(Columna publicada en Diario La Nación) "Cristina Fernández ganó en la provincia de Buenos Aires y Cambiemos se impuso a nivel nacional".

Este podría ser, palabra más, palabra menos, el título de los diarios del lunes 14 de agosto, horas después del cierre de las PASO, si se proyectaran las tendencias de las encuestas más serias hasta el día de hoy. Se impondría por un par de puntos, nada más. Pero quedaría primera. Números casi idénticos tienen en su poder tanto los jefes de campaña de la ex presidenta como los de la coalición oficialista.

Debajo de los títulos de las noticias siempre aparecen las explicaciones y los detalles. Entonces, la lectura y el sesgo dependerán del medio y, en última instancia, del periodista que lo escriba. Por lo tanto, ese lunes, el próximo 14 de agosto, unos destacarán que la candidata se impuso por casi nada y quizá agreguen: "aunque no está dicha la última palabra." Otros amplificarán la victoria de Cristina o la derrota de Cambiemos en la provincia más grande y relevante de la Argentina. Usarán, tal vez, la palabra "invicta" o el término "invencible". Algunos otros, más cerca de la mirada del gobierno nacional, aventurarán que en octubre Esteban Bullrich podría dar vuelta la historia, con la ayuda del voto "del miedo" a lo peor del pasado.

Lo que ni Mauricio Macri ni María Eugenia Vidal, ni Marcos Peña ni Jaime Durán Barba podrán evitar es, en principio, el alto impacto negativo que tendrá semejante título. Para el gobierno y para Cambiemos; dentro y fuera del país. Impacto negativo que podría repercutir, incluso, en la economía real, en las finanzas, los inversores extranjeros y los mercados (a menos que los mercados, el círculo rojo o como se llame, den por descontado que las PASO funcionarán como la primera vuelta de un ballotage).

Tampoco podrán evitar los líderes del PRO, si se produce este resultado, el aluvión de "sensación de supremacía" arrolladora que van a proyectar Cristina Fernández y sus seguidores. Ni hablemos, desde ya, del espíritu de revancha que sobrevolará la sociedad durante las primeras horas posteriores. Además, desde el punto de vista simbólico, esa derrota parcial representará, por qué no, la idea de que Cambiemos no fue capaz de frenar a una fuerza política que parecía por lo menos desorientada en diciembre de 2015.

También pondría en cuestión, sobre todo, la idea de si el Presidente tiene lo que hay que tener para administrar con éxito un país en los dos años que le restan de mandato. Todo eso y mucho más podría suceder si, como algunos temen y otros sospechan, Cristina se impone aunque sea por una mínima diferencia.

¿Tiene Cambiemos manera de evitar que esto suceda? Sí. ¿Cómo? Tratando de dar un fuerte giro en la campaña. Intentando convencer a la opinión pública, cuánto antes, que perder por poco dentro de veinte días podría ser tan desastroso como caer derrotado en las elecciones propiamente dichas, dentro de tres meses. Para decirlo en lenguaje electoral: transformar agosto en octubre. Convertir el domingo 13 de agosto en el domingo 22 de octubre sin esperar que el leve viento a favor de la economía o la ruleta rusa de Comodoro Py le den el último empujón a Bullrich para ganarle a Cristina. Anticipar el juego. Provocar un efecto parecido al tuit de @juancampanella cuando, el 13 de octubre de 2015, antes de la primera vuelta de las últimas elecciones presidenciales, escribió: "Solo hay dos melodías, kirchnerismo y Cambiemos. Todo lo demás es ruido. Votá en primera como si fuera ballotage. O puede no haberlo". Todavía nadie midió de manera científica el impacto de esos 130 caracteres del director de El secreto de sus ojos y Metegol en aquella competencia electoral. Tampoco se sabe si Campanella sigue pensando lo mismo o si, como le adjudican, cree que la mejor manera de que Cristina no vuelva es votar por 1País. Pero sí se podría aventurar que las máximas figuras de la coalición gubernamental necesitarían un poco de esa misma medicina, la de hacer pasar a agosto por octubre, para alertar a los votantes que todavía no se decidieron.

