Pesito por pesito: la recomendación de la mayoría de los especialistas en finanzas personales señala que los asalariados deberían ahorrar entre un 10 y un 20 por ciento del dinero que generan todos los meses. Para de esa manera amasar un fondo especial o extraordinario. Un capital ahorrado y separado para  afrontar urgencias o imprevistos, o para lograr metas y objetivos a largo plazo (comprar un bien mueble o inmueble o desarrollar un proyecto anhelado).

Sigue la idea de aquella frase tan utilizada y repetida en épocas pasadas y que afirmaba que el "ahorro es la base de la fortuna". Pero claro, ese famoso refrán es muy viejo, y está muy lejos de la Argentina de 2022, en la que a una gran parte de los asalariados le cuesta llegar a fin de mes con el sueldo.

Debajo del colchón, no!

La inflación y el progresivo retraso del poder adquisitivo han hecho cada vez más complicado ahorrar, o destinar ese mencionado porcentaje de los ingresos a amasar un fondo. Además a aquellos a los que les es posible juntar algo a fin de mes, les surge la gran duda: ¿cómo no perder en el intento?.

Porque mantener los pesos debajo del colchón significaría degradar el valor de lo que se juntó, en menos tiempo del necesario para lograr algún objetivo esperado.

Y entonces vuelven las recomendaciones de los asesores financieros: "hay que diversificar e invertir en muchas cosas, y no solo en una". Pero otra vez aparecen dificultades porque faltan elementos para analizar y evaluar riesgos. Al final todos van a lo mismo: algunos dólares o el plazo fijo (porque no queda otra). En general la gran mayoría se queda afuera de otras opciones más riesgosas, porque requieren de algún conocimiento.

La realidad es que ahorramos cada vez que podemos. Porque es un valor en nuestra memoría y en la historia del país. Y lo hacemos en la medida en que  sea posible. Incluso con el stockeo de productos de primera necesidad, como el papel higiénico. A la espera de tiempos más prósperos. O mejores para nuestros  golpeados pesos.

Pospandemia

A este escenario se sumó el factor pospandemia. Pasamos meses encerrados y dos años completos en riesgo de muerte. Y si sobran algunos pesos, más vale disfrutarlos ahora, es el pensamiento.

Recitales agotados, restaurantes llenos o requeridas escapadas varias, reflejan esa actitud espiritual y también económica.

Recuerdos de 2001

Aún está muy fresca en la memoria de aquellos que la vivieron. Y para los más jóvenes, que no la vivieron, pero que lo saben por lo que le contaron sus padres o por las diferentes películas que la reflejaron.

Allí está el personaje de Ricardo Darín en "La odisea de los giles" cuando le dice a su compañera y a su socio, antes de lanzar un proyecto en noviembre de 2001; "¿qué puede salir mal?".

Bueno, es así. Las cosas salieron mal. Y afectó en primer lugar a los ahorristas argentinos.

Aquella gran crisis contaminó la idea de ahorro para los argentinos. Porque incautó los pesos y dólares de manera ilegítima. Y pesificó, luego de una década en la que nos hicieron creer que ahorrar en dólares o pesos era lo mismo. Y que un peso era igual a un dólar. Eso no era así. Los dólares eran del norte y solo los pesos, al valor que tienen en el momento en el que están en nuestro bolsillo, son los nuestros.

Cada uno tiene un recuerdo diferente de aquellos meses. En particular yo recuerdo las interminables peripecias de mi hermana para no perder su casa en una fallida operación inmobiliaria, que se concretó en los mismos días en los que transcurría la película "La odisea de los giles".

Mi abuela ahorraba en pesos

No siempre en la Argentina ahorrar o juntar en dólares fue el gran objetivo. Todo lo contrario. Los inmigrantes que llegaron al país construyeron su vida solo con pesos. Con esfuerzo, trabajo y una caja de ahorro.

Tengo muy presente el recuerdo de mi abuela Adelina, que murió hace más de 30 años. Yo era muy chico cuando me cuidaba y ella me hablaba de ahorro. Lo  hacía mientras me cocinaba puré o papas fritas.

Ella había llegado al país de Calabria cuando era una bebé junto con sus padres y hermanos. Escapaban de la pobreza de aquella Italia en los inicios del siglo XX. Y el progreso personal para ella era sinónimo de ahorro. Nada más. Y ahorro en pesos. 

Luego de la muerte de mi abuelo, mi mamá le recomendó a mi abuela sacar sus ahorros de la caja y llevarlos a algún banco que ofrezca algún beneficio. Para dejar conforme a su hija, aceptó. Sin embargo luego de algunas semanas, sin comentarlo, decidió recuperar el dinero para depositarlo otra vez en el banco público de toda su vida. En pesos, por supuesto.

Ahorro, esclavos y un peinado

Es valioso recordar aquí el origen de la palabra ahorro. Tiene relación con la esclavitud. Y con la búsqueda de la libertad. Refería a los valores necesarios que un esclavo debía juntar para comprar su libertad (proviene del árabe, “hurr”, que significa libre o liberar a un esclavo).

Es decir que es una palabra que sintetiza lo que una persona necesita acumular para obtener el valor más preciado de un ser humano: la libertad. Algo que no sabía y que descubrí hace solo algún tiempo.

Hay una localidad de Colombia que se llama San Basilio de Palenque. Es famosa en todo el mundo porque fue el primer pueblo libre de América. Fue fundado  en el medio de la selva hace 300 años por un grupo de esclavos que logró escapar de los esclavistas españoles. En ese momento estaba ubicado en el medio de la nada y resultaba inhallable para el resto, algo que los mantenía a salvo.

Palenque aún existe y sus habitantes son descedientes de aquellos esclavos que lucharon por su libertad. Aún mantienen una tradición: un corte de pelo.

Es un tipo de corte sobre la mota que respondía a dos necesidades. En primer lugar se marcaba en el cuero cabelludo una especie de mapa que les permitiría regresar a Palenque, si se perdían en la selva. Y a su vez armaban en una zona de la cabeza una especie de bolsita con los pelos.

Allí debían poner una moneda de oro, cada vez que abandonaban la aldea, por si eran atrapados por enemigos esclavistas. Y por supuesto el objetivo, otra vez, pagar por su libertad.

Era para una emergencia. Era para preservar el bien más preciado que tenían.

Eran ahorros, tan relevantes para el ser humano antes y hoy también.

Por Sebastián Di Domenica