Libros y Lecturas

Lunes. Volví ayer de Guayaquil. Hoy veo Me deben tres, una película de 1992. Es sobre los veteranos de guerra, no sobre la guerra, y se hizo a diez años de Malvinas. Un veterano dice: “Me deben tres, me deben los compañeros, me deben la traición y me deben las islas.”

Tengo un amigo, argentino de origen piamontés, cuya principal actividad en la vida es la sostenida y permanente lucha por pagar el alquiler más barato posible. Vivió en varias ciudades argentinas, donde recorrió y alquiló en muchos barrios diferentes, y finalmente emigró a México, siempre con el mismo objetivo vital. Entiendo que no le interesa ser propietario. No se trata de ese tipo anhelo. Un amigo en común que tenemos definió la anagnórisis como el momento en que se paga el alquiler. Otro amigo dijo que había que hacer un reality show. ¿Cómo sería? ¿Un argentino viaja por el mundo buscando el alquiler más barato? ¿De cuánto dinero hablamos? ¿Qué calidad de alojamiento podemos encontrar por cien euros, por siete mil rupias, por doscientos dólares mensuales? Las reglas podrían ser muchas. Por ejemplo, se le da una cantidad de dinero y se le dice: “arreglate, a ver qué conseguís.” Hay público para un programa así. Se lo rodaría en los patios del conurbano del Cairo, en los barcos habitaciones de Hong Kong, en las ya muy turísticas favelas de Río de janeiro, en chozas y pensiones de Vietnam, en casas abandonadas de Detroit, en viejos edificios soviéticos del Gran Moscú y en monoambientes de Oslo, La Paz y Barcelona.

Lunes. “El fenómeno que examinaré es muy difundido y muy obvio, y sería imposible que otros no lo hubieran advertido, al menos ocasionalmente” dice Austin en Cómo hacer cosas con palabras. Cambié la silla en el trabajo con la esperanza de erradicar del todo el dolor de espalda, que es ya un residuo pero no por eso resulta menos molesto.

Lunes. Después de las Pascuas, hoy es 2 de abril. Trabajo en el Museo. La semana pasada Mavrakis publicó en una nota en Revista Paco donde una mujer analiza las posibilidades de tener un lenguaje igualitario. Lo hace en serio. Reemplazar las letras o por equis, esa línea paralinguística, ese tipo de igualdad. Mavrakis dice que es irónica. Luego publica el artículo y se va a Londres. No creo que se escape. Al menos no de estas especulaciones extraviadas. ¿Demasiada intimidad aquí, o más bien demasiada poca intimidad? Mejoremos la pregunta, ¿cuánta intimidad es necesaria? Es la pregunta que nunca hay que hacerle a Internet.

Lunes. “Monta tu película a medida que la filmas. En ella se forman núcleos (de fuerza, de seguridad) a los que se aferra todo el resto.” Bresson da ese consejo. Creo que sirve para escribir novelas o ensayos. Hay que hacer planes pero también sirve ir entendiendo, descubriendo, la historia a medida que se escribe. Sí, sirve ir leyendo sobre el tema mientras se escribe. Se corre el riesgo de meter la pata, pero da mucha fuerza. Es lo más parecido que tenemos a la música, a la improvisación. Una lenta improvisación. Ir descubriendo detalles, datos, giros y hacer piruetas para meterlos en la trama o en la argumentación. (Aunque la ficción es más plástica, y más receptiva, que el ensayo.) Dicho rápido, esos “núcleos (de fuerza, de seguridad)” son los que sostienen todo y no se pueden premeditar y parecen bastante imprescindibles. Me tienta llamarlos “núcleos de verdad.” ¿Por qué? Un texto sin verdad, siempre, al final, va a ser una mierda. Y para la verdad se necesita ser fuerte, en lo físico, y en lo emocional.

Lunes. El jueves pasado se cumplía un aniversario de la muerte de Sofovich. Juan Manuel Strassburger lo recordó para los amigos y eso disparó una larga conversación sobre cine de los ochentas con Robles. Durante el fin de semana, hablamos sobre El desquite, la película de Desanzo con Ranni, De Grazia y un Gerardo Sofovich que para mí se come la película. “Un actor está en el cinematógrafo como en un país extranjero. No habla la lengua” decía Bresson.

Lunes. Leo en la web que hay muchos más aviones hundidos en el mar que submarinos en el cielo. Es una frase graciosa, infantil, pero también irrefutable. El dolor de espalda parece controlado. Se va de a poco pero a veces vuelve. Temo que tenga que hacer algo más. ¿Qué sería ese algo más? En Mercado Libre compro Sobre la ciencia ficción de Isaac Asimov. Lo leo para corroborar que pensamos diferente en casi todo. No tenemos ni la misma idea de ciencia ni la misma idea de ficción.

Lunes. Releo algunas ya viejas entradas de este diario. Me resultan muy afirmativas en el sentido de “positivas.” Incluso alegres, ingenuas, incluso de pálida y soterrada indiferencia. ¿No debería la lectura ser crítica, impactar en algún lugar? ¿Qué es, de dónde sale, esa amabilidad? Mucho calor en Buenos Aires. Transpiro. Debería ser más cáustico aquí, en estas líneas, en este lugar. No creo que lo logre. Debería dormir más y mejor. No puedo. ¿Por qué?

Domingo. Aprovechando los feriados de carnaval, alquilo por dos días un departamento en Pilar. Manejo por la ruta 9, después por la 8 y llego en media hora. El complejo de departamentos es una manzana con cuatro edificios y en el centro hay un gran jardín con el pasto cuidado y una pileta con sombrillas y reposeras. En la puerta, un hombre me da la llave. Dejo mis cosas, duermo apenas la siesta y bajo a la pileta. Hay mujeres gordas hablando de comida, hombres muy bronceados. Hablan en voz baja. El agua refleja el cielo. Nado. Me gusta el silencio y el sol. Un hombre joven lee El jugador de Dostoievski en la edición de Eterna Cadencia. Yo leo a Holmberg. Media hora después aparece una chica muy joven, se acomoda en una reposera y sin sacarse los anteojos oscuros empieza a tomar sol mientras lee High Hitler, una historia de las drogas en el Tercer Reich. Me acerco y le preguntó cómo está el libro. “Nada que no sepamos” me responde.

Lunes. De todas las sonatas para piano, una obra a la que vuelvo siempre es la número 8 en Si mayor, Op. 84 de Prokofiev. Me gustan las disonancias adultas del comienzo, ese motivo que vuelve, expresivo, distante, serio, pero a la vez inteligente, desafiante. (¿Qué diría Prokofiev de esa adjetivación? Supongo que no diría nada.) Esas disonancias iniciales son una puerta que entiendo nos ponen una prueba, nos invitan a entrar, como un anfitrión que dice “vengan, pero antes escuchen esto, no los quiero engañar, lo que sigue es así.” Luego hay una serie de arpegios marcados con graves que son menos agresivos, unos agudos suaves que recrean cierta arquitectura general de la obra. Incluso en el vértigo o la velocidad no se va nunca de esa idea general de cosa seria, adusta, y a la vez proba, que se permite los matices, la sensibilidad. Es una música encontra del infantilismo, de lo lúdico idiota. La versión es Richter resulta un poco brumosa, por el piano en el que tocaba, por su romanticismo intrínseco, dramático, y por la grabación en sí. Pero si la música fuera perfecta, no existiría y no debería existir.