Libros y Lecturas
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- Escrito por Juan Terranova
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Domingo. Viajamos a Las Heras y limpiamos un poco la pileta. Tenía solo la mitad del agua. Llenamos lo que faltaba. (Siempre es rara, incómoda, una pileta a medio llenar.) Después de almorzar, nadamos. Hacía calor y el agua estaba fresca. Hablé con Pierina de Virginia Woolf. Hablamos de Orlando, y de cómo el periodismo emocional busca resaltar sus breves relaciones lésbicas en vez de analizar mejor sus ideas sobre el amor, el humor y la amistad, el grupo de Bloomsbury y también hablamos de Horace, al que nadie le prestó la atención que se merecía. Le pregunté si le gustaría escribir un libro sobre Virginia y me respondió que le gustaría hacer una película. No oculté mi sorpresa. El pronóstico del clima decía que a la madrugada iba a haber tormenta pero dudamos porque la noche estaba muy tranquila. Cenamos y cerramos y guardamos algunas cosas como la ropa que se estaba secando. Cuando todos se fueron a dormir, me acosté a leer en un colchón en el piso del living. Hacía calor y cerré los ojos sin darme cuenta. La tormenta me despertó. Ya había luz, aunque era muy temprano, y me quedé un rato despierto, sintiendo el viento y viendo los árboles moverse hasta que me volví a dormir.
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Lunes. No me gustaron las primeras páginas de La Ribera de Wernicke. Muchos errores de todo tipo. Un estilo que se podría corregir sin esfuerzo, y ese estilo pobre y previsible se usa para contar banalidades. El personaje se despierta, el sol es vivificante, él se siente vivo, motivado, sale a ver el río, etcétera, etcétera. El diario sigue siendo mucho más potente, asertivo y honesto.
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Lunes. Leo que Nicolas Cage compró el cráneo de un Tiranosaurio Rex y después lo tuvo que devolver. Encuentro un textual. El actor dijo: “Fue algo desafortunado, porque gasté 276.000 dólares en eso. Lo compré en una subasta legítima, y descubrí que había sido extraído ilegalmente de Mongolia, y luego tuve que devolverlo. Por supuesto que debía entregarse a su país. Nunca recuperé mi dinero.” Nunca confies en un paleontólogo mongol, Nicolas, nunca.
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Jueves. De ayer a hoy me quedo a dormir en lo de mi madre. Duermo en la habitación de servicio y me levanto a las seis. Hoy a las siete de la mañana cargamos los libros y cajas con ropa y otros objetos en un pequeño vehículo utilitario. Llevamos todo a la nueva casa y después hacemos otro viaje con sillas y alfombras. La operación termina a las diez y media de la mañana. Sin novedad, como dicen los militares. Hoy vuelvo a la casa de mi madre para mañana repetir el movimiento con los muebles grandes.
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Domingo. Mi madre se muda. Desde hace una semana embala muebles y libros, desarma su cocina, guarda su ropa en valijas. Durante todo ese movimiento, hablamos por teléfono. La inestabilidad la tensiona. En un momento me dice que encontró algunas revistas y otras cosas mías. Me dice que las va a tirar porque no se puede vivir en la nostalgia. Le pido que no las tire. Cuando llego a su casa, las revistas son viejos ejemplares de las Rolling Stone, y hay también un diario en papel, donde alguna vez, hace veinte años, me hicieron una entrevista y una carpeta que tiene mis dibujos de cuando iba al jardín de infantes, muchísimo más vieja. La empiezo a revisar. Está fechada en 1981. Catorce años fui a la escuela normal Número 4 Estanislao Severo Ceballos, antiguo pro hombre de la patria que escribía libros y coleccionaba cráneos de indios. De jardín de infantes hasta el final del secundario. Nunca estuve catorce años en ninguna parte, salvo quizás en el Club Italiano. Los dibujos de la carpeta son, desde ya, infantiles. Hay uno de tema patrio donde dibujé, con mis limitadas habilidades de los cinco años, dos granaderos saludando a la bandera.
