(Columna publicada en Diario La Nación) El desafío que se autoimpuso el Presidente Mauricio Macri es más ambicioso y difícil que ganarle a Cristina Fernández, o conquistar definitivamente el conurbano bonaerense. Intenta, nada más y nada menos, que romper un sistema de prebendas, privilegios, quioscos e impuestos distorsivos que abarcan a empresas, sindicatos, la política en general, algunos de los jueces federales y hasta los docentes que se resisten a ser evaluados. Incluso la particular manera que tiene el jefe de Estado de plantarse frente a las 170 personas que asistieron al CCK el lunes pasado es, en cierto sentido, desafiante.

A los convocados, Macri los ubica en el 3 por ciento de los argentinos de mayor poder adquisitivo, con ingresos por encima de los 180 mil pesos mensuales. Y los contrasta, por cierto, con el resto de los trabajadores formales del país, cuyo salario promedio apenas alcanza los 20 mil pesos. Los visualiza viviendo en los barrios más caros de la ciudad de Buenos Aires, como Recoleta, Barrio Parque, La Isla, Barrio Norte o en ciertos espacios cerrados de la provincia de Buenos Aires. Aunque se cuida de no meter a todos en la misma bolsa, dice que la mayoría de ellos ya "están hechos" y que tendrían la capacidad de subirse a un avión y volar a Miami en el caso de que el país explote de nuevo, como sucedió en diciembre del año 2001. Se encuentran, por supuesto, entre lo más granado del círculo rojo y los conoce a casi todos. Además, sostiene el Presidente, que casi todos funcionan igual: le piden una reunión, le prometen apoyo, pero cuando la cita termina lo único que buscan obtener es alguna ventaja que favorezca sus intereses particulares. Que el país explote de nuevo por los aires, sostiene Macri, es una posibilidad que no habría que descartar.

De todas las críticas que le hace la oposición, hay una que no rechaza. Al contrario. La comparte: cree que el país no puede vivir mucho tiempo más con este nivel de endeudamiento. Hay que empezar a bajarlo, afirma, casi al mismo ritmo que la inflación y que el déficit fiscal. Lo que sorprende, en todo caso, es su decisión consciente de marcarle la cancha a todos los sectores, en simultáneo, y de manera frontal. El primero, en todo caso, es su propia familia. Y la evidencia más clara, es la detención de Julio De Vido. No solo el propio ex superministro estuvo convencido, hasta último momento, que su amenaza de abrir la boca e involucrar al padre, el primo, y el mejor amigo del Presidente en negocios sucios, podía hacer que Macri levantara el teléfono para evitar que De Vido fuera preso. También esperaban que la sangre no llegara al río algunos miembros de su mesa chica con vínculos en Comodoro Py. ¿Fue el Presidente el que instruyó, por lo bajo, a las fuerzas de seguridad para que todo el país se enterara que iban a meter a De Vido preso?

Desde lo más alto del Poder Ejecutivo sostienen que se trató de una determinación del juez. Y que incluso fue decisión del magistrado que el exsuperministro no fuera fotografiado ni filmado con casco y con chaleco y que tampoco lo esposaran con las manos hacia atrás, como "a los ladrones de gallinas" sino hacia adelante, y tapadas con una prenda de vestir. Como sea, el día que lo detuvieron, Macri estuvo en la Quinta de Olivos, cumpliendo con su agenda, más preocupado con la presentación de las reformas que por el destino del cajero de los Kirchner. De hecho, ni siquiera el triunfo electoral y la demanda social de que sean juzgados, condenados, vayan presos y que devuelvan la plata las figuras más desprestigiadas de la oposición sirvieron para cambiar su opinión respecto de la situación procesal de Cristina Fernández. Macri piensa que los jueces deben actuar con celeridad pero también con mucha responsabilidad. Que tienen que apurar el comienzo de los juicios orales y establecer cuánto antes las condenas. Pero que la justicia federal no se puede dar el lujo de hacer con la expresidenta lo mismo que hicieron con Carlos Menem: detenerlo por un ratito, alojarlo en la casa de un amigo y liberarlo cuando bajó la espuma social. Por lo menos a la mitad de los fiscales y jueces de Comodoro Py los tiene bajo observación. Muchos de ellos, con nombre y apellido, forman parte de la lista virtual de los famosos 581, 592 o 584 a los que mandaría a la luna. Al que no incluye en la nónima fatal es al presidente de la Corte Suprema de Justicia, Ricardo Lorenzetti. Macri ya le dijo a la diputada nacional Elisa Carrió, más de una vez, que no cree que Lorenzetti sea un hombre dañino. También le explicó que, desde su perspectiva, el presidente del máximo tribunal ha contribuido a garantizar la gobernabilidad.

