Libros y Lecturas
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- Escrito por Juan Terranova
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Lunes. Guerber en Twitter sobre el estilo ñoño de los libros de matemática: “Detesto ese estilo con toda la furia. Presupone en el lector el mismo humor estúpido del autor. Un precursor: Einstein.” Coincido. ¿Entonces? Necesidad de la disonancia, del roce, de la precisión. Cosas del estilo, supongo, del estilo y también coincidencias de la amistad. Quizás sirva, para entender un poco más nuestro paisaje, recordar que el cuarteto para cuerdas número 19 de Mozart, conocido como “El disonante”, fue el último de una serie de cuartetos dedicados a Haydn. Creo que el romanticismo se ofrece muy rápido como el único que puede extrañar la realidad. Pero el clasicismo combate el caos y eso también sirve. Su aire adusto y contenido permite la distancia y el recorte en medio de un mundo arrebatado por proyectos incomprensibles. Cada tanto, también un poco de humor. De esas contradicciones está hecha la modernidad. En Do mayor, como te gusta, Joseph. Del principio ¿qué decir? Un guiño a la época, algo entre colegas para que disfruten todos.
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Sábado. Feria del libro. Ese malestar auditivo de los libros… En el stand de UPCN se leía poesía sindical argentina. Escuché un poco y me fui a ver qué podía comprar. Me llamó la atención un libro sobre geometría no euclidiana. Era un libro muy bien editado, tapa dura, de origen español. El título, algo ñoño: Una nueva manera de ver el mundo. La geometría fractal. La autora es María Isabel Binimelis Bassa. Lo hojié y confirmé que estaba escrito con el estilo poco depurado, confiado e infantil de los matemáticos. Igual lo compré. Después, mientras caminaba por los pasillos llenos de gente y miraba otros stands, pensé en la feria como un organismo orgánico, no euclidiano, difícil de reducir a números.
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Lunes. Encuentro en la web Dante y Virgilio en el infierno de William-Adolphe Bouguereau. El alquimista y hereje Capocchio es mordido en el cuello por Gianni Schicchi, un mercader de identidades, en el octavo círculo del Infierno, el de los falsificadores. Bouguereau vivió ochenta años, pintó ochocientos cuadros y fue un académico con poder y prestigio. No se lo olvidó pero tampoco se lo recuerda mucho. Según Wikipedia, Gauguin, Cézanne y Van Gogh lo ninguneaban. Con esa expresividad, ese nivel de detalle, esa rodilla en la espalda, ese diablo volador, ese vampirismo explícito y ese manejo del color y la luz yo lo siento contemporáneo, fílmico, precursor del pop, de Hollywood, de la Revista Columba. Aparte, Dante y Virgilio parecen dos viejas asustadas, lo cuál me cae simpático.
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Lunes. Leo Los chicos de la guerra de Daniel Kon. Me sorprende. Me gusta. Lo empecé a leer contra el título. No eran chicos, eran soldados… Sin embargo, pese a las intervenciones de Kon -siempre algo idiotas- el libro se deja leer. La experiencia de la guerra se escucha, está ahí. Se perciben muchos recortes y condicionamientos pero igual se abre paso. También es el momento de la fundación de muchos de los mitos de Malvinas. Otro momento de fundación de mitos, bestialidad historiográfica y mentiras es el artículo que García Márquez publicó en el país en abril de 1983. Se llama Las Malvinas, un año después. Es de lo peor que leí en mi vida.
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Lunes. Veo por primera vez The Rocky Horror Show, una película que demuestra que la líbido de una fiesta ajena puede ser más aterradora que una casa embrujada, o cualquiera de los experimentos sádico-tecnológicos del siglo XX. ¿Es puro vestuario, maquillaje y canciones o hay algo más? La mala lectura de la ciencia ficción no me parece tan extraviada, más bien es mimética. Si un adolescente se la pasa leyendoa Campbell y a Asimov es posible que cuando llegue a la pubertad entienda o produzca The Rocky Horror Show. Como fuere es el encuentro de Barbarella, de 1968, con Cabaret del 72. Pero ya en sus inicios la ciencia ficción alimentó esa ridiculez esencial, ese desfase alucinado, cierto delirio, ese inicio residual. Tengo que recordar comentarle esto a Robles.
