Domingo. Ayer sábado, Hamas asaltó el sur de Israel usando paracaídas a motor y asesinando a más de quinientas personas en un ataque sorpresa inédito en la historia de Medio Oriente. Por la noche, caminata nocturna por el Parque Centenario. En la entrada del Museo de Ciencias Naturales, los esqueletos de un oso y un tigre sostienen una pelea congelada, iluminada por lámparas halógenas. Buenos momentos de necesaria soledad bien administrada.
Lunes. Napolitano citando a Weber: “Hay que saber mirar el abismo que hay en el cliché.”
Martes. Ayer fui en subte hasta Estación Congreso y cuando subí con la escalera mecánica encontré a un grupo de mujeres desnudas, sentadas en la vereda, agrupadas, mientras un fotógrafo les sacaba fotos. Los viandantes pasaban, algunos ni se mosqueaban, otros miraban con sorpresa. Un poco más de perplejidad en este año de elecciones. Tenía un rato y quería conocer el Bar Ricardo Piglia de la Biblioteca del Congreso pero cuando llegué un hombre joven de barba, que me habló sin mirarme, me dijo que el bar había cerrado a las cinco de la tarde. Eran las seis pasadas. Había una foto de Piglia en la pared. Las mesas estaban vacías. La primavera llegó a Buenos Aires y el barrio estaba con buena temperatura. Así que me fui a la librería de viejos que hay sobre Rivadavia, a metros del Congreso, donde conseguí dos tomos de Las guerras de la posguerra de Christian Zentner a cuatrocientos pesos cada uno. Die Kriege der Nachkriegszeit. Editado por Bruguera. Más una revista Todo es Historia, hicieron tres por mil. (Fue una suerte, entonces, no haberme quedado en el bar.) Hoy el dolar llegó a mil pesos así que el precio que pagué es bajo, casi ridículo. A las siete, me fui a ver Poesía en el Senado, el último encuentro de un ciclo que organizaron Godoy y Macke. Leyeron Cecilia Pavón y un poeta más joven de apellido Barco. El evento resultó amable. Después fuimos a tomar una cerveza. Me gusta el barrio, esa zona de Buenos Aires. Me gusta la primavera porteña. Ahora hace calor y escribo sobre submarinos argentinos. Todos estamos a la espera pero Buenos Aires conoce de incertidumbres. Ya nadie le puede enseñar nada a la ciudad.
Miércoles. Como Robles no me atiende el teléfono, hablo más seguido con Napolitano. Los temas son otros, aunque no muy lejanos. Hablamos de la espera, de los nervios antes de salir a tocar, antes de dar el examen, antes de emprender el viaje, antes de las elecciones, antes del caos. Napo conoce bien el tema. Ese momento, el de la espera, es una experiencia en sí misma con sus reglas y sus peligros. Me cuenta sobre los “pensamientos parásitos” que sufre el intérprete. Me voy a equivocar, no voy a lograr mi objetivo, las cosas no van a salir bien. Si uno no se concentra y deja que esa enredadera de la neurosis crezca puede llegar a afectar al acto en sí. Eso es el antes. Luego está el después. Pero eso es otro tema. Die Kriege der Nachkriegszeit.