Libros y Lecturas

Lunes. No leo ni escribo nada. Estoy cansado. Trabajo en un libro, en dos, en tres, en varios más, pero no escribo. También intento descansar sin éxito. A la tarde voy a la librería Aguilar y compro el ejemplar de la revista El Banquete que elegí no comprar hace unos días. Estaba ahí, como riéndose en silencio.

Sábado. Hacia las diez de la noche tomo el 152 hasta Retiro. Saliendo del centro, el colectivo para en un semáforo y desde la ventanilla veo al conserje de un edificio. El edificio es señorial, antiguo. La puerta es de hierro y vidrio, y atrás, en el palier mal iluminado, el conserje lee. El semáforo es largo y eso me da tiempo para estudiar los detalles. Pero no sé qué lee. No logro ver qué lee. Es un libro, pero ¿cuál? Pienso en el silencio, en la noche larga. Lo envidio. Cuando el colectivo arranca leo dos líneas más de un cuento de fantasmas de Henry James. Unos minutos después me anticipo. Tengo tiempo. Falta una hora para la partida. Así que camino un poco por El Bajo. Encuentro una parada de Metrobus que se llama Ricardo Rojas. No hay mucha gente, aunque se ve algo de tráfico nocturno. Le dedico un pensamiento a Rojas. Es un pensamiento amable, de entendimiento. Después llego a la terminal con esa mezcla de euforia y soledad ansiosa que me agarra cada vez que voy a dejar Buenos Aires.

Lunes. Con Robles, decidimos dar un taller de lectura de Henry James. Nos sorprende que haya interesados. Ya hay incluso un par de inscriptos. (Siempre se puede confiar en un buen prosista. A la larga ellos ganan.) Me pongo a revisar mis viejas lecturas. Compro una biografía por Mercado Libre. Compro otros libros. Descargo cuentos en inglés. Miro fotos de James en la web. En su cara poco agraciada se puede ver su realismo sutil y también ese dejo de astuta amargura que uno siente cuando lo lee.

Lunes. El psicoanálisis, una cura por la palabra. Dicho así es hasta gracioso. A mí la palabra no me trajo más que ambigüedades, incomodidades, desafíos idiotas, pobreza, un sentimiento de bienestar y sentido, como una droga, pero no una droga muy cara. Ayer un tipo empezó a golpear a la una de la mañana y siguió hasta las cuatro. Tres golpes secos cada cinco minutos en la puerta de al lado. Toda la madrugada así. Pensé en llamar a la policía pero él mismo se castigaba en esa frustración. Lo dejé. Me dormí y hoy ya no estaba.

Lunes. Me conseguí un ejemplar de Yorga, el hombre lagarto, una fotonovela de 1973. La fotonovela es un género raro, mucho más estático que la historieta, y lo que cuenta esta es muy bizarro. Yorga es una especie de superhéroe lumpen. En la vida diurna, hombre normal, que luego transforma en un hombre lagarto para luchar contra los malvados o todos los que intenten lastimarlo. Cuando está convertido en hombre lagarto es invulnerable a las balas y tiene una fuerza sobrehumana. La careta del actor parece un pasamontañas dibujado de escamas. Mi ejemplar trae una aventura que se llama Safari al infierno en la que Yorga pelea contra un grupo de guerrilleros en lugares que recuerdan el delta del Tigre. En la tapa aparece un guerrillero con sombrero blanco y corbata blanca, una ametralladora y barba. Lo que más me impresiona de la revista es que se haya hecho en 1973, el año de la vuelta de Perón a la Argentina.

Lunes. Soñé que estaba en una pequeña aula, con docentes y alumnos de guardapolvo, en un acto donde se celebraba alguna efeméride de San Martín. Había un busto, una bandera, pupitres, gente de pie. Me escapaba hacia los techos de ese lugar, y muy rápido llegaba a los fondos donde había árboles y edificaciones abandonadas. Desde esa altura, donde ya me sentía mejor, veía un patio con macetas y azulejos, y una puerta de vidrio que daba a una cocina. El día estaba hermoso, el cielo azul, el sol... La interpretación de esos tres lugares, uno del que huía, otro que me salvaba, salvaje, y un tercero, apacible, pero inaccesible, es obvia. Fue un sueño banal. Pero lo recuerdo con cierta gratitud. Sentía un poco de culpa a abandonar al Padre de la Patria, pero no era a él al que abandonaba, sino a su panegírico institucional.

Lunes. Soñé que vivía en un edificio mucho más luminoso y nuevo, y que, en el pasillo, al abrir la puerta de mi departamento, encontraba el paisaje de una mudanza. Lámparas de pie, valijas, paquetes, canastos de mimbre, todo tipo de enseres embalados, y, por supuesto, cajas de cartón con libros. Muy rápido comenzaba a inspeccionar las cajas, encontraba libros que me gustaban y simplemente los robaba. No había moral que me lo impidiera en el sueño. Era algo natural. El domingo parece que Mauricio Macri fue a una casa en Mendoza y dijo “Tengo que estar tranquilo, no volverme loco porque si me vuelvo loco les puedo hacer mucho daño a todos ustedes.”

Lunes. Releo este diario. No sé qué pensar. Lo reescribiría por partes. Sería una forma de canibalismo neurótico obsesivo. (Hay mucho de eso en esta metié.) Leyendo y reescribiendo hasta el fin de los tiempos, trabajando en largas jornadas, encerrado en una burbuja de nada. Muchas veces el error llega de pensar que uno puede decir algo. Los dos linajes, la desesperación y el sentido.

Lunes. Leo una nota de Sebastián Napolitano sobre Lennie Tristano que tiene esta frase: “Nada de melodía, nada de ritmo. Ahora toquemos.” Parece que la dijo el mismo Tristano. No puedo dejar de leerla, de apreciarla. Me gusta repetirla, reescribirla. “Nada de melodía, nada de ritmo. Ahora toquemos.”

Sábado. Durante la tarde, la temperatura llega a los veinticuatro grados. A la noche, salgo desabrigado y me resfrío de una forma atroz. Moco, dolor de cabeza, la imposibilidad de respirar por la nariz, dolores musculares. Así, no puedo leer ni mucho menos escribir.