Lunes. Brecht en su diario de trabajo: “Me satisface imaginar que los progresos que creo haber hecho los he ido conquistando en retiradas sucesivas. Y éstas, a su vez, han estado precedidas siempre, o casi siempre, por ofensivas.” Conquistar retirándose. Es un concepto útil. Se pasa al ataque, con entusiasmo inclusive, y luego, cuando se constata que uno no puede sostener la posición, y escribiendo uno nunca puede sostener mucho tiempo su posición, se retrocede y así se progresa. La cuota de resignación, hasta de sacrificio, esa libra de carne, es lo que no falla. Siempre está ahí.

Es parte del oficio de escribir. La lengua y su mercantilización, el conocimiento, el saber, funciona así. El dinero es mucho menos ambiguo. Está ahí. Se acumula. Por eso los hombres lo prefieren. Palabras y dinero. Dos excreciones, dos productos excrementicios. Pero diferentes, sin duda.

Martes. Veo Un´ora con Rodolfo Wilcock, breve documental hecho por la RAI en el cual Wilcock no dice nada importante y se la pasa tirado en la cama o el pasto. No se lo ve de pie en ningún momento. Sí, una vez, con su perro, caminando y al final, cuando se va, mientras la voz en off lee un poema. Pero la entrevista se hace con un Wilcock que yace y desde esa posición no sorprende con nada, salvo una amargura poco lúdica, un largo rosario de imposibilidades, de desmitologizaciones que apuntan, claro está, a contradecir los lugares comunes que la entrevista televisiva puede ofrecer sobre arte y cultura. Igual es lindo escucharlo hablar. Es 1973 y Wilcock se queja de la crítica literaria, como antes se había quejado Arlt y como ahora nos quejamos nosotros. Aunque quizás Arlt y nosotros tengamos más afinidad. No hay crítica porque la crítica corroe. Bien. Entonces se la aleja. Wilcock dice que directamente no existe, y si existe es parasitaria, y señala que es “una ciencia imaginaria como la cibernética” y que se la creó para lucrar.

Más tarde. Uno puede pasarse toda la pandemia acostado, como Wilcock. Pero no parece ser una opción, sino una especie de imposición. Y de golpe, la cuarentena ya no existe más. En la televisión dicen que la ciudad volvió a un noventa por ciento de su actividad anterior. Reabren centros comerciales, pequeños comercios, transporte público… Lo único que no vuelve es la escuela y las dependencias educativas. El tráfico en la calle se va componiendo. Vuelve el ruido. El clima mejora también. Esa coincidencia es llamativa. El frío invernal se va y llega la primavera. Empieza a hacer calor, un clima más templado. Hay que empezar a usar barbijos de verano, se dice.

Miércoles. De madrugada, leo a Wilcock, El lago de Ginebra. De ahí traduzco estos versos: “Una especie de amor me trajo aquí:/ vine, bebí el amor, perdí el sentido./ Pero cuando este amor termine/ yo también seré esqueleto en el bosque/ que separa el lago del cementerio."

Jueves. Molière tenía un único objetivo cuando escribía: hacer reír a la gente honrada. No es poco.

Viernes. Lo mejor que leí en estos días es la nueva Encíclica del Papa Francisco, Fratelli Tutti. Tiene una claridad y un carisma, un aplomo, que le falta a los analistas políticos actuales. Incluso entiende y condena el uso de las injurias y las agresiones de las redes sociales. Hasta cierto punto es sorprendente. Y de una forma también bastante llamativa era previsible. La vieja Iglesia Católica poniendo orden en el desenfreno contemporáneo, idiota y estridente. Dios bendiga al Papa y a su Iglesia.