Una serie española que se puede ver en Netflix, y que se llama Intimidad, invita a pensar y reflexionar sobre la privacidad en los tiempos que corren y que nos tocan vivir. ¿Hemos perdido nuestra privacidad para siempre? ¿Ya no existe ningún lugar en el que podamos estar realmente solos? ¿Qué perdimos al entregar ese valor único de la soledad y la protección de nuestros actos? ¿Cómo podemos defender nuestros derechos? Son algunas de las preguntas que surgen mientras uno mira la mencionada ficción y que yo me hago al mirar con desconfianza mi celular.

Primero fueron las cámaras que se extendieron por todos los rincones. En la vía publica, en los comercios, en las entradas de los edificios. Por seguridad y por vigilancia (y porque fueron cada vez más baratas), desde principios de los 2000, los ojos electrónicos se multiplicaron por todos lados. Es cierto que han servido para resolver muchos crímenes, y para exponer innumerables delitos cometidos en lugares públicos. Pero a su vez se han convertido en la mirada atenta sobre nuestros movimientos. Y lo serán mucho más cuando se mezclen con el uso de la inteligencia artificial y con los nuevos y sofisticados sistemas de reconocimiento.

Pero la avanzada no concluyó allí. Por el año 2010 comenzaron a generalizarse los celulares con cámaras de video, y en poco tiempo todos tuvieron al alcance de la mano la posibilidad de grabar las imágenes de la vida propia y ajena. Y las redes sociales hicieron lo propio para que éstos recortes de las instancias públicas o privadas de las personas se compartan y visualicen de manera imparable. Todos y todas en cualquier lugar comenzamos a ser posible foco de una cámara ajena.

Pero todo empeoró aún más. En un momento nos dimos cuenta que nuestros propios dispositivos tenían cámaras (celulares, computadoras, tablets, etc) y que podían ser utilizadas para registrar movimientos y acciones diarias sin que nos demos cuenta (en muchas aplicaciones lo permitimos al aceptar las condiciones). E incluso que esas imágenes podían circular, tal como le ha pasado a muchas celebridades.

Es decir; en las calles, en lugares públicos, en lugares con amigos o con extraños, e incluso en la soledad de nuestro hogar pero frente al ojo silencioso de nuestros dispositivos, los actos privados propios podrían quedar expuestos ante el mundo.

La serie Intimidad pone el foco en la historia de dos personajes. Una política exitosa y en ascenso, a punto de lanzar su candidatura para ser alcalde de Bilbao, que de repente queda al borde de perderlo todo, por un video íntimo del que es protagonista y que comienza a circular. El otro personaje es una operaria de una fábrica, que ante una situación similar a la vivida por la dirigente, pero en su entorno laboral, vive un verdadero infierno.

En el argumento es clave la figura de la representante de la fiscalía, que remarca la importancia de siempre hacer la denuncia, para no quedar solo ante el daño, para perseguir a los responsables y para contrarrestar los efectos que provocan este tipo de hechos.

Pero la serie deja muy en claro que estamos más expuestos que nunca y que nuestra privacidad/intimidad puede estar en riesgo en cualquier momento.

En la letra constitucional

Las leyes locales sobre estos aspectos se pensaron mucho tiempo antes de la aparición de las cámaras de vigilancia, los celulares, las redes sociales, los algoritmos y la recolección indiscriminada de datos. Por lo tanto, no parecen tener la perspectiva adaptada a los escenarios actuales. Sin embargo vale la pena recordarlas y hacerlas valer, porque son la única vía para preservar nuestra vida de los ojos extraños, y accionar cuando somos víctimas.

En primer lugar se debe señalar que la Constitución Nacional Argentina en el artículo 19 afirma que todos los actos que no sean ilegales, que no afecten al orden público o que no perjudiquen la vida de terceros, "están solo reservados a Dios", afirma. La letra es clara: nuestra privacidad está protegida por la ley y nadie se puede entrometer.

Justamente esa noción, la de la intromisión, es la que utiliza el Código Civil, para describir la invasión a nuestros actos privados o íntimos. Y por supuesto, legisla sobre los posibles daños. Si somos víctimas de un hecho de esas características, en juicio un juez podría evaluar qué daños nos provocó, y ordenar en sentencia al responsable que pague con dinero por esos destrozos.

Pero más allá de esas normativas, es la doctrina la que avanzó en mayor medida sobre la problemática. Allí se detalla que la intimidad es aquella parte de nuestras vidas que ocurre puertas adentro o en un espacio al que nadie debería llegar sin permiso. Por eso es el ámbito vedado a todos los ajenos, y por supuesto, al periodismo. En tanto, la privacidad es un término más ambiguo y amplio. Representa una serie de facetas que pueden ser visibles o conocidas por muchos, pero que la persona decide preservar. Y está en su pleno derecho: su salud, su situación económica o su sexualidad, son algunos de estos aspectos privados.

El jurista Germán Bidart Campos lo describió hace varias décadas de manera brillante, cuando la tecnología actual aún era un sueño por venir: "es el derecho a ser dejado a solas". Una idea clave en estos días y que debería ser comprendida por todos.

Más allá de las cámaras, los celulares, las redes o los sistemas digitales invasivos, si lo deseamos, tenemos derecho a estar solos y preservar nuestros actos. ¿Estamos a tiempo de salvar nuestra privacidad e intimidad? Si, la ley está de nuestro lado. Y se debe cumplir.

Por Sebastián Di Domenica