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Martes. Volver siempre es difícil. Uno arrastra los lugares en la cabeza, en los ojos y en las manos. Los precios de los libros, imposibles, me empujan a la web. Hoy, almuerzo con Néstor en El Federal. Me comenta de su novela que está terminada, que terminó de escribir hace meses y que, sin embargo, sigue escribiendo. Come media tortilla de papa y cada tanto dice frases geniales. Tiene una que cito de memoria: “Me hablan de tecnología y yo no paro de ver Edad Media en todos lados.” Quedamos en que le voy a mandar unas preguntas para una entrevista. Me hace con muecas una refinada lectura de El matemático nocturno de Chiesa. Cierra con un “qué bárbaro.”
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Jueves 28 de diciembre. Día de los inocentes. Cumplo cuarenta y ocho años. Ayer vimos Greyhound con Tom Hanks. Esta también ya la había visto y me volvió a parecer excelente. La proyectamos en la biblioteca. Tom serio, concentrado, entrando y saliendo del puesto de comando del buque... Buen clima, buen guión. Un cine clásico que siempre se impone. ¿Por qué? Porque necesitamos volver a contar esas historias. Después de las doce me cantaron el feliz cumpleaños. Hoy, una mañana casi sin viento, así que aproveché y salí a sacar fotos. Al mediodía, en el almuerzo, otra vez el feliz cumpleaños. El mayor Greca quiere que me hagan una torta. “No la voy a hacer yo porque no tengo idea cómo se hace” me dijo. Para mañana está agendado el vuelvo de vuelta. Los pilotos dicen que va a ser a la tarde. Hay optimismo. Pero no me quiero hacer la idea de una salida mañana porque la posibilidades de que se caiga el cruce son muchas. Veremos. Como fuere, sería muy lindo salir mañana y llegar a Rio Gallegos y el sábado 30 ya estar en casa.
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Jueves 21. Hoy, una vez más, paso la mañana en el hangar. Cada vez que voy, logro una parte del rompecabezas que es la vida cotidiana alrededor de los Bell 212. Mientras los helicópteros salieron hacia Base Esperanza y después a Petrel para traer personal y combustible, yo fui hasta la pista y me embarre al punto que desde la torre de control alguien me gritó que no caminara por ahí. A la vuelta me perdí algunas tomas por ir a recibir a David, al vicecomodoro Neumovitch y al mayor Greca que replegaron desde Petrel. Pero después fotografié a todos los Skuas frente al hangar. Hacia las seis de la tarde, dieron permiso para que el personal de la base recorriera la pista y uno del servicio metereológico insistió varias veces para que lo acompañara pero me negué porque ya me embarré a la mañana y quiero estar solo.
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Base Petrel. Jueves 15 de diciembre. Me despierto tarde. A las once bajo a la costa. Una vez más saco fotos, filmo. A la hora llega David caminando desde la casa principal. Me dice que hubo novedades, que hay orden de repliegue para nosotros. Nos parece raro. Caminamos a la largo de la costa hasta que se hace la hora de almorzar y empezamos a desandar camino. Yo le digo que no tengo problema en volver. Pero no soy enfático. (En mi interior la noticia me alegraba aunque también me hace replantearme algunas cuestiones.) Él me dice que se quiere quedar. Durante el almuerzo, el teniente general Sakamoto nos dice que a las tres y media nos viene a buscar el helicóptero.
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Jueves. Después de desayunar, no sé qué hacer, y terminamos saliendo con David hacia la costa. Es el mismo paisaje, casi la misma luz. Un sol prehistórico que fotografié sobre el oratorio. Me adelanté y me estaba aburriendo. Cuando David me alcanzó me dijo que fuéramos más cerca de la costa. La nieve se derretía y yo pensé que cerca del borde podía ser peligroso. ¿Qué pasaba si el hielo cedía y se desmoronaba? Pero el agua del mar se había retirado. Vimos un pequeño borde de un metro de hielo, o un poco más. Salté enseguida al lecho de piedra del mar que estaba seco o cruzado por pequeñas líneas de agua cristalina que hacía una música aguda y humana en tanto silencio. (El agua es humana en la Antártida, se mueve, canta, festeja nuestra presencia.) El mar se había ido con la marea pero miles de témpanos de todas las formas y tamaños había quedado ahí, armando un laberinto blanco.