Libros y Lecturas

Domingo. El sábado trabajo en la Noche de los Museos. Me aburro. Me acuesto tarde, cerca de las cinco de la mañana. Me levanto y decido viajar a Mar del plata, a ver unos amigos. Miro en Internet los horario y los pasajes. Elijo la una de la tarde. Ajusto los tiempos para pasar el mínimo tiempo posible en Retiro. Llegó media hora antes. Voy a la boletería. No hay pasajes para la una. Me quejo. Digo que en la web había lugares. Me dicen que la página no actualiza. Próximo bus, tres de la tarde. Otras empresas, misma situación. Miro a mi alrededor. El viejo y conocido purgatorio de Retiro. Esa agente, esas caras, esos pisos, esa iluminación. Pienso en una playa paradisíaca, pienso en una mujer, en el sol, en el mar, en el cielo. Podría ser peor, podría ser de noche, y quedarme sometido a la espera en la penumbra sucia de la terminal. Me resigno. Compro pasaje para las tres en Empresa Argentina. (Buscar en Borges la referencia a la “empresa argentina.”) ¿Qué vamos a hacer hasta las tres? preguntaría Godoy. (Creo que él y Falco y Lamberti tenían un sello de plaquetas de poesía en Córdoba que se llamaba ¿Qué vamos a hacer hasta las seis?) Bajo de las boleterías a la zona de los bares y los negocios. Retiro, purgatorio de las almas proletarias, de las esperas y las esperanzas. Elijo leer y escribir. ¿Qué más podría hacer? Si puedo leer y escribir ya no es tan malo. No puede ser tan malo… La terminal tiene un wifi centralizado que no anda mal. Y sin embargo, hay un pliegue que me hace tropezar. ¿Y si leer y escribir, justamente leer y escribir, formara parte de mi castigo, de mi purga? ¿Y si Retiro no fuese más que un momento de un continuo que me impide ser yo mismo, ser en el cuerpo, trabajar con los brazos, con las piernas, matar, amar, emborracharme, construir, guerrerar, conspirar, dirigir, traicionar, ganar, perder? En el bar que elijo la televisión sintoniza mal. Hay dos viejas almorzando. Comen con lentitud. Parecen monjas, pero no son monjas. Me instalo y leo. No me siento condenado. Tampoco necesariamente bendecido.

Domingo. Spleen. Pero hay sol en el cielo y ya se siente el calor del verano que llega. Miro a Jean-Michel Vappereau en YouTube. Habla sobre la violencia. Dice: “En el fracaso hay una satisfacción más grande que en las cosas que marchan bien. Esa es la estructura misma de los simbólico” Qué frase dura, llena de aristas incómodas. Otra frase. Hemingway en carta a Gertrude Stein. 1920: “Le mostré mis poemas a Ezra Pound. Dijo que yo era un gran cuentista.” (Pero leo algunos poemas de Hemingway en Internet y me gustan.) Y leo y releo también este fragmento de Ballard: “Creo en la misteriosa belleza de Margaret Thatcher, en el arco de sus fosas nasales y el brillo de su labio inferior; en la melancolía de los conscriptos argentinos heridos, en las sonrisas hechizadas del personal de las estaciones de servicio; en mi sueño sobre Margaret Thatcher siendo acariciada por ese joven soldado argentino en un motel olvidado, observados por un empleado de estación de servicio tuberculoso.”

Lunes. Cuando el capitalismo habla sin máscara. ¿Quién se anima a mirarlo a los ojos? Escuchar viejos discos. Tener paciencia. Ser amable. Odiar en secreto.

Lunes. Hoy es feriado. Me despierto temprano. No puedo dormir. La calle está vacía. Leo que ayer el artista ruso Piotr Pavlenski incendió un banco en París.

Lunes. Primer día de unas vacaciones no del todo indeseadas. “Copiare il vero può essere una buona cosa, ma inventare il vero è meglio, molto meglio” decía Verdi.

