Se evitarían infinidad de problemas si la gente no bebiera. Y si los adolescentes no bebieran más aún. La gente tomaría decisiones con lucidez, con voluntad, con conciencia. Los boliches abrirían y cerrarían más temprano porque, sin alcohol, la gente tan tarde se quedaría dormida.  

Pero, claro es más fácil y menos comprometedor, echar la culpa por la matanza a golpes de un adolescente en Villa Gesell a los valores de tetosterona en el rugby. Pues, sólo basta ver los medios, el ensañamiento social ahora se las tomará de los pelos contra este deporte aguerrido, salvaje, clasista y, cada dos por tres, desalmado dentro y fuera de la cancha.

En el pico del luto, la sociedad toda clamará no solo por culpables, también apuntará a un valor superior. Un, como dicen en policiales, móvil del crimen.  Como en la carambola de una batalla campal de boliche, lo que menos importa son los móviles, hay que apuntar a algo más elevado. No pueden ser sólo un grupo de amigos de copas que comete un crimen –ya los llaman animales-, hay que indagar más profundo. Y en ese viaje desesperado por encontrar móviles que contengan la sinrazón, el rugby es el móvil perfecto. “Son todos salvajes”. “Enseñan la crueldad”. “Son todos machirulos”. No está mal que los rugbiers hagan un llamado a la reflexión y, desde los propios clubes, bajen línea más budista que bonzo. Sin embargo, el telón de fondo del crimen y el desmadre no es la cultura rugby. Es la cultura del alcohol –aún cuando los asesinos, dicen, no estaban ebrios, fotos de la previa en la casa señalan lo contrario-. 

Pero cuestionar al alcohol, en un país como la Argentina, es como cuestionar el asado o los tallarines de mamá. No way. No se negocia. Recortá por otro lado. 

En Estados Unidos, recién se puede beber a partir de los 21 años. Por algo lo harán. Son varios años de diferencia donde las empresas aquí se perderían de ganar millones y millones de pesos, gracias a adolescentes encurdelados en tiempos de viaje de egresados, hervidero hormonal, y desatada de braguetas. Elevar la edad restrictiva de tomar alcohol, es una medida necesaria y urgente para empezar a calmar las aguas. Perderán ganancias muchas empresas con esto. Pero ganarán en paz padres, policías nocturnos, y los mismos jóvenes que, cada dos por tres, en la carambola demencial del alcohol, la ligan. 

Hablemos del alcohol. Hablemos de por qué necesitamos el alcohol. Quitemos de una vez el velo del glamour que le añaden las empresas. El pedo no es canchero. Es boludo. Dejemos de buscar a la pareja de nuestros sueños acodada en barra del bar. Y empecemos a ver nuestra vida, nuestra recreación, lo que queremos hacer con nuestra alma, y la formación de los hijos con lucidez despejada de tecito Cachamay. Así, los diarios se despoblarán de noticias en policiales, y habrá lugar, quizás, hasta para historias de amor. Ese vino loco que no deja resaca.