Ahora, Emir Kusturica acaba de potenciar aún más el mito con el documental, el Pepe, que ya se ve por Netflix. Y así, la vida del uruguayo Mujica, el más romántico de los presidentes latinoamericanos, sigue su ascenso en el inconsciente popular. La gente lo quiere, las redes repiten sus frases cual máximas de Gandhi, nadie duda de que, políticos así, no abundan. Sin embargo, vaya a saber uno por qué, los que lo imitan son pocos. Y sus dichos son repetidos hasta el hartazgo, pero no hay valiente que se atreva a aplicarlos.

El Pepe es irrepetible: un viejo sabio, un presidente que no tocó un mango, un idealista encantador. Mujica reúne aquello que toda la gente quiere en un mandatario: humilde, perfil bajo, inquebrantable, incorruptible. Pero del dicho al hecho, ya lo dice el refrán, no sólo hay un largo trecho. Es tan largo que, a nadie se le ocurre atravesarlo.

El mundo según Pepe, es como el “Imagine” de John Lennon: hermoso para soñar, reconfortante de escuchar, pero, tal como se encuentra la humanidad hoy, de aplicación delicada. Sin ir más lejos, una de las últimas declaraciones jugadas del Pepe propone abolir el delito por consumo drogas. “Yo no recomiendo ninguna droga, al contrario”, dijo en una entrevista para la señal mexicana Televisa. “(Hay que) tener el coraje de legalizar el consumo de coca legalmente, registrar a los consumidores, identificarlos y ahí vamos a tener problemas médicos pero de frente y en vez de gastar en aparatos represivos vamos a gastar en enfermeros.” 

Lo queremos a Pepe, lo queremos tanto que nos vestimos con remeras con su cara, lo ponemos como foto de perfil, lo canonizamos en vida, pero darle un cargo, olvidate.