Hay, en estos días, dirigentes territoriales de Cambiemos que se la pasan haciendo cuentas para saber, de verdad, donde están parados. Dice uno de ellos, quizá uno de los que más conoce el paño, que Cristina Fernández tiene una diferencia de más de medio millón de votos sobre Esteban Bullrich en la tercera sección electoral. Agrega que, donde "gobierna" Verónica Magario, la intención de voto de la ex presidenta tocaría el 50 por ciento. Que para empezar a emparejar la competencia en toda la provincia, el equipo de Vidal tendría que repetir o mejorar el desempeño de Cambiemos en la última elección. En especial, en distritos muy populosos como Bahía Blanca, Mar del Plata y La Plata, sin descuidar el interior, donde, según él, ya se empezaron a notar los primeros brotes verdes del tenue crecimiento.

Aunque los principales candidatos de Macri parecen respetar a rajatabla el manual de procedimiento y las sugerencias de los "coaches" de evitar la discusión sobre la economía y centrarla en la corrupción, las segundas líneas ya empiezan a sentir que la fórmula parece no alcanzar para garantizar el triunfo. Sin embargo, el Presidente hace rato que lo entendió: la única manera de ganarle a Cristina, si las estadísticas de Jaime Durán Barba y Santiago Nieto no mienten, es pescar en el mismo río en que lo hace Sergio Massa. La duda es cuándo y cómo. ¿Cuándo? En la última semana antes de las PASO, porque es en el tiempo en que quienes todavía no se interesaron por la campaña empiezan a prestar más atención. ¿Y cómo? A través, primero, de los medios masivos, con la correspondiente réplica en las redes sociales. ¿Cuáles? Facebook es la preferida de Cambiemos porque cumple con los requisitos del manual básico de cómo convencer a quienes responden a la categoría de "voto blando", según Durán Barba. Facebook es igual a comunidad de intereses, familia y amigos. Grupos de personas que son influidas por las opiniones de su entorno laboral o el deporte que los vincula. Cuando el asesor ecuatoriano deja de provocar y empieza a hablar en serio, se entiende mejor porqué cree que los discursos políticos tradicionales ya no penetran en los electores de este tiempo. Él dice que es más determinante la opinión de un compañero de oficina o de un pariente directo que de un candidato hablando por la tele.

El problema que tiene ahora mismo Cambiemos no es haber "inflado" por acción u omisión a Cristina, bajo el supuesto de que se le ganaba relativamente fácil. La principal desventaja es que la cabeza de lista de Unidad Ciudadana está haciendo una campaña inteligente. Una campaña que parece no quitarle un voto y que incluso le habría servido para subir levemente su techo en las últimas semanas. No grita. Ni siquiera levanta la voz. No concede reportajes. Su rostro no aparece ni siquiera el los spot cedidos por el Estado a los partidos políticos. Se quitó todas las joyas y los adornos brillantes que tanto irritan a casi todas las clases sociales. Se mostró ajena (en público) al centro de la discusión sobre el pedido de expulsión de Julio De Vido. Ordenó a su tropa bajo cuerda que usaran como argumento por la negativa la defensa de la Constitución. Sus incondicionales, como Diana Conti, usaron además el concepto "cortina de humo" para explicar que la movida de Cambiemos tenía como único objetivo ocultar el ajuste y la pérdida de puestos de trabajo. Se muestra, en apariencia, dispuesta a escuchar. Se exhibe como la vocera de "las víctimas" de la política económica de Macri. Si aterrizara mañana en Argentina alguien que no la conociera, la confundiría con una monja de la congregación de la Madre Teresa de Calcuta, Misioneras de la Caridad.