La Política

Mauricio Macri y Juntos por el Cambio quedaron a mitad de camino. No pudieron instalar, por la vía del convencimiento, un cambio cultural. No lograron estabilizar ni hacer crecer la economía. Los avances en las investigaciones de los escandalosos casos de corrupción son mínimos y dependen, ya no de un sistema transparente, sino de la voluntad de los jueces.

La decisión de Alberto Fernández de quitar un punto de coparticipación a la Ciudad para emparchar el conflicto con la policía bonaerense tiene el perfume de lo peor del peronismo. El Presidente lo hizo a las apuradas, y casi a traición, más para complacer a la vice Cristina Fernández y al gobernador Axel Kicillof que como la meditada solución de un hombre de Estado a un problema estructural. Además de inconsulta y prepotente, la respuesta oficial es peligrosa.

Argentina parece en estado de anomia. Anomia significa desorganización social como consecuencia de la falta de las normas sociales o el incumplimiento de ellas. Por ejemplo: a las tomas, el gobierno ¿las alienta o las condena y las castiga? Y en todo caso: ¿qué parte del gobierno hace qué? ¿Acaso Juan Grabois, que las justifica y las alienta, no es parte del oficialismo?

Ayer, en La Cornisa, tuvimos la oportunidad de hacer un programa histórico: pudimos desarmar, en vivo, una compleja y sucia operación judicial y mediática que tenía por objetivo meternos presos. No es que nosotros seamos tan importantes. El problema está en la operación propiamente dicha. La denominamos “Operación Pirincho” por el alias de una periodista de América TV al que le adjudicaron vínculos espúreos con un ex agente de inteligencia.

Si la reforma judicial que impulsa Cristina Fernández se aprueba, también dará comienzo una curiosa forma de impartir justicia: armando causas con pruebas inexistentes por parte de fiscales y jueces ideologizados. Es decir: funcionarios judiciales capaces de pasar por encima de la ley con tal de complacer a sus amos políticos, que siempre los tendrán bajo amenaza de destitución.

La cuarentena era una palabra que, al principio, todos los argentinos pronunciábamos con orgullo porque representaba el sinónimo de la lucha contra el COVID-19. Empezó a ser sospechada cuando parte de la oposición argumentó que el Presidente y el gobierno se habían enamorado de la palabra y de la medida también. Hubo algunos infectólogos, cercanos al oficialismo, que la defendieron y la militaron, y hubo otros especialistas que advirtieron, también desde el principio, que se trataba de una herramienta sin repuestos, y que cuando se gastara no se podría usar más.

Juntos por el Cambio discute ahora los límites que le quiere poner a la prepotencia del gobierno. Es decir: los límites a la vicepresidenta Cristina Fernández, a Máximo Kirchner y al presidente, si es necesario, también. Si lo que anuncian en privado no es jueguito para la tribuna, es probable que los diputados Mario Negri y Cristian Ritondo y el senador Naidenoff se planten y no renueven el compromiso de seguir con las sesiones virtuales del Parlamento.

Durante todo el fin de semana no dejaron de preguntarnos: “¿Por qué Cristina Fernández, si es progre y de izquierda, banca a Sergio Berni, que es más de derecha que Patricia Bullrich, y encima machirulo, y una mezcla de Rambo con el Hombre del Rifle?”. La respuesta es sencilla: la vicepresidenta está pensando en las elecciones legislativas del año que viene.

El presidente le dijo ayer al Financial Times que no cree “en los planes económicos.” Hubiera sido bueno preguntarle: “¿Y en que cree?”. Al periodista del diario británico le respondió que cree en “metas que podamos establecer nosotros mismos para que la economía pueda funcionar para alcanzarlas”. ¿Pero qué significa eso exactamente? Ya bastante difícil es saber que piensa Alberto Fernández sobre cuestiones tan serias como Venezuela, el Memorándum de Entendimiento con Irán, el funcionamiento de la justicia y las políticas tributarias.

A punto de ingresar a una nueva etapa de la cuarentena, se supone que más flexible y soportable, el Presidente tiene que empezar a gobernar. En especial, para evitar un nuevo avance de Cristina Fernández, quien parece cada vez más disconforme con su gestión y el desempeño de varios ministros. La nueva embestida, otra vez, sería contra el jefe de gabinete, Santiago Cafiero. Ni bien se declaró la pandemia, dirigentes de La Cámpora lo habían comenzado a atacar.