Adiós al gran Tom Lupo. Me queda el mejor recuerdo de aquellas tardes-noches radiales que compartimos. Fue en el año 2000 cuando fui columnista de su programa en Feeling 100.7. El director de la radio (a quien le llevé una idea y me llamó) me había pedido una columna semanal de tecnología y cultura digital para su horario. Pero a Tom no le interesaba mucho la temática, entonces en mi espacio hablábamos de cualquier tema, menos de tecnología: actualidad, cultura, política, música y a veces un poquito de lo digital.

El primer día no logramos un buen ida y vuelta, pero ya para el tercer encuentro estábamos muy en tono y teníamos una gran conexión. Empecé cómo columnista una vez por semana, luego dos, y finalmente eran tres veces y me quedaba todo el programa.

El ciclo duró hasta que el dueño de la radio (el hijo de Alejandro Romay) decidió hacerla una emisora solo musical, y levantó casi toda la programación con conductores y periodismo.

Tom quedó sin aire hasta el 2002 cuando llevó su programa a una FM de radio Nacional.

Me lo encontré por la calle (en la esquina de esa emisora en Lavalle y Maipú) y me propuso volver con la columna: “Volvimos”, me dijo con tono victorioso. Yo estaba con otras cosas, tenía algunos proyectos personales y entonces le dije que no. Luego pasó el tiempo, pasaron las instancias de la vida, y ya no nos cruzamos más.

Dos recuerdos:

Uno. Siempre llegaba al estudio con varios libros: todos subrayados, y con papelitos que marcaban fragmentos de poesías o párrafos destacados, que luego leería al aire. Eran sus libros, eran sus anotaciones y eran las líneas que cada día seleccionaba para sus oyentes. Gran amante de la poesía y de los mayores autores de todos los tiempos.

Dos. Una tarde llegué a la radio y él todavía no había llegado. Era raro porque siempre estaba un rato antes de comenzar. El productor me pidió que comience solo y así lo hice. Entonces entró. Estaba muy resfriado. Congestionado por completo. Le pregunté si se sentía bien, y me dijo que estaba regular. Le dije que se debería haber quedado en la casa. Y su contestación fue categórica: “nunca en mi vida he faltado a mi programa de radio. Nunca desde que empecé”. Amaba la radio y sabía hacerla cómo nadie.

Un dato al margen. En la radio yo había acordado con el director que si conseguía un auspicio, íbamos 50 y 50 con la emisora. Era la época del nacimiento de muchas punto com, y ese fue mi objetivo para conseguir sponsor. Luego de varios meses y de infinidad de llamados telefónicos, conseguí que una tienda digital que pisaba con fuerza (submarino com) evalúe mi propuesta.

Lo había convencido a Tom y me acompañaría a la entrevista. Sin embargo fue justo en esa semana del fuerte resfriado. Lo fui a buscar a su departamento en Caballito, y desde el portero eléctrico me dijo que lo disculpe pero que estaba con fiebre. Igualmente fui solo y me fue muy bien. Eran tiempos económicos muy duros, previos a la crisis del 2001. A la semana siguiente llamé a submarino y me dijeron que todo marchaba de la mejor manera. Me entusiasmé mucho, porque sería buen dinero y podría cobrar por una tarea que hacía con mucho gusto, pero gratis.

Lamentablemente no ocurrió lo que esperaba. Diez o quince días después se levantó la programación casi completa. Muy enojado por la situación, nunca volví a contactar al potencial sponsor ni a la persona con la que hablé en la empresa. Sin embargo, uno o dos meses después con mucho disgusto descubrí que el único programa que se había mantenido al aire en la programación, se había quedado con la publicidad de submarino. Era el programa de Bebe Contepomi. Fin de la historia.

Buen viaje querido Tom.