Jueves 18 de agosto. Ayer, entrega de medallas en el museo. Mucha gente, muchos amigos. Una vez le pregunté a un marino si leían cuando estaban embarcados y me dijo que sí. No todos, desde luego. Pero había lectores. Circulaban muchas revistas pero también libros. Cada uno podía tener incluso una pequeña biblioteca a la cual recurrir en los tiempos libres. En su caso, me dijo que había leído y releído mucho una novela, Las hormigas de Carlitos Chaplin de Pacho O´Donnell y también París era una fiesta de Hemingway. Más tarde, leo en la web, de casualidad, que Cortázar y Carol Dunlop recorrieron la autopista que une París con Marsella entre mayo y junio de 1982. De ese viaje surgió Los autonautas de la cosmopista o un viaje atemporal París-Marsella, el libro de recuerdos que se fue escribiendo durante el viaje. O sea, que mientras en Malvinas se peleaba, ellos viajaban y escribían. Abril, mayo y junio de 1982. Insisto, mientras Cortázar y Dunlop viajaban y escribían su crónica, mientras en Malvinas se peleaba, y Fogwill escribía Los pichiciegos.
En 1982, Cortázar, que había nacido en agosto de 1914, tenía sesenta y siete años. Dunlop que, otra coincidencia, había nacido el 2 de abril de 1946, tenía treinta y seis. Y Fogwill, que era de julio del 41, tenía cuarenta años. Habría que comparar ambas novelas y su respectivos entornos de escritura, y luego también ver qué relaciones pueden hacerse entre Los autonautas y Malvinas. (Para empezar el libro está dedicado a un inglés, como un chiste, pero a un inglés al fin.) Por un lado, un libro de viajes y amor (un poco ridículo como todo amor ajeno) y, por el otro, un libro de viajes y guerra (un poco brutal y burdo como todo libro sobre la guerra). La comparación se enmarcaría dentro de un proyecto más amplio que implicaría una lista larga y razonada donde se describiría todo lo que pasó durante 1982, relacionado o no con la guerra, y ligado al plano de las letras y las artes.
Viernes. Disforia, otra vez. Ligera decepción de todo. De recuerdos lejanos que vuelven y me avergüenzan por las decisiones que tomé y los personajes que escuché. Docentes, desde luego, sin talento alguno para nada, pero también amigos, o gente ocasional que pasó por mi vida y escupieron una parte de su impotencia en mí. Decepción también de mi rutina de escritor, administrando ya sin mucha gracia chispas pasadas. Como decía Indiana Jones, no es tanto el modelo como el kilometraje. Aunque estoy leyendo buenos libros, hay algo ya conocido en esas lecturas. Como fuere, el tema Malvinas cada vez me parece más apasionante. De eso no me canso. Noto si un cansancio general, un hastío, que me llega. Pero desde afuera. ¿Es posible que tomemos con tanta fuerza la burocracia gris de este gobierno más bien imóvil? En la calle se nota. No hay ganas, no hay fetiche, no hay sacrificio, no hay enemigo. Se nos pide que aguantemos. Pero todavía falta un largo año y medio para las elecciones. Espero que traigan algo de deseo y esperanza, sino en mí, al menos en la sociedad. El barbijo ya se usa como el resto material de una pesadilla brumosa.
Sábado. Cuando tenía trece años entré al consultorio de mi madre y ella me mostró el libro que leía. Se veían unas fotos de gordos con ropa de trabajo. Me explicó que eran eunucos, hombres religiosos que se castraban de forma voluntaria para combatir el mal en sus cuerpos. Formaban una congregación laica donde veneraban a San Jorge y trabajaban la tierra. Eran hacendosos, buenos empleados y se los buscaba mucho para tareas rurales. No recuerdo más. En el colegio no había educación sexual. Cada tanto venía una profesora a decirnos que tomar drogas estaba mal y nos contaba historias de gente que se moría de sida. De los libros de la biblioteca de mi madre recuerdo muchas tapas. Por ejemplo, una tenía los embajadores de Holbein. Ella me explicó quienes eran y me señaló la calavera deformada. “¿Ves? –me dijo– Acá está la muerte.” Los libros de la biblioteca de mi padre tenían fotos de catedrales europeas y casas japonesas y estadounidenses. Los de mi madre hablaban de los tormentos de psiquis, de pulsiones y espectros que recorren la existencia, fantasmas que me esperaban en la vida adulta.
Más tarde. Limpiando mi disco rígido, encuentro varias fotos de un viaje a Córdoba de hace por lo menos diez años o más. Quizás sean quince. En una Carlos Godoy se ríe y Luciano Lamberti lo mira, sentado en el pasto. Los dos mejores escritores cordobeses de mi generación. Y dos de los mejores del siglo XXI en la Argentina.
Domingo. Mi hija mayor con todos los síntomas del covid. Pero ya no se hisopa a nadie. Se toman los síntomas como una gripe cualquiera. Dos días de reposo y listo. Si ya no se hacen hisopados, ¿sigue existiendo el covid? Titular en la web: “Salen a la superficie por culpa de la sequía varios barcos de la Segunda Guerra Mundial hundidos en el Danubio.” En otras casas cuecen habas, y en la mía, a calderadas. ¿Qué clase de ruido? Flores, barrio de la cabalgata. Hay que pisar al cuervo. Ahora toquemos.