Ya no es del DT Marcelo Bielsa analizando al detalle obsesivo y transpirado las jugadas de delanteros buscando su nueva adquisición. O el legendario Bilardo, con pilas y más pilas de VHS a fin de estudiar de cerca puntos flojos y fortalezas del equipo rival. Todo eso, tecnología mediante, es cosa del pasado. Ahora hasta los equipos de fútbol usan una herramienta high tech: el big data. 

El éxito del Liverpool, en Inglaterra -, no es sólo mérito y obra de 11 jugadores y un técnico ejemplar, es también mérito y obra de un equipo de científicos –en su caso, dos físicos y un campeón en ajedrez-. El grupete aplica el big data a la compra de jugadores y hasta del técnico. En lugar de ver VHS, como el doctor Bilardo, analizan decenas de miles de jugadas, rendimientos, despliegues, conversiones, eficacia. En fin, todo lo que una máquina hace a velocidad de estornudo. Los capos del Liverpool traen preguntas –qué delantero comprar, qué técnico es el más capaz para sacar al equipo campeón-, y el big data, cual oráculo moderno, trae las respuestas. 

No asusta el avance de la tecnología en todo campo de la vida humana. La aplicación de la info a escala inteligente potenciado por máquinas, está aún en pañales. Lo que da un poco de temor es el retroceso, inversamente proporcional de la inteligencia humana. De la memoria humana. De la concentración humana. 

Delegando su porvenir –hasta en el fútbol-, a la inteligencia artificial, el hombre se rebaja, se resiente, se estupidiza y ya no puede ni siquiera memorizar su propio número de móvil. Los equipos –como el Liverpool en manos de millonarios capaces de pagar el costo- meterán más goles, los consultores pronosticarán con más eficacia resultados de elecciones o vaticinarán con más precisión cataclismos en puertas. Pero mientras tanto, el ser humano, rancio y olvidado, desmemoriado y rezagado, se convertirá apenas en un eterno espectador de su propia caída.