(Columna publicada en Diario El Cronista Comercial) En los últimos meses los argentinos asistimos a un operativo político para tratar de instalar al ex ministro de Economía Roberto Lavagna como el hombre providencial para sacar a la Argentina del atraso, y terminar con la agotadora maldición de la llamada grieta.

Alentado por empresarios de medios como Jorge Fontevecchia, y por encuestadores que antes no lo registraban lo hacen aparecer con una intención de voto de cerca del 15%, Lavagna, un hombre inteligente y muy reflexivo, se deja arropar, esperando "el milagro". Es que solo se presentará si el espacio que él integra, Alternativa Federal, lo unge como candidato indiscutido y referentes del socialismo y radicales "independientes" como Margarita Stolbizer aceptan sus condiciones inamovibles. Esto implicaría que dirigentes como Sergio Massa, Juan Manuel Urtubey y Miguel Angel Pichetto, por supuesto, resignaran sus sueños y sus ambiciones.

Por encima de las chicanas que poco aportan a la discusión, desde su aparición en sandalias con medias, la idea de que es demasiado viejo para hacerse cargo de un país tan complicado, su egocentrismo, su soberbia y sus presuntos vínculos espurios con el Grupo Techint, lo que importa de verdad son dos debates. El primero: si la exitosa experiencia como ministro de Economía de la primera parte del gobierno de Néstor Kirchner puede ser traspolada de manera automática a la situación actual. Y la segunda: si Lavagna va a garantizar la continuidad de las investigaciones judiciales que ya consiguieron enviar a la cárcel a casi 200 ex funcionarios y empresarios acusados de delitos de corrupción.

De Lavagna, hasta ahora, se conocen sus críticas a la política económica de este gobierno. Desde la decisión de endeudarse de manera excesiva hasta el manejo del tipo de cambio, al que considera errático y desastroso. El ex ministro insiste con que la verdadera política económica es la que define claramente cuál será la postura del Estado ante el endeudamiento externo. Pero poco se conoce sobre su plan de salida de la recesión y el ingreso al círculo virtuoso del crecimiento económico. Lavagna no cree ni en el concepto del ajuste ni en poner solo el acento en reducir el déficit fiscal. Solo recuerda que cuando todavía era ministro de Economía, se registró el superávit más alto de toda la historia de la Argentina.

También insiste en que Cristina Fernández luego lo despilfarró, a pesar de que gobernó, durante buena parte de su primer mandato, con el precio de la soja récord, y condiciones internacionales excepcionales. Lavagna afirma ahora que el actual gobierno no tiene una política autónoma porque asume la del Fondo Monetario Internacional, que solo apunta a estabilizar el tipo de cambio sin prestar atención a la inversión, las exportaciones y el consumo. Lo que todavía Lavagna no dice es cuál es su propuesta concreta ¿Sólo renegociar el acuerdo con el Fondo? ¿Volver a congelar las tarifas y retornar a los subsidios, la
importación de gas y el control de precios que tantas veces fracasó?

Lavagna anticipó, palabra más, palabra menos, que no hará campaña alrededor de los hechos de corrupción. Que él fue echado del gobierno de Kirchner por denunciar la cartelización de precios en la obra pública. Que instruyó una investigación para que Defensa de la Competencia tomara causas en el asunto. ¿Esconde la decisión de Lavagna la intención de pescar votos de la "tribu kirchnerista", cuyos fanáticos sostienen que la expresidente es víctima de una campaña de difamación? Lavagna tiene una visión muy particular sobre el asunto, que todavía no hizo pública en detalle. Se pregunta cuántos de los empresarios y ex funcionarios que pasaron por Comodoro Py terminarán presos. No le gusta para nada la manera que eligieron el fiscal Carlos Stornelli y el juez Claudio Bonadío para tomar declaración a los imputados. Destaca que él hizo lo que tenía que hacer cuando era ministro y no con tres o cuatro recortes de diarios de los que se sirven los denunciantes profesionales para pedir que se investigue la corrupción. Su postura pude ser muy respetable, pero terminará definiendo muchos de los votos que Lavagna busca.

Ya se sabe que Mauricio Macri cuenta con alrededor de un 30% de seguidores fieles que están dispuestos a elegirlo, más allá de los graves errores que cometió. Ya se sabe también que la ex presidenta tiene el mismo caudal de votantes. Lo que todavía se ignora es si el 20% de quienes votaron al Presidente y ahora están desencantados apoyarían la mirada del ex ministro de Economía sobre los casos de corrupción que sigue investigando la justicia.

Así como Macri tiene la mochila del prejuicio de hombre rico que gobierna para los ricos, el peronismo siempre fue sospechado de proteger a sus dirigentes acusados de corrupción y otros delitos. El Presidente lo sabe. Por eso, en el inicio de las sesiones ordinarias del Congreso, los desafió a "sacarse la careta". "Que digan de qué lado están" los emplazó, a quienes se oponen al decreto de necesidad de urgencia para recuperar la plata sucia de la corrupción.