano, Witold Gombrowicz, un polaco, y Roland Barthes que escribe en francés. Todos europeos, salvo por Cheever. No hay argentinos, ni latinoamericanos. Ni españoles. Pauls agrega un “índice de fuentes” donde se consignan los traductores de las páginas elegidas. ¿No existen los diarios escritos en castellano? ¿Las mejores piezas del género se escribieron en otros idiomas? Algo de esto parece expresar la lista. Para Pauls el diario íntimo siempre lo escribe un extranjero.