Martes. ¿Qué pasó con el covid? Buena pregunta. El golpe de ayer se siente más hoy. Mala noche. Dormí poco. Cada vez que me daba vuelta en la cama, me dolía. Hoy no puedo leer ni estar acostado. (Las dos actividades que vertebran mi vida. Casi lo único que me gusta hacer.) Mavrakis dice que tengo que dejar de andar en bicicleta, que no tiene sentido hacer una actividad en la cual me puedo “romper la crisma gratis.” No logro contradecirlo. Tiene razón. Como no puedo escribir ni leer, escucho a Hugo Wolf.

Más tarde. Leo Paolo Pinocchio de Lucas Varela, una de las mejores relecturas argentinas de la Comedia. Paolo es un pillo, un muñeco de madera inescrupuloso que cae una y otra vez en el Infierno. Y una y otra vez se escapa. El cruce con Pinocho también es muy pertinente. Tanto Dante como Carlo Collodi crearon personajes que daban mucho para la picaresca y el humor negro, pero los mantuvieron afuera de esa tentación. Varela agarra esa manga y se dedica a imaginar. El ritmo escatológico de Paolo lo hace muy interesante, valioso y divertido. (Me gustaría ver a Paolo no solo en el infierno, sino también en el Purgatorio. Incluso me gustaría verlo en el Paraíso. De hecho, creo que en el Paraíso sería muy divertido. El gran acierto de Varela es tomar a Dante como inspiración. No adapta nada, más bien transgrede. Paolo Pinocchio es una obra mucho más valiosa de lo que parece.)

Miércoles. Íbamos con Mia Antonella cruzando Plaza Constitución y me dice: “Mirá, ahí va tu amigo.” Era Strass. Lo llamé: Señor, Señor... Venía con una revista de Las puertitas del señor López y una novela de Somerset Maugham. Está canoso. Nos dio una breve clase de cada una de esas publicaciones que había adquirido y luego nos despedimos.

Más tarde. Me llega la ansiedad, una vez más. Pero ya no hay sorpresas. Qué va a haber. La conozco como a mi madre. (Conozco mucho a mi madre y mi madre es, ella también, la ansiedad.) La ansiedad es señorita, pero grande. Una mujer que nunca se casó. Hay que trabajar, dice. Hay que hacer. Hay que hacer. No hay tiempo. No hay tiempo. (Mi madre me dijo esa frase muchas veces, mi padre, ni hacía falta.) Siempre la tanada. Siempre el inmigrante y el hijo del inmigrante. Mi padre y yo. Construir, avanzar, ganar dinero. ¡Publicar libros! ¡Nunca es suficiente! Estás vagueando, te veo, podrías estar haciendo algo que no estás haciendo. Cuando estaba en el colegio, estudiaba, en la facultad, estudiaba y escribía, empecé a dar clases. Luego, más trabajo, y los libros. Todo el tiempo escribiendo. Leer no, leer es para los ociosos. Leer no, estudiar sí. Desde luego no fue tan así, pero así lo percibí yo. Debería haberme confesado el inútil de la familia de una vez. Pero no, hay que avanzar, casarse, tener hijos, propiedades, ganar dinero. A eso vinimos a América, a ser la clase trabajadora, a hacernos peronistas, a ser los que ponen el lomo, la cabeza, las manos, los gritos, los que cobran, los que pagan, los que construyen. Hicimos la costa atlántica, hicimos la pampa gringa, hicimos las ciudades y los campos. Somos italianos pero también somos rusos, españoles, franceses, alemanes. La Europa continental, mi Europa, mi ansiedad en América. Ahora te conozco, límpido espíritu. ¿Por qué? Porque soy calabrés.

Jueves. Corro para alcanzar el tren en Retiro. Un trayecto breve. Salgo del subte, cruzo el hall central de la estación, entro al andén y llego. Me gusta el tren. Es cómodo para leer. Ya en el vagón, me siento y leo. Pasolini no denuncia la desintegración de la sociedad a manos del liberalismo, no denuncia la sociedad de consumo, no acusa a nada ni a nadie. Su narración central es primero la aventura de trascender, de ser un profesor a ser un poeta, de ser un poeta a ser un cineasta, el camino del artista, y luego su decadencia que siempre es física, su madurez y la vejez temida y anulada por su propia muerte. Creo que el escepticismo de Pasolini le llega porque es un gay que se hace viejo. Pier Paolo no tuvo la posibilidad de leer el Paolo de Varela. No se animó a reescribir y versionar a Dante. Aunque toda la obra de Pasolini, tanto la lírica como las novelas y las películas, son una especie de actualización de Dante. Tiene esa facetación, ese escalonamiento, esa vocación de adaptar. O quizás eso me parece a mí porque los leo del sur, del lejano sur de América, no del cercano sur meridional de Europa.