Lunes. Un tirador desde un piso 32 de un hotel en Las Vegas mató más de cincuenta personas que asistían a un recital de música country. Hay como doscientos heridos. Seguramente las cifras suban a medida que se sepa más. El tirador se suicidó, era un ciudadano modelo, se había hecho musulmán, etcétera. Después dijeron que había muerto Tom Petty. Y después al parecer no había muerto. ¿Baleado? No, enfermo o de viejo. En Internet se dio un efecto gato de Schrödinger por el cual Tom Petty estaba vivo y muerto al mismo tiempo. Mientras leía sobre el tirador de Las Vegas pensaba en una escena dramática. Llevás una semana apostando, tomando, fornicando, pensando en el azar, en el pecado, en los excesos y en el dinero. Y de golpe te matan. No parece tan mal final, después de todo.

Lunes. Un poco de desesperación vespertina. Luego, nada. Me alivia la perspectiva del viaje.

Lunes. Guerber narra un episodio: “Una vez vi a un viejo profesor cayendo por las escalinatas de la Universidad de São Paulo. Caía unos escalones, se levantaba, volvía a caer. El proceso de caída me llamó mucho la atención, porque demoró alrededor de 15 minutos para llegar al límite inferior. Yo lo observaba atentamente. Conté siete caídas. Después el viejo profesor pasó a mi lado y le agradecí efusivamente el gran espectáculo. Era de noche. Posiblemente nosotros dos (el observador y el observado) hayamos sido los únicos habitantes del campus de la Universidad. Esa noche llegué a casa y me quedé hasta las 4 de la mañana leyendo a Beckett. Así funciona el arte, queridos amigos.”

Lunes. Internet nos mostró que el mundo es un lugar horrible, lleno de gente insatisfecha. Insatisfecha con su cuerpo, con su trabajo, con su familia, con su pareja, con su mente, con sus fantasías. Internet nos mostró todo eso y nos dijo que toda esa gente podía hablar y podía expresarse y agredirse y agredirnos. Internet nos mostró lo que ya sabíamos que existía y que siempre existió: la cruel verdad de que el hombre está enfrentado a sí mismo. No a otros hombres. O no solo a otros hombres. Y que cuando se enfrenta a sí mismo pierde irremediablemente esa confrontación, lleno de ansiedad, de frustración, de celos, de envidia. Internet llega para liberalizar nuestras costumbres pero llega tarde cuando nuestras costumbres ya fueron sometidas a proyectos de una libertad sistemática, fraudulenta, obligatoria. Internet es así una máquina redundante, que satura todo. En ese sentido los androides son diferentes. No son humanos. Pero irónicamente nos vienen a demostrar que los humanos podemos ser mejores o que algo parecido a nosotros puede ser más humano que nosotros mismos.

Sábado. Leo una entrevista, de hace unos meses, a Alan Pauls. Salió en La Nación. Antes de las preguntas, Victoria Pérez Sabala, una periodista tilinga, escribe: “Por los pasillos de la casa, Pauls camina entre cientos de autores: los mejores. Por un lado ficción, por otro, no ficción. Debería tener un castillo para poder albergar todos los libros que quiere.” ¿Un castillo? ¿Esa es la idea que le genera una biblioteca grande? Pero más me llama la atención “cientos de autores: los mejores.” Desde luego, hay cientos de autores que son los mejores. Los mejores, para decirlo al revés, llegan a ser unos cientos. No más. Ahora bien, ¿Pauls solo lee a los mejores? ¿No lee a los que no son mejores? Creo que hay algunos buenos entre los no mejores. Y de paso, solo leer a los mejores es limitado. Estoy seguro que Pauls tiene una biblioteca secreta para los no tan mejores, una biblioteca que puede dar grandes momentos de concentración, descubrimiento y placer lector, tantos como la biblioteca principal que recorre y le muestra a los periodistas.