Viernes. Ayer en el premio Clarín de novela con Richards, los hermanos Rife, Caresano, Godoy y Mia Antonella. Se hizo en el Colón. Martin Caparroz en muletas. Telerman dando vueltas por acá y por allá. Champán y mucha gente del rubro cultura. Pablo Braun, una vez más vestido algo mejor que un linyera, rodeado de lisonjeros, mirando con cara de no saber bien qué pensar. Podría haber sido el editor de una generación. Tenía los medios. Pero no sabe leer y el dinero siempre trae a los turistas. Ganó Miguel Gaya, a quien leo en Facebook. No leí la novela pero me puso muy contento que fuera él el premiado. ¿Alguna novedad? Sí, con claridad se vio que no hay recambio. Las caras de siempre parecían algo más cansadas, menos lozanas. Un año más, una reunión social más. Eso no es novedad… Pero faltaban los instagramers, los estrimears, los youtubers. No había jóvenes de ningún tipo.

Desde luego, hay jóvenes que leen y a los que les interesa el periodismo y los libros. Pero ayer no estaban ahí. No tenían lugar. Los jóvenes éramos nosotros que pasamos los cuarenta y los hermanos Rife que tienen treinta. La nuestra es la última generación de eso. No había jóvenes ni artistas nuevos. Y tampoco había una convocatoria que los llamara, ni les interesara. Dentro de poco, esa cultura semi-letrada del poder ya no va a existir más, ni se va a transformar. Solamente se detendrá como un tren que llega a su estación después de un largo viaje.

Domingo. Vi El robo a Mussolin, película italiana de corte netflixero tarantinesco. Muy bien los encuadres, la recreación estética de la Italia fascista, los actores, el vestuario, incluso algunos personajes me gustaron. (Desde luego hay una jovencita negra y sexy para el cupo. Pero también un corredor de autos cocainómano.) Agregaron una anacrónica versión de Paint in black en italiano que para mi es mejor que la original de los Stones. Pero la película en general deja una sensación de fastidio por lo mala que es. El guión es más previsible que un dibujito animado. Los diálogos son de explicativos a malos. El final es una taradez. En fin, una película exterior a la complejidad del fenómeno fascista. Hay hechos que no se pueden narrar ATP, para toda la familia, simplemente porque hay una vida de adulto que solo entienden los adultos.

Martes. Desvelado, veo en YouTube una entrevista a Massera que Longobardi y Hadad hicieron en 1995. Casi una hora y veinte de testimonio. Más allá de lo siniestro que es Massera, el documento historiográfico resulta insuperable. En un momento muy barroco de la entrevista Massera cita Cómo hacer cosas con palabras de Austin.

Miércoles. ¿Escribir o no escribir un libro sobre Murnau? ¿Por qué escribirlo? ¿Solo porque tengo ganas? ¿Con eso alcanza? ¿O porque puedo? Me lo imagino y me gusta. Pero eso me pasa con muchos libros. Mientras tanto, mientras especulo y me decido, leo sobre Ungaretti y la poesía hermética italiana.

Más tarde. Salió mi libro de ensayos, El trabajo del escritor, por Bucarest. No lo releo. No sé por qué me cuesta. Está diseñado para ser un libro ameno y con ideas. Es un libro afirmativo porque atrás de mi escritura dialéctico-disolvente, apuesto todavía a leer y escribir.

Jueves. Compro la biografía que le dedicó Carlos Baker a Hemingway por Mercado Libre. Compro también un álbum del historietista Napoléon derivado de un intercambio con Rodrigo Terranova. Ya puedo decir que escribo dormido. De madrugada en un ataque de sonambulismo, arranco la cortina de mi habitación. Los libros de la mesa de luz caen al piso. Me despierto. Mi hijo que duerme al lado mío abre los ojos, toma un poco de agua, se da vuelta y sigue descansando. Pienso: “tengo que contar esta escena.” La cortina estaba llena de tierra que ahora quedó sobre la cama.