Libros y Lecturas

Lunes. Compré en una librería digital dos libros pirateados. Invitación a la masacre de Marcelo Fox y Marc la sucia rata de José Sbarra. Arreglé una hora para pasar y fui en bicicleta hasta Devoto. Pocos autos, algunos viandantes por cuadra. Hacía frío. Volví contento. Las tapas de los libros me gustan. Sbarra y Fox, hay algo que los une. Su posición periférica, sus muertes con aire de drama antes que tragedia, su merodeo por los arrabales de la inteligencia porteña.

Lunes. El lento terror de la pandemia y los medios. El cansancio audiovisual. Lo más fácil y abundante de obtener es el Mal, decía Hesíodo. Para mí se equivocaba.

Lunes. La conciencia se transformó en una especie de commodity pero si la querés apurar, la transformás en paranoia y siempre te quedás afuera. Pero ¿afuera de qué? Afuera de la conciencia para empezar y afuera del negocio de la conciencia para seguir. Pero esa opacidad, después de todo, ¿no genera un goce? La paranoia como la droga dura, el estadio superior, de la droga blanda del narcisismo.

Domingo. Hace treinta años la cancillería argentina se conectaba por primera vez a algo que hoy conocemos como Internet y la OMS dejaba de considerar una enfermedad mental a la homosexualidad. Un año después caía el muro de Berlín. Por la tarde, veo un documental sobre Néstor Groppa. Leo algunos de sus poemas en un sitio web. El poeta de provincias, como diría Rojas.

Lunes. Tengo que ir a donar sangre. ¿Voy en bicicleta? El tema es la vuelta. ¿Se puede pedalear después de dar sangre? Así que ayer pensé en tomar el subte. Luego dudé. Cuando llegué a Primera Junta había todo tipo de colas. Parecía un chiste soviético. Todo el mundo estaba afuera y estaba haciendo una cola para algo. Para el banco, para el correo, para la farmacia, para el supermercado. Viajé sin problemas. Después llené un formulario. Una médica me hizo una serie de preguntas y finalmente me sacaron sangre. Volví como fui y en Primera Junta las colas seguían ahí.

Domingo. Desde hace dos días siento algunos mareos. No soy de marearme. Es algo nuevo. Espero que la sensación se vaya sola. Me doy un baño. Tomo un ibuprofeno. Pero sigue. El dolor es más una incomodidad, como una presión en la nuca, que sube hasta la cabeza. Voy a la farmacia a ver si me pueden tomar la presión. Pero los domingos no hay enfermera y la mujer de la caja me da a entender que, en contexto de pandemia, no importan las sospechas hipocondríacas. Hace un gesto de comprensión falso que me sorprende. Si llega un ACV, se verá luego. Intento dormir una siesta. Tomo una taza de té. Finalmente llamo al Hospital Italiano.

Domingo. Hoy Roberto Arlt cumpliría ciento veinte años. ¿Qué habría escrito de haber vivido un poco más? Para mí habría pasado a la televisión. Después del teatro, la tv. Creo que ya lo escribí alguna vez. Habría muerto a los ochenta y ocho años trabajando como productor para el Canal 9 de Romay. ¿O no son artlteanas esas ficciones de la década del 70 y el 80? Si le hubiesen dicho cuál iba a ser el destino de sus libros se habría sorprendido pero enseguida, tomado carrera, habría retrucado “y sí, mirá los perros que escriben ahora. Todos queriendo lucrar, ofreciendo sus prosa melifluas por monedas.”

Lunes. Una viñeta de Isaac Bashevis Singer cuenta que dos judíos se encuentran en una estación de tren. Uno lleva una valija enorme y el otro le pregunta “¿A dónde vas, Abraham?” Y el de la valija responde: “Me voy a vivir a la Argentina” A lo que el primero comenta: “¡Vas muy lejos!” Y el segundo dice: “¿Lejos de dónde?” Es una buena historia, simple y con un buen remate. ¿Por qué me impacta tanto? Parafraseándola podría decirse “estamos encerrados.” Pero ¿encerrados de qué? O quizás aún mejor ¿encerrados de dónde?

Lunes. Disney World suspende sin goce de sueldo a 43.000 empleados. La fantasía está en otro lado. No en la televisión de aire, desde ya. Ahí el monovirus se instala como monotema y todo está en mono. No hay posibilidad de estereo. Aunque, cada tanto, algo nos sobresalta. Los números de muertos son deportivos pero no logramos ignorarlos del todo. Argentina tiene la situación bajo control comparada con otras naciones del mundo. La sensación es de solidez. Por primera vez, nuestra paranoia nacional nos ayuda.

Lunes. No enfrentamos el Apocalipsis sino la continuidad. Pero antes de la continuidad, un parate. Nos detenemos pero no de forma definitiva. De ninguna manera. Todo se detiene, pero por un rato. Y ni eso sabemos con certeza. El movimiento interruptus es más perverso aún que el del final. El de final sería, seguramente, liberador. Y este que vivimos es coercitivo. Vivimos en un acorde disminuido, no hay todavía reposo. Frente a esa tensión, que tiene forma de angustia, si resolveremos en un acorde menor o mayor parece ser lo de menos. La melancolía de un acorde menor, ¿o la fuerza afirmativa de un acorde mayor? La mejor frase sobre la epidemia del coronavirus es de Napolitano: “En el futuro todas las distopías se verán cumplidas porque la realidad es un arte combinatorio.”