Lunes. Salí a hacer mis compras con el barbijo. Vi que la librería del barrio, un local pequeño a la calle, estaba abierta. Me acerqué. Habían puesto los cajones de libros baratos y ofertas en la vereda. Miré un poco. Fui a hacer las compras y cuando volví revisé una vez más y compré una edición de Ubú rey del CEAL, un raro libro de historia del nazismo, El Apocalípsis profético de San Juan, de un tal Joan Llarch, y un album de stickers de Adventure time. El libro sobre el nazismos se titula Antes, durante y después del Tercer Reich, un buen título. Editado en rústica durante 1968, la tapa es en blanco, negro y naranja. La editorial es Calicanto. Por ningún lado aparece nombre de autor. O sea, es un libro sin firma.

Según googlié Joan Llarch es un ensayista catalán de temas variados. El álbum de Adventure time es genial. Retoma muy bien los personajes icónicos de la serie. Apenas los compré me di cuenta de que había en mí, en mi elección, cierta intención de síntesis. Las cuatro publicaciones se conectan. Alfed Jarry, el nazismo, el Apocalípsis, Ubu Rey, Finn y Jake, el pop, lo sagrado, la violencia, lo profético, la picaresca, la fe. Quizás la compra sea mucho más descriptiva de un interés y una forma de leer. El lector es su biblioteca, sus apuntes, sus subrayados, pero también los libros que compra de oferta, al paso, en una librería de barrio.

Martes. Cada vez hay más infectados pero la cuarentena se va ablandando. Por un lado es un alivio, por otro, una sorpresa fea. “Mi cuerpo es mío” decían las feministas antes de todo esto. Antes habría que preguntar ¿dónde está mi cuerpo? ¿Enjaulado, encerrado, libre en la naturaleza, cautivo de nuestras calles y nuestras máquinas? El otro también comparte tu cuerpo. Una buena parte de las historias que contamos hace siglos sirve de ejemplo.

Más tarde. “¡Mierda!” empieza Ubú rey. Es famoso, conocido. Pero no puedo dejar de citarlo.

Más tarde. Twitter se está convirtiendo en Tlön.

Miércoles. Iniciada de facto la cuarentena blanda, anunciada por presidente y ministros, ¿qué nos queda de la pandemia? ¿El conteo de enfermos en la televisión? ¿Un vago sentimiento paranoico de muerte? Compré por correo un libro escueto que sacó Anagrama en 1970 y que compila el ensayo Freud y Lacan de Louis Althusser y El objeto del psicoanálisis de Jacques Lacan. Me llegó hoy. La portera me lo pasó en un sobre por abajo de la puerta. Se lo voy a regalar a mi madre porque el domingo cumple setenta años. No va a ser una sorpresa. Le avisé. Le mandé un mensaje. Hace poco hablamos de Althusser, de su locura, de su marxismo, de sus internaciones y de esa venia que dio en la década del sesenta para leer a Freud y Lacan. Mi madre me dio descripciones muy precisas de la vida sexual de Althusser. Me sorprendió.

Jueves. Leo sobre la vida de Joan Llarch i Roig en Wikipedia. Era huérfano, peleó en la Guerra Civil en la Quinta del Biberón y participó en la batalla del Ebro con la 60ª. División republicana. Fue capturado, pasó por campos de concentración y, cuando la guerra terminó, hizo un servicio militar de cinco años en el ejército vencedor, un castigo habitual para los miles de soldados que no se podían o no se llegaban a fusilar.

Viernes. Murió Hugo Correa Luna. Trabajaba dando talleres y mantenía un perfil muy bajo. Robles lo trataba porque daba clases en Casa de letras. Al parecer escribía sus novelas en soledad, y no publicaba porque se había cansado de no encontrar editor. Había cierto cansancio y cierta resignación en eso. Robles me dice que tenía una novela de mil páginas, un fantasy, en proceso de corrección. Cuando alguien muere hoy, la pregunta es sobre el virus. ¿Murió de eso? Pero Correa Luna tenía cáncer. Leo en la web una breve reflexión que escribió hace un tiempo sobre un cuadro de Magritte, El jockey perdido. Es clara, límpida, empática. Que Dios lo bendiga.