(Columna publicada en Diario El Cronista Comercial) El jefe de gabinete, Marcos Peña, pronunció, en el cierre del encuentro de voceros del Gobierno, realizado en el CCK, las dos palabras que cada tanto suele repetir el presidente Mauricio Macri en la intimidad: "Nos subestiman". Lo que no hizo Peña es dar a conocer el pensamiento completo que ambos defienden cuando los atacan desde Cambiemos y también desde lo que ellos consideran el "círculo rojo" de los formadores de opinión. Lo que sienten ellos tampoco es distinto a lo que opina, cuando habla en serio, el asesor Jaime Durán Barba. Todos piensan no solo que los subestiman, sino que es mejor que así sea. "Que crean que somos naif, torpes o directamente unos idiotas. Mejor. Cuánto más por debajo del radar estemos, menos atacables o vulnerables vamos a terminar siendo".

Sucedió durante la última campaña presidencial. Todos los "sabiondos" daban por descontado que el candidato del Frente para la Victoria sería el sucesor de Cristina Fernández. Primero daban por hecho que ganaría en primera vuelta. Luego, los más necios, para no admitir su error, vaticinaban, hasta último momento, que el ex gobernador de la provincia ganaría en la segunda. Las teorías políticas previas que desarrollaban parecían perfectas. Decían que era imposible que un partido vecinalista le ganara a la máquina electoral más perfecta del mundo, denominada peronismo. Argumentaban que no había manera de penetrar en el conurbano, por más que la candidatura de Aníbal Fernández fuera piantavotos. Se preguntaban cómo María Eugenia Vidal podía ganar la gobernación si no había, a lo largo de la ruta 2, ni un cartel con su imagen, llamando al voto de Cambiemos.

Sin embargo Peña no recuerda solo eso. También recuerda, igual que Macri y Durán Barba, que la mayoría de los dirigentes más políticos de PRO intentaban convencerlos de concretar una alianza con el Frente Renovador, de Sergio Massa, para asegurarse un triunfo en primera vuelta, o una segunda vuelta más cómoda. En esa instancia, el ahora jefe de gabinete intentaba explicar lo que para la mayoría del ala política era inentendible. Peña, pero Macri también, repetían que un pacto con el ex intendente de Tigre no solamente no era beneficioso, sino que terminaría siendo negativo. El funcionario, con las encuestas en la mano, sostenía que un acuerdo con Massa no haría más que diluir la identidad "amarilla". Y que si se empezaban a desdibujar por algo tan central como la identidad terminarían perdiendo votos de todas las fracciones. Macri lo terminaba de explicar en términos personales ¿Por qué voy a hacer una alianza con alguien que no me inspira confianza?

El final de la película es archiconocido. La fórmula Macri-Gabriela Michetti le ganó al binomio Scioli-Carlos Zannini. Por un par de puntos, pero ganó. Y ganaron "solos". Sin Massa. Sin carteles ni pegatinas en la mayor parte del país. Ayudados por una aplicación que se podía bajar desde el celular y que reclutaba miles de voluntarios por día. Convocando actos a través de facebook y gastando menos dinero que Scioli y su sospechado equipo de campaña. Peña ahora considera que está pasando lo mismo, pero con la comunicación oficial.

Que el círculo rojo, o los analistas tradicionales, quienes comparten una "vieja manera de pensar", no entienden la diferencia entre "la obsesión que tenían Néstor y Cristina por los periodistas y los medios" y el intento de "participar de la conversación de la gente" que practican los voceros oficiales. El equipo del jefe de gabinete dice, y con cierta razón, que la mayoría de los medios se obsesionan con cosas que a la opinión pública parece no interesarle demasiado. O, en todo caso, parece no afectar su vida de manera concreta, o en lo inmediato.

Un buen ejemplo, podría ser, la pifiada del Presidente cuando contó a un grupo de periodistas argentinos que le había propuesto a la primera ministra británica Theresa May encontrarse cuanto antes para hablar de soberanía. Los diplomáticos argentinos saben de memoria que, para no arruinar cualquier intento de diálogo con sus pares británicos, nadie debería pronunciar, hasta dentro de muchos años, la palabra soberanía. Pero a Macri se le "escapó" igual que tampoco calibró su respuesta ("no tengo idea") a la pregunta de cuántos desaparecidos había en la República Argentina. "Los medios hicieron mucho ruido con la gafe de Mauricio. Sin embargo la tan meneada metida de pata no figura entre las preocupaciones de la mayoría de la gente esta semana", me explicaron.

Peña, que no habla nunca por hablar, sino con las encuestas de comportamiento en la mano, tiene, en efecto, la ventaja de la subestimación para encarar el presente y el futuro. Pero tiene, también, unas cuántas desventajas. La primera es que cosechó unos cuántos éxitos y ningún fracaso. Esto quiere decir que todavía no perdió ninguna de las grandes apuestas que hizo y eso lo podría hacer pensar que es infalible.

La segunda es que es muy difícil equiparar la comunicación de campaña con la comunicación de gestión. Lo que para las campañas de Horacio Rodríguez Larreta en la ciudad, Vidal en la provincia y Macri en el país pudo haber sido innovador e imbatible, para gobernar, en un país donde existen no una sola grieta, sino varias, y esparcidas en decenas de grandes temas, no resulta tan fácil de medir cuál es el nivel de efectividad de la comunicación.

Algunas señales pueden servir para analizar el fenómeno con cierto rigor. El gobierno había apostado a no hablar de la herencia recibida, y en un momento se vio obligado a hacerlo, porque parecía que el mundo se venía abajo. Apenas empezó a gobernar, Macri puso el horizonte del segundo semestre como una fantasía de esperanza y bienestar que todavía no llega y eso generó ruido y cierto desencanto en los mismos votantes del Presidente.

La pésima implementación del aumento de tarifas sin una explicación sencilla de cómo y porqué se debía hacer sí o sí y en la dimensión que se hizo no se lo puede considerar, en todo caso, solo un error de comunicación. Quizá haya sido, aunque nadie lo diga en voz alta, pura responsabilidad del jefe de Estado. Pero para saber si el jefe de gabinete y sus voceros están haciendo bien su trabajo habrá que esperar a las elecciones del año que viene, cuando se defina parte de la suerte del futuro del gobierno y del país.

Si para octubre de 2017 la economía repunta y la administración es capaz de contagiar optimismo con la ayuda de las estadísticas, todas las críticas, las subestimaciones y los susurros por lo bajo que presentan a Peña como una especie de Maquiavelo de la mesa chica quedarán disipados entre los festejos, los globos amarillos o del color que elijan entonces para lograr "la cercanía" y la "empatía" de los viejos y nuevos votantes. Entonces Peña podrá decir, una vez más: "nos subestimaron. Y se equivocaron".