Lunes. Escribo un artículo sobre Gadda para Revista Paco. Nunca debería haberme ido de la literatura italiana. ¿Literatura portuguesa y brasileña? La enseñé en la facultad. Un gran error. Salvo tres o cuatro autores, Nelson Rodrigues, De Queirós, alguno más, toda una franela de pérdida de tiempo. ¿Francesa? La base para la Argentina del siglo XIX. Sirve, pero tiene un techo. ¿USA? Una escuela. Pero a todas las supera la italiana. A todas.

Sábado. Día de calor. La noticia era que se quemaba parte de la reserva ecológica de costanera sur. Había humo en los barrios del sur. Hace cincuenta años Elvis cantaba en Hawaii vestidos de blanco la música que deberíamos mandar al cosmos. Desde la casa de Mia Antonella se veía a los travestis sobre Santiago del Estero y en la esquina de Pavón. No hay picaresca ni nada romántico en ese borde. Hoy al mediodía un mendigo se insultó con unos cartoneros. No puede ver nada rescatable en ese lumpenaje desagradable. Solo se trasluce una degradación que no para. Una lenta degradación que puede ser atractiva pero que no entiendo y que no quiero entender. Si uno entiende esta parte del barrio como un gueto, y de alguna forma lo es, no tiene solución. Mi verdad es que no hay verdad en esa degradación. Al contrario, es una serie de gestos artificiales y estridentes. No hay antropología que valga. Ahora mismo, mientras escribo esto, escuché ruidos, me asomé y vi un hombre sin piernas, con la camiseta de argentina y una gorra, caminando con sus muñones de sus piernas mientras llevaba al costado una silla de ruedas. La imagen es demasiado compleja y sugestiva.

Domingo. A la tarde, en colectivo hasta el Museo de Bellas Artes. El contraste es total. De Constitución a Recoleta. Buscamos el Pollock. Nos perdimos en el museo. (Al final era mucho más fácil de lo que parecía.) Había una muestra sobre Taranto y la Magna Grecia, y la inagotable y excelente muestra permanente, reorganizada. A principios del 2020, fuimos a ver el Pollock. Pero el museo estaba cerrado. Empezaba la cuarentena. Fuimos después en el 2021 y solo estaba abierto el siglo XIX y un poco más. Ahora por fin lo vimos. Sacamos muchas fotos. Yo me reía de los nervios y la alegría. Había un guardia muy cerca. Les saqué una foto a ambos. Cuando el guardia, aburrido, se distrajo, Mia tocó el cuadro y dijo que se sentían las capas de pintura. Después me comentó que le hubiera gustado robarlo. “¿Para qué?” le pregunté. “Para regalártelo” me dijo. Cuando cruzamos a la nave de atrás del museo, donde hay una sala muy bella, vimos una mancha blanca de caca de paloma en un vidrio. La encontramos plástica. Mavrakis: “Yo en una época entendí a Pollock y después entendí con más interés lo que hacía Rotko. Y después me alejé de cualquier meditación sobre cuadros.” A la vuelta, en la línea de colectivos número 39, pasan películas de Chaplin. El contraste recuerda a Blade Runner.

Lunes. Miro las fotos de ayer. Me gusta mucho una donde, en la obra del tajo en la tela, de Lucio Fontana, por lo demás muy hermosa, se ve reflejada Mia Antonella y el Pollock. Son sombras, pero están ahí.

Más tarde. Larga conversación con Napo sobre la escritura musical, los problemas de la notación, sus paradojas, su relación con obra e interpretación. “Para un lunes, arrancamos ligero” me dice.

Martes. Vamos con Mia Antonella al Gaumont a ver Plan para Buenos Aires. Antes, en una librería de saldos, bastante rústica, pero con buena selección de comics, se vende mi novela La piel a 800 pesos. Compro un libro de Bajarlía sobre vampirismos y vampiros. A mi novela le saco una foto. Después de la película comemos una pizza en Almagro, en ese bar que hay sobre la plaza que fue un cementerio. Hablamos de Victoria Ocampo, de arquitectura y de Buenos Aires. (No sé si tengo otros temas, pero la película los alienta.) Ella me pregunta qué me gusta más si ella o leer. No respondo. “¿Qué te gusta más la arquitectura o yo?” “Vos” me responde. Reformulo. “¿Tus gatos o yo?” “Mis gatos” responde ella. Tablas.

Miércoles. Robles en la costa con su familia no responde mis mensajes. El ronquido asmático de mi viejo aire acondicionado me molesta un poco, pero qué necesario es con este clima estival.

Más tarde. Publico mi nota sobre Gadda. Quiero volver a escribir para Revista Paco. Napo: “hay que compilar lo que dice Mavrakis por ahí.” Tiene razón. Me corté un dedo abriendo una lata de atún. Un tajo no muy largo pero salió bastante sangre. Fue tan tonto que creo que califica como actitud suicida. El verano es la estación para Buenos Aires. Muy corta, muy bella.