Tras la muerte de ese groso del periodismo llamado Marcelo Zlotogwiazda, se disparó una polémica colateral y menor que, sin embargo, tiene trasfondo tabú. La ligó, pobre él, Luis Novaresio, entrevistador medido, anteojudo y circunspecto. Se le atribuía cierto mal tino por preguntar a Zloto sobre la muerte, en una entrevista dos meses atrás, justo él que luchaba palmo a palmo contra un cáncer de colon que pronto pondría fin a su vida. Más que mal tino: se le achacaba a Novaresio, un tono amarillista y poco oportuno. Como decimos los periodistas: buscaba lágrimas y pañuelito. Lo que se llama sed de rating. Su pregunta fue: “Nos morimos y qué pasa?”

Novaresio, ante la ola de críticas, le puso el pecho a las balas: dijo que, esa pregunta de la muerte, es fija en sus cuestionarios al cierre del programa. Igual le dieron duro. Y eso no está nada bien. Pues, si uno lo piensa con detenimiento: ¿será que uno puede preguntar de cualquier cosa, crímenes, infidelidades, espionaje, corruptelas, pero cuando se trata de la muerte mejor no meterse? Quién lo entiende. 

Osho, el místico indio que hablaba sin pelos en la lengua, decía que depende el hemisferio del planeta que uno vive, tiene su propio tabú. En Oriente, se puede hablar libremente de la muerte, pero de sexo olvidate. Mientras que en Occidente, se habla libremente del sexo, pero de la muerte, ni se te ocurra. El sexo, lo exponemos en horario prime time, somos tan abiertos, tan a la vanguardia, que el kama Sutra parece literatura infantil. Pero la muerte es negra, solemne, protocolar, invisibilizada, injusta. Se habla, claro, de gente que supera el cáncer. Que sobrevive a tragedias. Pero la que sucumbe definitivamente a la muerte, chau. No se habla más. Ce finit. Se vuelve tabú. 

Pobre Novaresio. Le cayeron con todo por algo mucho más profundo. De la muerte de este lado del mundo, no se habla. Y el que habla, que asuma la consecuencias. Y si no, que se vaya a vivir a Oriente.