Lunes. En 1919, Freud da a conocer su ensayo Das Unheimliche, traducido como Lo siniestro en su primera versión española que se hizo en Buenos Aires en 1943. Heimlich, Unheimlich. Heimlich, Unheimlich. Hay ahí una clave para pensar las contradicciones, todas las contradicciones, de la modernidad. Y eso que son muchas.

Martes. Comienzo, casi sin entusiasmo, la lectura de El mal menor de C. E. Feiling. ¿Qué encuentro? Por ahora no mucho. Terminé ayer Su turno de Laiseca. Me resultó entretenida y malograda por la poca paciencia narrativa de su autor. Puedo entender todo, todas las desprolijidades y falta de consistencia, pero el final con una nota al pie me parece un error irremontable. Al repasar mis subrayados entiendo que Laiseca tenía tanto talento, y veía lo que tenía que hacer con tanta claridad que caía en la tentación de enturbiarlo, de mancharse, quizás por el mero placer de transgredir el deber ser. El mal menor me parece un buen título. Me gusta la ilustración de la edición de Planeta.

Miércoles. Vivo rodeado de libros con la sensación de no estar leyendo nada.

Jueves. Releo a Lamberti, uno de los mejores narradores de mi generación.

Más tarde. ¿Qué novela de terror nos salvará de la cuarentena?

Viernes. Escribo hasta la madrugada. Ordeno mis papeles y mis archivos. Hace frio. Tomo dos o tres tazas de té. Durante la tarde, mi balcón tiene el sol del invierno de la cuarentena. Es un buen sol, un sol que da esperanza y sentido. Abajo, pasa el tren Sarmiento. Si duermo la siesta a veces me despierta. De madrugada no pasa. Los cimientos de mi psiquis comienzan a acomodarse. Ya no siento cada vez que cierro los ojos que el edificio va a desmoronarse. Mis manos están bien. Son mis ojos los que fallan, pero todavía me arreglo. Tengo que ir al oculista, pienso. Aunque desconfío. Matías Raia buscó en el Borges de Bioy las menciones de Roberto Arlt. Un ejercicio simple pero rendidor. Borges lo condena y a veces lo salva. La breve antología de Raia, publicada en su blog, Golosina Canibal, retoma una vieja anécdota. Borges y otros escritores piensan en un bar de la década del 30 en hacer una revista. Dudan sobre el nombre. Arlt se ríe de ellos. Borges dice: “Arlt, con su voz tosca y extranjera, preguntó: ‘¿Por qué no le ponen El Cocodrilo? Ja, ja.” En otra entrada del diario de Bioy vuelve a citar la voz de Arlt como “extranjera.” Esa ligera xenofobia borgeana me convida a decir que El cocodrilo me resulta un buen nombre para una revista literaria. ¿Quién de nosotros editará El cocodrilo? Dedicarse a las letras es dedicarse a vender, a mostrar, a mercadear con uno mismo.