Los que sí forman parte de la lista son los sindicalistas que se oponen a la reforma laboral, los jueces laborales a quienes considera beneficiarios y cómplices de la industria del juicio y a los empresarios que se niegan a competir y que reclaman constantemente la protección del Estado. ¿Tiene ahora el poder suficiente como para doblegarlos? A los interlocutores que antes de las elecciones de octubre le pedían que gobernara en serio, él les respondía que le faltaban votos. También les explicaba que, además, precisaba contenerse, para que no se le despertara "el indio". Pero es una verdad relativa, porque mientras tanto estuvo haciendo lo que más le gusta y lo que mejor le sale: arrinconar a sus adversarios políticos y "corporativos" y colocarlos en un lugar de extrema debilidad, e incluso muy cerca de la cárcel. La readaptación del convenio laboral de la industria lechera que firmó Héctor Ponce, secretario general de la Asociación de Trabajadores de la Industria Lechera, es una muestra acabada de cómo se mueve el Presidente. Ponce se sentó a acordar porque comprendió enseguida que los negocios paralelos que había firmado con Néstor y Cristina no podían continuar. Y porque temió un final parecido al de Omar Caballo Suárez o Juan Pablo Pata Medina. Ahora ese mismo pánico es el que lo persigue día y noche a Cristóbal López y también a su socio, Fabián de Suoza. López ya intentó dos veces tirarle por la cabeza el "muerto" que representan las más de 150 empresas del grupo Indalo a dos candidatos. El primero fue la familia Terranova. El segundo, un fondo de inversión OP Investments, administrado por el empresario Ignacio Rosner. Es curioso que se haya anunciado oficialmente la venta porque Cristóbal no tiene la autorización ni de la AFIP ni la del juez Julián Ercolini para desprenderse de sus activos. López quiso hacer la gran Sergio Szpolski: arrojarle la papa caliente a cualquiera que tuviera la fantasía de poder sacar adelante un negocio inviable sin la ayuda espúrea del Estado. A Szpolski no le fue tan mal. Se desprendió de Tiempo Argentino y Radio América, se los cedió a un oportunista acusado de mil y una estafas llamado Mariano Martínez y todavía no está preso. Ciertos analistas han querido ver, en la jugada de Cristóbal, un supuesto intento del oficialismo de quedarse con un medio crítico, y transformarlo en un instrumento al servicio del nuevo gobierno. Pero Macri juró una y mil veces que no le interesa en lo más mínimo. "Si ganamos las elecciones con tipos como Víctor Hugo Morales y Roberto Navarro diciendo barbaridades sin la más mínima prueba ¿para qué necesitaríamos periodistas oficialistas diciendo todos los días que somos buenos y bonitos?", le adjudican haber dicho.

¿Macri quiere "exterminar" políticamente a todos? Aclara que no. Que busca seducir a los empresarios para generar riqueza, convencer a los políticos para que dejen de hacer negocios y lograr que los sindicalistas comprendan para dónde va el mundo. En eso consiste su intento de "transformación cultural".