Navegar el Riachuelo es un hecho extraordinario. Y lo es porque en la actualidad está prohibido hacerlo sin permiso especial. Solo pueden surcar esas aguas las embarcaciones que disponen los organismos que gestionan el saneamiento ambiental de la zona. Una acción que comenzó a partir de un fallo de la Corte Suprema y que obligó al estado a iniciar esa ambiciosa tarea en el 2008.

Hace algún tiempo, a inicios febrero de 2024, tuve la oportunidad de subirme a una de esas lanchas de la entidad Acumar para navegar una pequeña parte de los más de 50 kilómetros del del río Matanza Riachuelo. Y desde esas aguas en proceso de limpieza tuve la posibilidad de observar huellas de la historia de la ciudad, de localidades del conurbano; y al mismo tiempo, de nuestra historia como país. 

Porque claro, el Riachuelo durante muchas décadas fue prueba y muestra del nivel extremo al que puede llegar la contaminación de un río, en Argentina y en el mundo, ya que llegó a ser uno de los más sucios del planeta. 

En aquellos años de pura contaminación (por ejemplo en los 80 y los 90) pasar por allí, al cruzar el puente Pueyrredón hacia Avellaneda o recorrer la costa desde el barrio de La Boca, significaba sentir olores nauseabundos y observar aguas oscuras y muertas llenas de basura a la vista. Fueron muchos años de inconciencia y falta de control. Descargar sobre el río desechos industriales sin tratamiento (con metales pesados incluidos), o liberar aguas cloacales clandestinas, o tirar y amontonar basura y suciedad de todo tipo fueron prácticas muy comunes durante demasiado tiempo. 

Entonces aquel río quedó prácticamente abandonado y librado a lo que venga. Y sus kilómetros navegables en zonas urbanas o periurbanas se convirtieron en entornos detenidos en el tiempo, que se vivían y miraban de lejos o con malestar y resignación. 

Es por eso que el Riachuelo aún está lleno de huellas de una ciudad que ya no existe, de un conurbano de hace mucho y de edificios urbanos que quedaron detenidos en épocas pasadas. Conserva fragmentos abandonados de esa historia que pasó. 

También hay muchas muestras de lo nuevo y de lo que ha cambiado. Por empezar en la zona de CABA y Avellaneda ya no hay olor y el color del agua es más natural, entre marrón y verdosa. Aún son aguas contaminadas pero no tanto como para emanar olores horribles, y lo que es más importante, comienzan a recobrar la vida y su naturaleza. Igualmente falta mucho por hacer en el extenso recorrido, y muchas familias por relocalizar, ya que se busca que a lo largo de la cuenca la costa cuente con 35 metros libres de edificaciones y asentamientos. 

Desde la desembocadura al serpenteante recorrido

La navegación primero llegó hasta la desembocadura del majestuoso Río de la Plata. Ese río amplio y marrón que nos lleva a pensar más en un mar que en un río. Allí están el inicio del Riachuelo con los grandes barcos, y las edificaciones viejas y nuevas del puerto de Buenos Aires. Por supuesto también está el puente de la Autopista a La Plata, que es una de las primeras señales del avance del tiempo.

Más adelante en la navegación apareció La Boca y sus matices. Una costanera preparada para el turismo con bares y museos (como el de Benito Quinquela Martín o el Proa) y a lo lejos las casas más modestas y coloridas, del barrio que cuenta con el equipo de fútbol que suma a la mitad más uno de todos los hinchas del país. 

Por supuesto en esa parte gana protagonismo el puente Nicolás Avellaneda (o los dos puentes) con su estética industrial y su esqueleto metálico e inmenso. 

Allí también se descubre el transbordador (que en este momento no está en funcionamiento) y que durante épocas pujantes del país utilizaban los trabajadores para cruzar el río desde la Isla Maciel (Avellaneda) hasta la Boca para sumarse a las labores diarias de tantas industrias que funcionaban en la zona. Esas son las primeras huellas de un país que ha cambiado. Hoy lo potencial y promisorio en el barrio lo ofrece el turismo y las posibles perspectivas inmobiliarias, y mucho menos las plantas industriales o de servicios, como eran los frigoríficos.

Luego en el recorrido llegamos a Barracas. Y desde el Riachuelo se ven justamente las viejas barracas. Grandes galpones que se utilizaban para almacenar mercaderías y productos para embarcarlos hacia otros destinos o distribuir en la gran ciudad. Desde las calles del barrio no se ven tan imponentes como desde el río. Porque son enormes. 

Las primeras barracas se construyeron a inicios del siglo XVIII y tenían como objetivo recibir a los barcos con esclavos que venían desde Africa, pero luego se convirtieron en depósitos de variadas áreas de producción. Muchas de esas edificaciones aún están a la vista desde el agua: reflejan la era de mayor apogeo industrial del país. Hoy en su mayoría están vacías y a la espera de recuperar alguna utilidad, en el nuevo entramado productivo de la ciudad y el conurbano.

En esa instancia del recorrido también se puede ver uno de los edificios más antiguos de la ciudad de Buenos Aires. Es la barraca Peña, que cuenta con un proyecto de preservación y protección, y que en sus orígenes estuvo destinada a la actividad lanera. En una parte del complejo funcionaba una vieja pulpería, anterior al 1800, que en su planta alta tenía un pirigundín o prostíbulo. El edificio, pese al deterioro y al paso del tiempo, aún está en pie y está proyectado recuperarlo. 

