(Columna publicada en Diario El Cronista Comercial) El gobierno cometería un error estratégico si confunde el impacto positivo que tuvo el llanto de Mauricio Macri en la gala del Colón con votos a favor en la elección de octubre próximo. También se equivocaría si compara el éxito de la Cumbre del G20 con el impulso que le dieron a la administración de Cristina Fernández los festejos del Bicentenario. El contexto es diferente y la economía también. Además, a fines del año del Bicentenario irrumpió otro suceso que termino de transformar a la ex presidenta en imbatible: la muerte de Néstor Kirchner, su viudez, al mismo tiempo que se empezaba a recuperar, de manera ostensible, la economía real.

Lo que sí se debería valorar es el trabajo concreto para el suceso internacional más importante en la historia de la Argentina. Desde la logística hasta la seguridad. Desde el papel de bastonero del Presidente hasta la influencia del país anfitrión en el documento final. Tampoco se debería dejar de lado los momentos de improvisación como el tiempo que lo dejaron esperando a Emanuele Macron y las humoradas del propio Macri, llamando la atención por la diferencia de estatura de los cancilleres. A esta altura el Presidente debería darse cuenta que hay miles de cámaras tomando cada uno de sus gestos las 24 horas, y que no puede darse el lujo de comportarse como si estuviera en el jardín de su casa.

Pero los resultados concretos de la Cumbre, en materia política y económica no podían ser mejores en el contexto de la grave crisis económica argentina. No lloverán inversiones pero si habrá ayuda concreta del exterior para proyectos de infraestructura. Los nuevos acuerdos para exportar casi todos los cortes de carne a los EE.UU. y el compromiso de los organismos financieros internacionales para financiar parte de las PPP tampoco deberían ser minimizados. También la foto debería servir para confirmar que, eventualmente, cuando se planifica y se pone toda la energía en el objetivo, las cosas también pueden salir bien, aún en un país tan deteriorado y fragmentado como la Argentina. Algunos funcionarios que participaron de los trabajos de la Cumbre junto el jefe de Estado la comparan con el último G-20 en Hamburgo, donde no solo hubo disturbios que la empeñaron. Tampoco se logró un documento de consenso, más allá de lo protocolar. Otros funcionarios se atrevieron a oponer la organización y la seguridad con el papelón de hace más de una semana, cuando unos piedrazos al micro de Boca impidieron que se jugara del superclásico.

Ayer le preguntaron al Presidente cuál de las dos argentinas es la real. Y Macri respondió: "las dos coexisten". Les recomiendo a los lectores que lean la columna de ayer firmada por el periodista y escritor Jorge Fernández Díaz, en La Nación, titulada "La alarmante lumpenización de la Argentina". Que la complementaran con el artículo de Fernando González en Clarín llamada: "Macri, en la montaña rusa emocional". Que le dieran el toque final con la columna de humor de Alejandro Borensztein "¿Es esto la Argentina?". Así nos ahorraríamos mucho tiempo y energía y no confundiríamos un buen logro con la certeza de lo que debería empezar a hacer para que este país empiece a cambiar de una buena vez. No será de la noche a la mañana. Y quizá las próximas generaciones no vayan a experimentar ni siguiera los efectos positivos en esta vida. Pero colocar las cosas en perspectiva quizá ayude a focalizar su acción aquí y ahora.

Cuando la inflación ha tocado a su pico, rompiendo el récord de 1991 y los efectos de la recesión en el empleo y la pobreza se están empezando a sentir como nunca en la calle. Bien podría ser interpretado el llanto de Macri como un desahogo un poco más profundo que la emoción que le disparó el emotivo espectáculo de Argentum y los artistas y bailarines gritando Argentina/Argentina, mientras Angela Merkel se acercaba a él para felicitarlo y contenerlo. Quizá se estaba aflojando después de casi un año, cuando su imagen empezó a desplomarse hasta los veinte puntos menos que tiene ahora mismo, y con una oposición todavía fragmentada pero dispuesta a hacer casi cualquier cosa para volver al poder. En efecto: hoy la carroza ya terminó de convertirse en zapallo y hay que seguir lidiando con los problemas urgentes, y los de fondo también.