Lunes. Me compré unas Adidas y en la plantilla, si uno la levanta y mira adentro de la zapatilla, se lee End plastic waste. ¿Es una orden? ¿Están escrita la frase en modo imperativo? ¿Las zapatillas me moralizan? No, es peor, me dicen lo que tengo que hacer. Son los objetos ahora los que nos dirigen. Bueno, siempre fue un poco así. La mesa y las camisas de Marx. Pero si siempre los objetos nos hablaron, ahora también nos moralizan. Aunque, en realidad, no se trata de eso. Se trata de que el comprador necesita adquirir ese resto de conciencia con el producto. No estoy diciendo nada nuevo. Pero le contesté a mi zapatilla. Le dije hipócrita. Ahora escucho las sonatas de cello de Lanzetti. Su desventaja es que no es Bach y esa también es su ventaja.
Martes. En una entrevista que le hicieron en Infobae, Mavrakis citó a Hazlitt. El párrafo es muy preciso: “En 1826, en Londres, el crítico William Hazlitt escribió que la popularidad de la que gozan los escritores de más éxito acaba apartándonos de ellos por la palabrería y el alboroto que suscitan, por la repetición de su nombre oído a perpetuidad, y por la cantidad de admiradores ignorantes y faltos de criterio que arrastran detrás de sí. Por otro lado, decía Hazlitt, tampoco nos gusta tener que sacar a otros escritores de una oscuridad inmerecida, por miedo a que nos tilden de afectación o de extravagancia en el gusto. Doscientos años más tarde, yo diría que sólo cambian las circunstancias, el paisaje y uno o dos tácitos nombres propios.” Los escritores que hoy triunfan y sobre los que gira la atención de lectores y medios son los que están en género, incluso los clasicistas. Hay demasiado caos en el mundo. Esto es algo propio de la modernidad. Pero hoy el caos ¿no es interior? ¿O siempre fue así? Es posible. ¿Cuál sería la particularidad de nuestra época? Insisto con el clasicismo. Aunque Borges era un escritor clasicista y se tardó en reconocerlo. O sea, que ser clasicista no garantiza mucho.
Miércoles. Ayer fui a ver a mis hijos. Celia tiene la casa en obra hace un mes y ahora los albañiles y pintores están terminando. Así que la ayudé a limpiar la biblioteca que había quedado tapada por una capa muy gruesa de polvo. En algunos lugares incluso había escombros. El panorama se volvía desolador. Pero de a poco fuimos recuperando cierta civilidad. Los libros y el polvo, pensaba yo. Hay una hermandad, se convocan. El papel sabe que ese es su destino. Limpiar los libros y los estantes fue volver a encontrarme con un montón de viejos títulos leídos y otros tantos que me gustaría leer. Los libros se pierden, se mezclan, se esconden, se fondean en zonas ajenas de la casa. Nos toca a nosotros imprimirles un orden, disciplinarlos, rescatarlos. En un momento Celia me dijo que recorriendo la biblioteca entendía que ya no necesitaba comprar nada más. Ya está todo acá, dijo.
Más tarde. Matías, el editor de Uoiea, me pasó con mucha amabilidad El contrabandista de Las Vegas de Noah Cicero y Susurros de Jeremy Robert Johnson de ediciones y los empecé a hojear. Nosotros los traducimos siempre y los leemos y sabemos qué pasa allá. En eso, ya somos mejores que ellos. A Cicero lo conocía y me gusta. Mientras leía un poco El contrabandista me tiraron por abajo de la puerta la factura de la luz. Pasé de pagar el mes pasado 2300 pesos a más de 15000. ¿Había un error? Pensé en las dos estufas eléctricas que tuve prendidas durante los días de frío… Pero leí y releí la factura y no la entendí. Así que ahora entro en Internet y tomo una cita en la oficina central de Edesur. Es el miércoles que viene a las diez de la mañana. Voy a pedir que me ayuden a leer la factura porque no es una factura realista, sino fantástica. Cuando se saca el turno, el usuario recibe el mail que dice que si llegas cinco minutos tarde, la cita queda anulada. Así que voy a tener que ser puntual.