Lunes. Premio Formentor para César Aira. Uno de los olvidables jurados dice que Aira es “un Vargas Llosa en miniatura.” Nos reímos del equívoco. Las diferencias son demasiadas… El escritor serio y el escritor jocoso, el proyecto del siglo XIX, el proyecto del siglo XX, el escritor social, el otro, vanguardista, la construcción y las preguntas políticas frente a la actitud disolvente. Vargas Llosa fue candidato a presidente en su país. Es de esperar que Aira ironice la comparación en alguna de sus novelas. Ya intercambió guiños con Carlos Fuentes. Luego Carlos Fuentes murió.

Dicho esto, encuentro más interesante marcar similitudes entre Aira y el nobel peruano, que señalar las evidentes diferencias. Ambos son liberales, ambos llevan adelante una ética antigua, con muy poco diálogo con el presente. Ambos atacan, con diferentes armas, pero con igual intensidad, los proyectos políticos comunitarios y nacionales. Ambos son cultores de diferentes formas del individualismo. “Un Vargas Llosa en miniatura.” Suena a insulto. Ser una miniatura de otro siempre es agraviante. ¿Aceptarían los jurados o las autoridades del Formentor que ese premio es un nobel diminuto? Miniatura. Es una palabra vieja, paradójicamente pertenece al repertorio de palabras de Aira. Él podría escribir un relato donde los premios y los escritores se reducen para que entren en botellas y frascos con el fin de exhibirlos. Vargas Llosas ya no podría con esa trama. Al menos en eso, Aira es un poco más grande.

Más tarde. La otra noticia es que desde el viernes a las ocho de la noche se pasó a un régimen de restricciones que viene con toque de queda. Hay mucha incertidumbre. Los casos se dispararon pero el número de muertos sigue estable. Macke estuvo contagiado y de a poco se recupera. La situación es grave para todos, en todas partes. La vacuna no impide el contagio. ¿Y entonces cuándo se termina esto? Ay, esos escritores y sus diarios del año de la peste, Defoe, Camus, y las tan previsibles citas y la estilización irónica de este desastre... Admito que no hay que hacer mucha fuerza para contarme en esas filas de idiotas. Que Dios nos perdone.

Más tarde. ¿Se podría podría forzar una relación entre el toque de queda y el premio a Aira?

Martes. Ir al supermercado siempre me pesa. No es lejos. Tampoco es difícil. Pero me transmite una mezcla de tristeza y ansiedad. Tengo que hacer un esfuerzo grande para que el paseo no me afecte demasiado. Cualquier cosa que me aleje de la computadora y los libros me molesta. Aparte compro siempre lo mismo. No improviso. No uso listas porque elijo siempre los mismos productos. Si se me terminó el café, ahí sí tengo que pensar porque un paquete de medio kilo me dura un mes. De camino al supermercado, hay una librería muy pequeña de la que ya hablé. No tiene nada muy especial, lo cual es lamentable. Libros viejos pero caros, poca sorpresa que los precios inflados hacen todavía menos sorprendente. Sin embargo, hay unos cajones afuera con libros y otras publicaciones a sesenta pesos. Pienso en comprar algo de ahí cada vez que vaya al supermercado, como una forma de aliviar ese aburrimiento. Pero después dudo. No creo que sea una buena idea. Mi casa, ya de por sí bastante acotada, se llenaría de libros sin sentido. Hoy mi hija me lo hizo notar. Cada vez hay más libros y como no tengo bibliotecas, están tirados en el piso. Tengo que ir a buscar una bibliotecas y amurarlas pero no encuentro el momento. Tengo que planificar y eso me cuesta. Los libros, tomados desde el piso, o de una silla, se leen igual de bien que sacados de una biblioteca de roble. Pero es verdad que el desorden incómoda, incluso al lector.

Miércoles. Sebastian Mihail escribe en su diario: “He ido al oculista. Me prescribió gafas y me las he puesto. Me cambian bastante y me hacen feo.” El diario empieza con el escuchando a Bach y a Mozart por la radio. Luego hay una escena política en un tren donde se habla de los partidos locales y el futuro. Patricio me dijo ayer que hay que cerrar todo, no pagar la deuda externa, unos cuarenta mil millones de dólares, y vivir con lo nuestro. La idea es al mismo tiempo un alivio y una condena. ¿Es practicable? Claro que no. Antes de que la economía local lograra robustecer pasarían ¿cuánto? ¿Diez años? (“Adiós Italia” pensé, con ironía. Hace tanto que no viajo a Europa…) Y sin embargo, sería una solución contra el virus. Aprovechando el caos global, se usan esos activos para sostener un encierro y traer más vacunas. Y luego se ve. La gran pregunta es si el mundo está cambiando o si tanta muerte y enfermedad nos va a devolver al mismo punto inicial. Sebastian Mihail se reiría un poco de mis desvaríos. Compré Introducción a la historia de la filosofía de Hegel por Mercado Libre. La edición de Aguilar tapa dura me gusta y se llama “Los libros que cambiaron el mundo.”

Jueves. Mia Antonella se va a mudar a un departamento grande en Constitución a dos cuadras de la plaza, cuatro ambientes, piso de madera, techos altos. El edificio queda en la esquina y a media cuadra está Les Anciens Combattants. Ayer fue a limpiar con la hermana y hubo un escándalo y vino la policía. Pasamos de la duda al entusiasmo con el barrio. (De paso, tenía que ir a buscar mis lentes y no fui. Se me pasó la fecha. Voy a ir el lunes. Mi hija me dice: “No los van a tirar.” Es verdad. Y sin embargo, ¿no los necesito con cierta urgencia para leer? ¿Por qué el olvido?) “Selfie della gleba. Una generazione di egomostri nell'epoca del cogito interrotto” escribe Diego Fusaro.