Aprendí lo que era el ritmo con el profesor Lentino nadando en la pileta del Club Italiano. Tres veces por semana, lunes, miércoles y jueves, Lentino daba su clase. Miles y miles de pibes aprendieron con él. Me acuerdo que hice el jardín de infantes en el club a principios de la década del 80 y ya Lentino nos enseñaba a respirar, los estilos, la patada agarrados del borde. Seguí yendo cuando empecé la primaria. En un momento Lentino le preguntó a mi madre si quería entrenar con los cadetes los sábados a la mañana. Así que empecé a ir con chicos más grandes. A veces los entrenaba Lentino, a veces otro profesor de quién no recuerdo el nombre. “Prolijo, a ritmo, a ritmo, no te vayas, la brazada a ritmo, prolijo, vamos” decía Lentino. No era rápido, no era lento, no tenía que ver con la velocidad, tenía que ver con el ritmo. Había que buscar la misma brazada, diez veces, cien veces, miles veces. La patada tenía que ir sincronizada. ¿Me salía? Sí, había encontrado mi ritmo.

Algunos años después una mañana de marzo, entré a tomar mi primera clase con Máximo Rodriguez en una aula de la EMPA. Máximo me saludó con una amabilidad distante, apoyó una mochila escolar en el suelo y sacó un metrónomo de madera. Era como un marciano saliendo de su casa subterránea. No quiero inventar, pero hoy tengo la sensación de que el marciano sonreía. Como si dijera: “Bienvenido, amigo, ahora vas a ver lo que es bueno.”

Hace poco Máximo confesó algo que ya todos sus alumnos, ex alumnos, colegas y amigos sabíamos de siempre: él es un talibán del metrónomo. La pregunta es ¿por qué? Hay una belleza firme en la coordinación, hay belleza en afinar. Es la belleza que se da cuando hay encuentro. Lo mismo pasa con el ritmo. Antes de que habláramos, mucho antes de que escribiéramos, antes incluso de que los hombres y las mujeres empezaran a entender el ritmo del sol, la luna y las estrellas, antes incluso de la última glaciación, un grupo de homo sapiens empezó a golpear con huesos y piedras un árbol hueco. Golpeaban todos juntos. Eso los unía. Los estimulaba. Les daba poder. Es posible que gritaran. Llevar el ritmo todos juntos hacía surgir una intuición: eran un grupo, una tribu, una comunidad.

Hoy cuando escuchamos el bombo en negra en una disco, y eso nos trae alegría, nos resulta sensual, y nos da ganas de movernos y bailar, es posible que ese sonido active recuerdos muy antiguos que tenemos como especie. Irse de tiempo, ¿no es acaso una forma de egoísmo? Como dijo Thelonius Monk y transcribió el saxofonista Steve Lacy: “Just because you’re not a drummer, doesn’t mean that you don’t have to keep time.” Se podría traducir como “Solo porque no seas baterista, eso no quiere decir que no tengas que mantener el tiempo.” El verbo es feliz. To keep, que puede traducirse como guardar, conservar, mantener, continuar, pero también, y aunque suene contradictorio, seguir y quedarse. Seguir y quedarse. Como en la frase He kept working until four. Siguió trabajando hasta las cuatro. Se quedó trabajando hasta las cuatro.

Hay una obra de John Cage en la que se ponen en escena cien viejos metrónomos de madera y se los hace sonar hasta que el último se detiene. Vi la obra en el Instituto Goethe a mediados de la década del 90. Eran muchos metrónomos en el escenario, a diferentes velocidades. No puedo decir si la obra me gustó o no. Por un lado, era aburrida, por el otro, había una insistencia en ese sonoro ejército de marcianos color madera que recordaba la pedagogía de Máximo. El ritmo también es una ética.

Ahora vuelvo a leer leo los sonetos de Rodrigo Terranova, que no es pariente mío, o quizás sí, y pienso que es el ritmo el que lo empuja y lo regula como poeta. Hace poco compré y leí el libro Palabra de Bioy, conversaciones son Sergio López. No es gran cosa. Bioy habla bien y siempre es interesante saber de él, pero en esas páginas ya está viejo. Amable, educado, algo cansado también, Bioy dice lo que decía siempre. Sin sorpresas, es, sin duda, un libro de despedida. Pero hay momentos que valen la lectura. En especial uno en que habla de los versos y el metro involuntario en la prosa y cómo corregirlos. Están hablando del estilo, y López en un momento le pregunta por Faulkner. ¿Le gusta Faulkner? Y Bioy Responde: “Cuando es más sencillo, me gusta.” Ahí hay también una lección sobre el ritmo.