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Domingo. Le paso fotos de pasaportes de países que ya no existen a Robles y enseguida me contesta: “Qué hermoso el siglo XX. Desde hace un rato estoy googleando cosas sobre Vladivostok. Encontré un montón de datos e historias, la recorrí de arriba abajo en Google Earth. El siglo XX es nuestro pulp, lo leo como si fueran historietas de superhéroes o historias de ciencia ficción. A quién le importa el futuro.”
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Domingo. Soñe que iba a visitar a Ricardo Piglia a una casa custodiada. Había efectivos militares en un gran playón de entrada. Algunos incluso hacían ejercicios de combate. A la casa entraba con un grupo de escritores de mi generación, algo fantasmales. Ellos tenían miedo. Yo no, yo quería hablar con Piglia. Unas mujeres nos llevaban a una sala decorada con objetos blancos. Era una salón bastante pop, amplio, algo sesentista. Piglia llegaba y yo quería hablar con él, sí, pero él no hablaba. Después se iba con ese gesto tan definido que tenía de desinterés por las cosas desconocidas.
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Lunes. Volví de Malvinas sin ganas de leer. Me impresiona esa sensación. No es desconocida. Pasé por períodos similares. Pero nunca después de haber ido a Malvinas. La novela de Hemingway tiene un excelente principio. Pero luego cae en una historia de amor simétrica y predecible. Quizás en su momento pudo haber sido interesante. Ahora me suena un fatua. Le retomo un par de veces sin lograr continuidad, sabiendo que mi cabeza está en otro lado. Pero ¿en dónde?
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“Las fronteras ponen a las personas en contra del paisaje y en contra también del cerebro y su sentido común” escribió Hertha Müller. Malvinas, o mejor dicho las Falkland Islands, convierten al visitante en lingüista. Esa no es, no debería ser, una pérdida o un degradación. ¿Pero qué es Stanley? ¿Un barrio inglés en la Patagonia insular? Acá no hay lucha de clases, no hay movilidad social, no existen las variaciones demográficas, no hay eso que los argentinos llaman inseguridad. Es una sociedad ajustada que funciona, y si hay problemas con el alcolismo o la pedofilia -traumas sociales no solo británicos- se los combate y controla. Se trata apenas del viejo imperio, algo aggionardo, haciendo sus negocios. ¿Y la gente que vive acá es feliz? Desde luego. Los protestantes hace mucho tiempo entendieron que ese tema de “la libertad” y el otro tema de “la identidad” están muy sobrevaluados. En las islas la democracia funciona para los británicos, para los otros que no son ciudadanos británicos, hay trabajo y buenos créditos para pagar tu casa y tu Land Rover.
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Lunes. No encuentro qué leer y vuelvo a Hemingway. Agarro de la biblioteca Al otro lado del río y entre los árboles. En la vieja traducción de Planeta. Miro el pie de imprenta. 1976. Leo los tres primeros capítulos. Los recordaba así, hasta en los detalles. Pero hoy me gustan todavía más. Me gusta cuando el protagonista entierra dinero en el antiguo campo de batalla. Y piensa: “Ahora está bien. Hay mugre, dinero y sangre; fíjate cómo crece el musgo y el hierro de la tierra con la pierna de Gino, las dos piernas de Randolfo y mi rótula derecha. Es un monumento maravilloso. Tiene de todo. Fertilizante, dinero, sangre y hierro. Suena a nación. Donde haya fertilidad, dinero, sangre y hierro, ahí está la patria. No obstante, necesitamos carbón. Deberíamos conseguir algo de carbón.” Y después escupe. Hemingway sigue ahí, esperando que llegues con tu ansiedad y tus dudas para mostrarte el camino.