Es asombroso cómo aún hay gente que cree que lo mejor de lo mejor en poesía femenina, o cuando en tertulia literaria hay que mencionar nombres sobre la mesa como quien coloca barajas, siempre aparezcan dos y siempre dos: Alejandra Pizarnik y la eterna Alfonsina Storni. A veces, los susodichos no alcanzan a recordar ningún poema en particular pero insisten en la influencia de las dos –tal vez por sus dos muertes tan tremendamente románticas-, tal vez producto de leer y releer suplementos literarios donde avalan la elección, en el trono de la poesía argentina con polleras.

Pero es hora de poner las cosas en su lugar. La verdadera poetisa argentina –qué argentina, diría de toda habla hispana- es, sin dudas, Olga Orozco, de quien acaban de cumplirse 100 años de su nacimiento, y tal vez, sea ocasión de elevarla adonde corresponde.

Olga tenía un don: escribía desde los 12. Lo suyo era pulsión vital. Desde su primer libro hasta el último –los poemas que dejó en carpetas, prolijamente numeradas antes de partir a una operación que, sabía bien, no tendría retorno-, Orozco es disparada cósmica. Leerla es asomarse a un abismo. Sus poemas son caídas de cortinas del sueño. Se lee a Orozco como quien cae por un tobogán. Olga tuerce y retuerce, conecta lo inconectable, retrata el dolor, la nostalgia, ese bichito escurridizo llamado alegría, los que ya no están, las cosas que podrían haber sido, todo aquello que quedó detrás de la ventanilla. 

En lo personal, tengo sus obras completas reunidas en un solo libro excepcional, y no puedo avanzar más que a un ritmo de un poema por noche –los leo antes de dormir, pues son puertas de otros mundos que preparan la despegada del cuerpo sobre la cama-. A decir verdad, si no fuera de ansioso y apurado, hay que leer a Olga a razón de una estrofa por día. Recomendar más, sería demasiado, es un goteo que necesita tiempo de asimilación. 

No quiero cometer la intromisión de citar aquí fragmentos de sus obras porque sería como pagar en el verdulero con oro. 

El peso específico de sus poemas, su valor de mercado está en la cresta de la bolsa de valores. Así que, no me vengan con Pizarnik y la Storni. Cada vez que hablemos de poesía, por respeto, por admiración incondicional, empecemos por Olga. No hubo otra como ella. Ni lo habrá en mucho, mucho tiempo.