A la ola de denuncias de abusos de vieja data, que aún siguen como heridas abiertas y deberá resolver la justicia, se le sumó ahora una ola colateral: la de celebridades que ponen, vaya a saber por qué, antiguos trapitos al sol. Allí tiene famosos que nunca vieron a papá. Otros que confiesan a corazón abierto adicciones a las drogas. Otros que perdieron primos, mejores amigos, el tío, otros perdieron a su perro, pobre perro querido, otros sobrevivieron a tragedias, algunas más dramáticas otras no tanto, salideras bancarias, resbalones, mordidas de perro, lo que sea.

Pero todos, indefectibles, famosillos y famosillas muestran lo mal que la pasaron, en algún momento de sus sufridísimas vidas. 

¿Cuál será, uno se pregunta, el objetivo de esta campaña de mostrarse de pronto tan dolidos, tan llenos de traumas de toda índole? ¿Es una forma de ponerse del lado de las víctimas, con el fin de arrastrar la sintonía de nuevos admiradores, o de convocar a la misericordia de productores que, de onda, los pongan en sus nuevas tiras  en horario prime time? ¿Quién gana con todo este cúmulo de confesiones de antaño que sólo provocan primero conmiseración y luego alguito de hastío?

Nadie lo sabe. Nadie lo dice. Nadie lo debate. En tiempos de pañuelitos Carilina, es difícil decir cuándo acabará todo esto, y cuándo las celebridades vuelvan, sin culpa, a sus vidas de burbujas y algodón.