Lunes. Ayer estábamos con Mia Antonella mirando In the tall grass, con guión de Stephen King o basada en uno de sus relatos, y escuchamos un golpe seco. Pasaba el tren. Golpe seco. La formación empezó a parar. El primer vagón cortó el paso a nivel de Boyacá y los autos empezaron a tocar bocinas. Paramos la película y salimos al balcón. Primero llegó la policía. El tren traía gente del oeste hacia el centro. Aunque estoy en un piso nueve, se los veía por las ventanillas iluminadas. Llegó el SAME con sirena. Llegaron los bomberos.

Empezaron a iluminar las ruedas y las vías con linternas. Un suicida, pensé. Y así fue. Nos quedamos mirando desde el balcón. La ambulancia bajó una camilla, pero al rato se fue. La gente empezó a descender de la formación. El tren se fue quedando vacío. Cuando los rescatistas encontraron el cuerpo nos dimos cuenta porque las luces se quedaron quietas en un punto. Ya era de noche. Se veía muy poco pero empezaron a sacar fotos. El flash de las cámaras se veía. Las luces del tren vacío se apagaron. Los bomberos finalmente se fueron. Los curiosos y los vecinos también. Al final se fue la policía. Quedaron cinco o seis hombres y los que se hicieron cargo del tren. Entonces bajamos y nos acercamos. El suicida se había tirado en el cruce peatonal de Fary Luis Beltrán. La locomotora lo había arrastrado unos veinte metros. En un walkie talkie ajeno escuchamos que era una mujer. Alguien dijo femenino. La palabra me sorprendió. Mi machismo me había llevado a pensar siempre en un hombre. Todo estaba muy quieto. La gente esperaba. Vimos a un tipo con una planilla. Nada más. Volvimos a subir y nos volvimos a asomar al balcón. Llegó un camión de la morgue. El tren arrancó lento y se fue hacia Plaza Once. Desde el balcón se vio perfecto y con mucha nitidez, pese a la oscuridad, cómo metieron el cuerpo en una bolsa. Después lo subieron a una camilla y lo llevaron hasta el camión. El camión salió por Fray Luis Beltrán hacia Avellaneda marcha atrás y en silencio pero con las luces de la sirena prendidas. Hacía mucho que no veía un suicida en el Sarmiento. Todo el episodio duró, como mucho, una hora y media. Empezó a las siete de la tarde del domingo, día y hora clave. Los techos góticos de las casas de Bacacay se volvieron un poco más ominosos cuando ya no quedó nadie ni en las vías ni en la calle.

Martes. Recuerdo una vez más mi paso por las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras. Qué demonio se crió ahí. Mi imagen, la que vuelve en estos días, es una manada de alumnos infértiles, buscando con tintes de desesperación oscura, un docente que los preñe. Con preñar me refiero a que les de un trabajo, no tanto a la adquisición del conocimiento. Aunque ellos pensaban que la simiente estaba hecha de libros, se trataba, en realidad, de un acceso al mundo del trabajo. Desde luego, pasividad, poco esfuerzo. Qué animales eran. Me daban asco. Nunca sentí tanto asco por la juventud como en las aulas de la calle Puán. Qué femeninos y machistas eran, al mismo tiempo, esos alumnos. Y los docentes, qué perversos, crueles y vacíos de sentido. Ahora releo Colorado Kid de King para las clases que estamos dando con Robles. Y cada tanto hojeo, de Blatt y Ríos, Catálogo descriptivo de la obra de Emeterio Cerro de César Aira. Me interesa este Aira crepuscular, casi gastado, poco inventivo, que escribe catálogos de obras ajenas para dar claves de lectura de su propia obra.

Más tarde. Vuelvo a ver Gombrowicz o la seducción, la película de Alberto Fischerman que se estrenó en octubre de 1986. La veo de a poco en Youtube. Me detengo en una parte donde Alejandro Russovich lee en voz alta y comenta el diario de Gombrowicz. Russovich fue mi profesor a principios de la década del 90 en el CBC. Un buen docente. Un día fui a su casa, en la calle Cucha Cucha, que ahora es Lorca, a firmar mi libreta. Cuando terminamos el trámite le pregunté si la literatura y la filosofía se relacionaban. “De forma subterránea” me respondió. Casi treinta años después, me sigue pareciendo una buena respuesta.

Más tarde. Ordeno la música de Wagner que conozco. Enseguida pienso en Borges. A medida que la Argentina se hacía borgeana, se iba alejando de Wagner. Y de la ópera en general. Para volver a Wagner hay que retomar a Astrada y a Ezequiel Martinez Estrada. En realidad, con salir de Borges alcanza. Creo que uno debería acercarse a un libro, o a una obra cualquiera, mal dispuesto. O incluso muy mal dispuesto. Si es posible hacerlo después de perder una guerra, o de perder una pelea matrimonial. O de ser estafado. Es ahí cuando va a poder verla como en realidad es. De buen ánimo, relajado, afirmado en uno mismo, el sujeto que se da al arte consume cualquier cosa. Todo le parece bien, lindo, aceptable. Este estado de profunda pelotudización moderna permite y acepta lo que venga. Pasa con los famosos, de la tv, del cine, de Internet, que de golpe escriben un libro. No se lee el libro, se lee el bienestar de la cara conocida, el propio confort. Contra esa distorsión dulce hay que pelear.

Más tarde. La letra es y debe ser amarga.

Miércoles. Cuando me muera voy a volver para conocer qué se dice de mí. No me voy a privar de verme con el traje del muerto. Pediré permiso arriba, abajo o en el medio, y voy a volver como un fantasma impertinente, porque no hay otro fantasma. Y si no me dejan volver, me voy a escapar. Pero solo para estar un rato y revisar las necrológicas del caso, las palabras al pasar en los bares, los comentarios de amigos y enemigos. Voy a verificar los suspiros públicos y faranduleros, que van a ser poco, y las últimas miradas de piedad al borde del cajón. Murió Juan Terranova. Era una buena persona. Era un hijo de puta. ¿Cómo? Si era tan joven. O también: ya estaba viejo. Va a representar un último esfuerzo de vida en la ultratumba. Ese regreso me lo voy a permitir como una última cuota de odio terrenal, no hacia el mundo y sus habitantes, sino a mí mismo y mis malas, muy malas, pésimas decisiones vitales.

Jueves. La actual Avenida Rivadavia entre Plaza Miserere y Avenida La Plata se llamó durante un tiempo Camino Real o Único Camino Real y Preciso de los Reinos de Arriba.