Sábado. Me voy a la Antártida. ¿Cómo? Llego a la Base Aérea del Palomar un rato antes de las doce. A las doce y media, me piden que me ponga el barbijo y me hace un hisopado para detectar si tengo covid. También presento en una mesa donde hay dos enfermeros mi apto médico. Uno de los enfermeros después de una espera de diez minutos va dando los negativos y pasamos a un comedor donde nos sirven una milanesa con pure y un durazno con dulce de leche. Entre los que viajan hay un grupo de técnicos que va la Isla Decepción a instalar una antena para conectar la base con el ARSAT, hay un grupo de ingenieros y geólogos que van a poner las bases de una complejo habitacional en Petrel, un grupo de influencers, que contrastan con los militares, hay efectivos de todas las fuerzas, gente de Telam, fotógrafos, realizadores audiovisuales, científicos que van a las bases. Me pongo a hablar con Rubén di Carli, un biólogo de Morón que nació en la Base Esperanza. “Gestado y nacido” me dice. Es uno de los ocho argentinos que nacieron a fines de los setenta en la Antártida y él vuelve por primera vez.

Después de almorzar, nos llevan a una sala de espera que tiene aire acondicionado. En una pared hay un mapa del continente antártico con los reclamos de los diferentes países y del otro lado una frase de Olezza: “Sentí que no estábamos solos...” Cada tanto entra un cabo o un oficial y pregunta algo sobre el equipaje o busca un nombre en una lista. Hurry up and wait. Es la una y media de la tarde y el avión está programado para las cuatro. A las dos entra un infante de marina con el uniforme impecable y habla con un grupo de periodistas que van a Marambio. “Lo que necesiten, yo se los consigo.” A las tres y media se pasa lista y salimos hacia el avión, Es grande y emociona verlo. Unas diez personas llegan a subir y las hacen bajar. Hay un desperfecto técnico. Volvemos a la sala de espera. Hace calor y el aire acondicionado no logra enfriar el ambiente. A las cinco volvemos a subir de forma ordenada y paciente. Los asientos de tejido plástico de color rojo no son incómodos. El avión carretea y salimos a las cinco cuarenta. El avión es ruidoso. No se puede hablar. Algunos usan tapones o auriculares. A medida que el avión sube y empieza a volar hacia el sur, la temperatura empieza a bajar con suavidad. 

Sábado, Base Aeronaval de Espora. A una hora y media de despegar, hacemos una parada en la Base Aeronaval Espora. Mientras el avión carga pasajeros y combustible. Nos muestran unos viejos Super Etendart que pelearon en Malvinas. Saco algunas fotos. Hablo con el Ingeniero Alejandro Saucheli, de Córdoba. Me describe el permafrost del suelo de la Base Petrel. Ya estuvo en el invierno del año pasado tomando muestras del suelo y ahora viaja a poner las bases para un complejo de habitaciones y servicios. 

“El cemento es el hielo, se mezcla con tierra y se vuelve muy duro.” 

“Hay un permafrost que es activo y se mueve en verano.”

“Los rusos están teniendo problemas porque a largo plazo puede haber variaciones.”

Cuando le pregunto si lo apuran los militares, me responden: “me apura el invierno.”

Su grupo se va a quedar hasta que termine el trabajo.

Volvemos al Hércules y despegamos. Se hace de noche mientras volamos por la Patagonia. 

El Hércules no es incómodo para sentarse. Pero el ruido impide hablar. Algunos pasajeros duermen. Otros intentan escuchar música o usan tapones en los oídos. Todos nos aburrimos. Cansancio, aburrimiento, ruido constante. Unas horas después llegamos a Río Gallegos.

Domingo. Ayer se racionó casi de madrugada un guiso de arroz y carne para cincuenta personas en la base. A las ocho y media, el ruido de mis compañeros de habitación me despertó. A las diez, después del desayuno, nos piden que nos pongamos la ropa antártica y hacemos una caminata con llovizna patagónica hasta la sala de espera de la pista; todos vestidos con las excelentes camperas naranjas provistas por la DNA. Uso la gorra con visera que me regaló la tripulación del Bahía Paraíso y en la sala encuentro una foto de Sobral en Orcadas. Está arrodillado, haciendo una medición con un compás o teodolito. Nos avisan que el rompehielos ya nos espera en Marambio. La temperatura es de 9 grados. Subimos al Hércules. Vuelvo a mi lugar. El avión se mueve un poco, carretea y se detiene. Media hora después empieza a carretear otra vez y despegamos. Dos horas y media después aterrizamos en Marambio. 

Base Marambio.  La meseta en la que se encuentra la base está nevada. Parece un centro de esquí. Me dicen que no siempre es así, que, en general, es barrosa y con charcos. No hace frío en esta Antártida que me recibe con sol. El clima es lo de menos. Tampoco hay viento. Lo diferente es la luz, el aire, el tiempo. Los tiempos son diferentes. 

Esperamos el helicóptero Sea King que nos va a llevar al Irizar. Un Bell UH aterriza a unos quince metros y levanta nieve y polvo de nieve. En fila india nos hacen subir al Sea King que despega con la puerta de carga abierta. Un suboficial de la Armada va parado en el marco, apenas agarrado, vestido de verde y con un casco conectado de aviador naval. El vuelo es de cinco minutos. Desde el aire se ve el mar. El suboficial nos señala el Irizar. El helicóptero se inclina en el aire frio de la tarde.