Libros y Lecturas

Sábado. Llevó a Carmelo al club a entrenar y puedo leer. Cuando juega un partido, no puedo, tengo que estar pendiente. Hoy el árbitro estaba pifiando y me mandó callar porque le marqué unos errores. Buen clima. Me gusta. El martes pasado, un taller de archivística que daban Soledad y Nicolás en la Casa Museo Ricardo Rojas. Interesante. Hablaron de qué es un archivo, del orden, de las buenas prácticas. Luego noté que había perdido parte de mi diario en mi propia computadora. Las buenas prácticas. Entre los asistentes, unas treinta personas, había una pareja que administraba el archivo de una asociación de magos argentinos. Hablaron de cartas de Fumanchú y también de René Laván. Había una señora que se presentó como heredera de un archivo familiar de alcurnia y dos hombres interesados en preservar la memoria de un club de barrio. Al final entendimos que había dos muchachas de Brasil que no hablaron. Me gustan los archivos.

Sábado. Un noticiero rescata imágenes de un grupo de personas indeterminadas en Lomas de Zamora saqueando una escuela. Se llevaban lo que encuentran. Una tv vieja, una silla, comida de la cocina… Robles: “Al estado de bienestar lo sepultaron varios años sin crecimiento económico. Creo que los celulares ayudaron a que se consolide una oposición. El problema es que los horrores sociales están siempre a la vista. Entonces todo se vuelve ingobernable.” Le digo que coincido. Primero, si tenés teléfono, nada te alcanza. Siempre hay una playa con palmeras inalcanzables. Segundo, ves todo el tiempo la porquería. Te estalla en la cara de forma literal. (La tecnología como una forma de la insatisfacción constante.) En Brasil, mientras tanto, prohiben el uso de Twitter porque atenta contra la democracia, y en Estados Unidos están a punto de prohibir el uso de Tik Tok, si los chinos no abren la empresa a capitales extranjeros. Releo La forma inicial. Para Ricardo Piglia la lectura no se modifica con la llegada de la era digital. Para él, la lectura era el arte de entrar en diálogo con los escritores del alto modernismo. (Kafka y Joyce, siempre, Borges, Macedonio Fernández, a veces Musil.) O sea, solo podía pensar en una forma de leer. Para él, leer era parte de la gran tradición del arte occidental. Para mí, leer es ser un ciruja, un Edipo ciruja, un cartonero, un acumulador. Creo también que Kafka terminó El proceso y El castillo y Max Brod les fue cortando las partes que no le gustaban. (Echo en falta que cuando teoriza sobre la nouvelle, Piglia no hable de El viejo y el mar…)

Sábado. En su número de julio de 1946, Les Temps Modernes publicó una narración de Samuel Beckett titulada Suite. La pieza estaba dividida en dos y, en junio, Beckett mandó la segunda parte a la revista. Pero no apareció en el número siguiente. En una carta breve, fechada el 25 de septiembre de 1946, Beckett se queja con Simone de Beauvoir que fungía en ese momento como editora. ¿Por qué no había salido la segunda parte de su Suite? El estilo de la carta es austero y amable. El malentendido se dio porque Beauvoir miró la segunda parte y pensó que se trataba de la primera, quizás con alguna corrección más. Deirdre Bair, su biógrafa, dice que Beauvoir pensaba que el texto publicado en el número de julio estaba completo. Al parecer, le confesó que el texto “no tenía ni comienzo ni final y el conjunto tampoco tenía ningún sentido.” La carta de Beckett es, como dije, muy breve. Y se lo nota afectado. Después de todo, se trata de una carta de queja a un editor. Pero es, al mismo tiempo, tan educado y lírico que no puede no ser leída con una sonrisa. En un momento escribe: “Perdone estas palabras grandilocuentes. Si tuviera miedo del ridículo me callaría.” Y después sobre el final agrega: “No se sienta molesta conmigo por esta franqueza. No tiene ningún rencor. Simplemente existe una miseria que hay que defender hasta el final, en el trabajo y fuera del trabajo.”

Lunes. En Internet todo tiende a la pornografía. Se podría hacer un teorema: cualquier espacio llevado al tiempo X, entendiendo por X el tiempo máximo de existencia en la web, se encontrará con su destino pornográfico. Al mismo tiempo, las redes sociales se volvieron la moral de nuestra época. Pornografía y moral en la era de la conexión. Otro personaje contemporáneo: la víctima. La narrativa que despliega es previsible y se permite pocas variaciones. Siempre busca un solo efecto: la piedad y empatía del espectador, nunca su indiferencia o desprecio. En un punto ¿no se trata de un sofisticado ejercicio de chantaje? Es difícil decirlo cuando la víctima –real, constatable– entra en el juego de la victimización. (O cuando el victimario o cualquier otro la acusa de victimizarse.)

