No hay degustación perversa más grande en este mundo que un periodista que ve caer a un ídolo. Lo paladea, disfruta su caída como una peripecia descendente que lo pone casi tan abajo como el propio periodista. Cuanto más elevado el ídolo, el desplome resulta más impactante, más narrativo, más jugoso. Y el periodista se relame.

Los momentos de caídas de ídolos son pocos y por eso, los medios lo disfrutan tanto. Como la caída en desgracia de Maradona, tiempo atrás, detenido por causa de drogas y con los ojos desorbitados. La caída inesperada del imbatible Mike Tyson ante un bufón de segunda llamado Buster Douglas. Y ahora, en menor medida, el desbarranco de ese equipo de colosos llamado Barcelona que cayó cuatro a cero en la Champions League ante Liverpool, y quedó fuera de la final.

Así como los ídolos se inflan, también explotan. Y a Messi, así como le arrojaban laureles ante su paso triunfal por el campeonato –cada vez más récords, cada vez más trofeos-, lo bajaron de un hondazo con memes, insultos en plena cancha, y un sinfín de líneas y horas de aire que le dedicaron los periodistas que se tragan la gloria del ídolo con servilleta, cuchillo y tenedor. Nada más histórico para la prensa deportiva que ver caer a Messi, a Federer o, en su momento, el delirio orgásmico de la debacle del golfista Tiger Woods.

¿Por qué gustará tanto al periodismo ver caer a los consagrados? ¿Somos todos unos perversos sin remedio? ¿Afirmamos que queremos que el campeón siga creciendo pero muy en el fondo, deseamos secretamente su resbalón? Tal vez, es parte de ese espíritu irrenunciable de niño que busca descifrar el truco al mago, la mancha de tuco en el delantal de la maestra, y que, por así decirlo, empareja para abajo.

El ídolo en su caída quizás nos haga sentir que somos todos más iguales de lo que pensamos. Que el héroe no es tan héroe. Y que los derrotados, tenemos una posibilidad de escalar posiciones. O, al menos, el tonto consuelo de que cuando ve retroceder a los que van adelante, le da la impresión de que uno en un momento glorioso, también avanza.