A veces, lo que no se nombra tiene más relevancia que lo que se hace explícito. Así sonó que el Presidente no mencionara ni una sola vez, ayer, a Cristina Fernández, la dirigente que lo ungió en el cargo, a pesar de que la tenía al lado.

Pongamos las cosas en su lugar.

No es verdad que Cristina haya reprendido a Alberto Fernández en el famoso video del “reto” que se volvió viral. Solo le estaba indicando que una parte de la ceremonia terminaba en ese instante.

Lo que sí es verdad es que Cristina hizo un gesto de desaprobación cuando el Presidente anunció la reforma judicial. Así como celebró las referencias contra quienes se beneficiaron con la fuga de capitales.

También es verdad que Fernández debió haber nombrado al gobierno de Cristina cuando describió cómo funcionan los sótanos del poder, el vínculo del espionaje con los jueces, y la manipulación de las estadísticas oficiales y el INDEC.

Y también debió haber hecho mención no solo a la pesada herencia de Mauricio Macri, que por cierto es agobiante, sino también a la de Cristina Fernández, de la que él mismo dio cuenta una y mil veces.

El Presidente nombró a Raúl Alfonsín, a Néstor Kirchner, a Juan Domingo Perón, y a Manuel Belgrano. Escribió de su puño y letra un discurso que expresa su verdadera ideología.

Su afirmación de que este será un gobierno de científicos y no de CEOS es parte del catálogo de buenas intenciones con el que le habló a la base electoral que todavía lo mira con desconfianza.

Su promesa de colocar una bomba imaginaria en Comodoro Py y designar más de 50 juzgados para diluir el desmesurado poder de 12 magistrados es encomiable. Todavía falta saber cómo se implementará.

Poner un límite a los formadores de precios y remarcadores de precios solo puede generar adhesiones. Solo basta saber si funcionará.

Su intención de empezar a saldar la deuda con los qué menos tiene por ahora es solo eso: una buena intención.

También habrá que ver si, en su afán de hacer equilibrio para no caer de la cornisa, en especial en el tema del aborto, el jefe de Estado no terminará quedando mal con Dios y con el Diablo.

Alberto Fernández fue uno de los principales redactores del primer discurso de apertura de sesiones ordinarias de Néstor Kirchner. Siempre pensó que, en estos casos, uno le habla a la historia.

Que no puede darse el lujo de ser otro.

Si tuviera que aventurar porqué Fernández no nombró ayer a Cristina, diría que lo hizo para no volver a traicionarse.

Para no tener que criticarla.

Y también para enviar una señal a los propios y a los ajenos.

Una señal que dice: habrá otro Alberto después de solucionar el tema de la deuda. Y habrá cosas que el nuevo Alberto ya no tolerará más.

Ojalá.

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