Si algo nos trajo de correlato imprimir billetes con figuras de animales fue que, al parecer, se devalúan más rápido que aquellos con rostros humanos. Por lo visto, ni siquiera un yaguareté mete miedo y, más temprano que tarde, cae en el mercado igual que un cachorro.

Ahora, sin embargo, que el presidente electo Alberto Fernández anunció que quiere volver a los billetes con rostros de prócer, a algunos se les encendió la alarma: ¿otra vez militares que arrasaron con poblaciones enteras de pueblos autóctonos? ¿Otra vez líderes sospechados de meter mano en la lata? Con tanto revisionismo histórico, ya no se salva ni Sarmiento, y la franja de referentes intachables se achica. La RAE define al prócer como aquella persona “eminente o destacada”, con lo cual, ¿por qué no probar con escritores o artistas plásticos? Ellos también pisaban el palito, pero con bajo impacto social. 

Y qué tal si se considera otra opción: ¿por qué no imprimir billetes que capturen momentos emblemáticos de nuestra historia? El gol de Maradona en el mundial de México ‘86. El debut de Carlitos Gardel. El título mundial de boxeo del legendario Nicolino Locche. El agua hirviendo sobre los soldados británicos durante las invasiones. La gran ventaja que tienen los hechos es que no hay tu tía: son insoslayables, contundentes. Si los personajes, más tarde, hicieron un derrotero descendente con sus vidas, allá ellos. Pero la imagen capturada de ese momento histórico se mantiene intacta, fresca, inolvidable, perfecta. Necesitamos un emblema así para que nuestra pobre moneda local, se haga un lugar entre los grandes billetes y no termine, como tantos otros, como papelitos al viento.