Jueves. Entrevisto submarinistas retirados. Vengo a buen ritmo. De golpe, cansancio. ¿Por qué? Sigue el mal clima que empezó el martes. Solo tuve un día sin lluvia, el lunes, cuando llegué. Siempre nublado. Hoy, el mar, muy picado. Jorge se disculpa. Qué lástima este clima horrible, dice. Es verdad que caminar la ciudad se vuelve un poco incómodo. Pero mientras desayuno siento un cansancio general. Dormí bien. Quizás siga un poco dormido. A las once y media, otra entrevista. Ya llevo más de la mitad de las que vine a hacer. Todo va bien. Queda este día.

Sábado. Daniel Gigena me escribe el jueves y me pregunta si le puedo mandar unas líneas sobre Conrad porque se cumple un aniversario. No tengo mucho para decir sobre Conrad, la verdad. Pese a la idea general que se tiene de él, no lo veo como un escritor del mar. Su mejor libro es El corazón de las tinieblas, cuya trama se desarrolla tierra adentro y que la película de Coppola mejora y perfecciona mucho. Leemos a Conrad a través de Borges que también lo mejora. Le sacude el tedio de sus largas descripciones y lo presenta como un observador agudo, cosa que quizás Conrad no fue. A Borges le gustaba porque era polcao y se hizo británico. En un punto me resulta más inglés que los ingleses, más imperialista que los mismos dueños del imperio. Creo que los lectores que tuvo son más interesantes que él mismo.

Lunes. Néstor cumplió años. Le mandé un mensaje. Me respondió: “No sé cuántos años cumplo, Juan. Igual voy a festejar.” Después me recomendó leer La forma equívoca de Chesterton.

Sábado. ¿Nada se pierde? En un futuro próximo todo será revisado, apreciado y desechado. Como siempre.

Lunes. Hoy empiezo unas vacaciones de un mes. No voy al Museo Rojas como estuve haciendo los lunes de este año. A las nueve de la mañana la temperatura en Flores era de un grado con una sensación térmica un poco más abajo. (El invierno del 2024 empezó en el otoño que no fue ni lluvioso ni húmedo, sino muy frío. Cada vez que entro al baño y parece una heladera me acuerdo de Robles diciendo que él prefiere el frío para escribir.) Rojas se entiende del todo, casi de forma definitiva, si se acepta que era masón. No hay pruebas contundentes para decir que lo fue. (Lo cual no quiere decir que no puedan ser halladas, sino más bien que nadie las buscó bien.) Indicios hay miles, empezando por su manera de leer y escribir. Esa filosofía, algo ingenua, derivada sin preocupaciones de un sentido común universal, poco ligada a los avances filosóficos de su época, cierta idolatría de los hombres y sus historias, cierto positivismo residual, cierta amabilidad con el mundo, la fascinación por el orden y los sistemas, los símbolos… En Librería de Ávila, compró el Silabario de la decoración Americana, al que leo como una especie de Almuerzo desnudo indoamericano. Eurindia vendría a ser una especie de Interzonas. (Lo compro porque en las jornadas escuché que ahí cita a Freud y habla de teosofía.)

Jueves. Napo me pasa en pdf unos libros de Friedrich Kittler donde se busca explicitar la relación entre el nacimiento del rock y los saltos tecnológicos de la Segunda Guerra Mundial. Ya intuí algo de eso cuando señalé que los Bell 212 hacen con su motor y sus aspas un sonido que se asocia, casi tanto como su fuselaje y sus puertas, a la música de grupos como The Rolling Stones y Creedence Clearwater Revival. (La empatía es tanta que por momentos me da la sensación de que los golpes de las aspas siguen un ritmo de cuatro cuartos.) La identificación del Bell UH1H Iroquois, un antecesor del Bell 212, con Vietnam es tal que, para muchos, pasaron a ser un sinónimo de esa guerra. La escena se reproduce una y otra vez en series y películas. Los soldados de infantería del Ejército estadounidense, armados con M16, recorriendo pantanos y esperando la extracción salvadora, el Bell que llega en el momento justo desde el cielo, bajando en el aire húmedo de la selva.