(Columna publicada en Diario La Nación) No hay una sola manera de hacer una entrevista a un presidente. Y mucho menos si es el presidente de la Argentina, un país donde la grieta y los especialistas en hablar sin saber dominan cualquier discusión, sin importar los argumentos. No hay una sola manera de hacerle una entrevista a un presidente, y menos si ese reportaje es para la televisión abierta, un medio que tiene reglas propias, en donde un gesto o una inflexión de voz pueden significar cosas muy diversas y contradictorias.
El diálogo que mantuvo Mirtha Legrand con Mauricio Macri generó una fuerte polémica por varias razones. Pero la discusión más interesante fue a partir de la columna de Ricardo Roa en Clarín de anteayer. Roa tuvo la audacia de pasar por alto la mirada prejuiciosa de "la corporación" periodística para asegurar que Mirtha había "sobreactuado". Dijo que la conductora funcionó como una votante de Cambiemos desilusionada. Recordó que Legrand se había adjudicado mérito en la victoria electoral de Macri. Fue más filoso todavía cuando destacó el hecho de que la actriz usó la mesa familiar de la quinta presidencial de Olivos para interrumpir la conversación con el Presidente y la primera dama, Juliana Awada, con la lectura de publicidad no tradicional (PNT). Roa informó también que el Presidente recibió a Mirtha sin libreto previo y sin conocer por anticipado los temas a tratar o la lista de preguntas, y recordó que eso era algo que casi siempre exigían Néstor Kirchner y también Cristina Fernández.
Nunca pudimos entrevistar a Cristina en su condición de jefa del Estado. La última vez que lo hicimos fue antes de 2003, cuando era senadora. La invitamos a La cornisa después de insistentes pedidos de Miguel Núñez, en la época en que el kirchnerismo necesitaba exposición. Después, nos hicieron saber que ella no había quedado conforme, esperaba que se le concedieran más tiempo y un tratamiento más exclusivo.
A Kirchner, como presidente, lo entrevistamos en dos oportunidades: la primera fue al cumplirse el primer año de su mandato; la segunda, más o menos, un año después. Siempre se mostraba muy interesado en saber, por adelantado, qué era lo que le iban a preguntar. Durante los dos primeros años de su gobierno, Kirchner aceptó a regañadientes que no era propio de un jefe de Estado intentar condicionar así a un periodista. De hecho, él mismo, cuando lo terminamos de reportear por primera vez como jefe del Estado, nos dijo que se había sentido algo incómodo, pero enseguida lo atribuyó a la falta de costumbre. El segundo diálogo público no tuvo un final feliz. Lo interrumpió de manera abrupta cuando le preguntamos por qué todavía no había cumplido su promesa de someter a control parlamentario los fondos reservados de la SIDE. Fue la última conversación que nos concedió para la tele. También fue el principio de la ruptura de un vínculo que hasta entonces había sido respetuoso y fluido. La última vez que hablé en persona con él tuvo la delicadeza de anticiparme que no tenía ningún problema personal conmigo, pero que su estrategia política requería cortar cualquier tipo de vínculo profesional. No fui el único "afectado" por esa decisión. Algo parecido hizo con muchos colegas a los que antes había recibido en varias oportunidades.
Eduardo Duhalde, mientras ejerció la primera magistratura, jamás intentó sonsacar qué le iban a preguntar, tampoco lo hizo Fernando de la Rúa. El pasado 12 de marzo el presidente Macri nos recibió en la quinta de Olivos junto a productores y camarógrafos. Delante de ellos, me preguntó cuántos minutos de aire pensaba darle a la conversación. Respondí que dependía del valor de sus respuestas. Nos aclaró que era para saber si debía contestar corto o largo, no pretendió averiguar sobre qué íbamos a hablar. Durante la nota, intentó dar por terminada su explicación sobre los casos de sospechas de corrupción poniendo todos los casos en una sola respuesta. Eludimos su intención con varias repreguntas. Una sobre cada caso: el Correo, Avianca, Odebrecht, Arribas, su padre, su amigo Nicolás Caputo y su primo Ángelo Calcaterra. Cumplimos lo que nos habíamos fijado antes del encuentro: ser incisivos, pero no irrespetuosos; no interrumpir, dejar que termine de contestar; hacer las preguntas que interesan a la mayoría de la gente y repreguntar. Consideramos que esto es lo mínimo que cualquier lector, oyente o televidente espera de un periodista.