Luego también están los diferentes puentes que permiten cruzar de Avellaneda a Barracas, que con menores dimensiones, también exponen los esqueletos metálicos que remontan a tiempos pasados. Muchos de esos puentes en su origen eran levadizos, porque cuando la zona era un foco urbano pujante e industrial, a determinadas horas del día se levantaban para que pasen muchas lanchas de diferentes actividades productivas que circulaban por la vía navegable. 

Lamentablemente ninguno hoy puede utilizarse de esa manera, porque en épocas recientes se le sumaron a sus bases caños de gas que impiden esa movilidad. 

En uno de esos cruces, el Bosch, ocurrió un fatal accidente el 12 de julio de 1930 que causó la muerte de 56 personas. Un tranvía que había partido desde Temperley a las cinco de la mañana, y que finalizaba su recorrido en Plaza Constitución de la ciudad de Buenos Aires, terminó en las aguas del Riachuelo. 

Llevaba a varias decenas de trabajadores, y por la niebla el conductor no pudo ver a la distancia que el puente estaba levantado. A pocos metros de llegar se dio cuenta de la situación, intentó frenar el coche pero no pudo. Por la corta distancia no fue posible y todos cayeron al agua en pleno invierno. 

Un coloso a la vera del Riachuelo

En homenaje a los trabajadores que en 1945 cruzaron el Riachuelo para ir a apoyar a Juan Domingo Perón, en 2013 se instaló en la orilla sur del Riachuelo del lado de Avellaneda, y al costado del Puente Pueyrredón, un monumento de 15 metros. Se lo llama el coloso de Avellaneda, es una escultura gigante retrofuturista de los artistas Alejandro Marmo y Daniel Santoro, que se ha convertido en uno de los nuevos íconos a la vera del río. En el recorrido de navegación se lo puede apreciar en todo su esplendor. 

Otra imponente obra de arte que se ve desde las aguas del Riachuelo es el mural en homenaje a Benito Quinquela Martín de Alfredo Segatori. Está del lado de Barracas y es uno de los más grandes del mundo. Obras artísticas monumentales para descubrir desde el Riachuelo y que mezclan los tiempos que corren con los que ya pasaron. 

Luego de atravesar varios de esos puentes, las vistas desde el río comenzaron a hacerse más periurbanas. Del lado de Avellaneda se destacan varios edificios reciclados y conservados: viejas construcciones que fueron renovadas para albergar dependencias públicas con destinos diversos. En tanto también allí comienza la zona fabril, o lo que fue en alguna época un rincón pujante e industrial, que reflejaba la economía en marcha de todo un país. Allí también se inician las postales de lo que alguna vez fue, y ya no es. 

Por ejemplo una vieja planta aceitera, enorme y de muchos pisos, que está abandonada y en grave proceso de deterioro. De hecho algunas lozas ya están caídas o derrumbadas. En tanto, muy cerca de allí también está la planta de la empresa Siam, actualmente en actividad y que expone un edificio de objetivo industrial con las características de modernidad y tecnología de estos días. Todo se mezcla, nuevo y viejo, para la vista de todos y desde las aguas del Riachuelo.

En esa misma zona, pero del lado de la ciudad de Buenos Aires, la imagen es menos diversa y más contundente. Allí se ubica el asentamiento o la villa 21 24. Una urbanización irregular de grandes dimensiones y extensión con sus características propias y con un crecimiento urbano desordenado. En ese espacio es en donde Acumar todavía busca relocalizar familias para poder dejar los 35 metros entre la costa y la construcción, que la sanidad de las aguas exigen.

Justamente en este rincón del Riachuelo es en donde apareció una de las huellas del pasado que más me impactó. Allí donde está ubicada la 21 24, en la vera del río es posible observar parte de un viejo (viejísimo) muelle de madera. A la guía y al conductor de la lancha les pregunté por el origen de esa estructura. Y según me dijeron, son la única parte que queda en pie de un viejo puerto de frutos que existía en esa zona de Barracas. Es decir que en donde hoy hay un inmenso asentamiento, a principios y mediados del siglo XX funcionó un puerto al que llegaban muchas barcazas de río arriba con frutas para distribuir en la ciudad. La huella de aquel puerto me generó sorpresa pero también me permitió viajar a esa vieja ciudad.

En esa misma zona, el Riachuelo comienza una curva pronunciada que avanza de forma circular. La geografía por allí se asemeja mucho a algunas partes del delta del Paraná. Y del lado de la provincia, en esa especie de isla o bahía que delinea el río, funciona un estadio de fútbol (el Saturnino Moure).

Finalizada esa curva, el marinero nos indicó que no se podía continuar la navegación porque el río estaba bajo y había riesgo de encallar. Por lo tanto retornamos a la plataforma de Acumar en Avellaneda. 

En una hora aproximadamente pude navegar por primera vez el río Riachuelo Matanza, pero a su vez descubrir una ciudad que no viví y fragmentos de una historia que vale la pena recordar. Tal vez en algunos años el río finalmente esté saneado y mucha gente comience a navegarlo. Para darle nueva vida a todos esos rincones, sin olvidar y preservar todos los fragmentos de memoria que acumula en su geografía.

Escrito por Sebastián Di Domenica