“A mí a esta altura no me da tanta bronca, pero otros compañeros cuando ven a un pibe argentino con una remera con la bandera inglesa, se paran y les dan ganas de agarrarlos a las piñas”. Esto me decía un amigo ex combatiente de Malvinas, como parte de nuestra desmemoria y descuido cotidiano de cada día. En la semana que recuerda nuestra guerra más inaudita –el 37° aniversario-, donde todas las escuelas se visten de luto por pocos minutos, donde alguien da un discurso leído y lejano, donde se revela cada año una nueva historia de atrocidad y heroísmo, es necesario tener en cuenta que todos formamos parte del olvido.

No hay monumento, ni acto político, ni pensión que pueda remediar el sentimiento profundo de todo ex combatiente que percibe que haberse jugado el pellejo no sirvió de nada. El actor Carlos Belloso, también ex veterano, contó días atrás que tras la guerra estuvo un año en cama deprimido. “Y eso que mi estrés postraumático fue más leve que el de otros compañeros”, dijo. Narró cómo pasaba días sin comida. Narró la demencia del frío sin abrigo. La vez que caminó decenas de kilómetros hasta que se hizo un banquete cuando encontró un basural. Miserias humanas imborrables de toda guerra.

Cada vez que veo a mi amigo veterano, siempre suma una nueva anécdota: la vez que unos aviones por poco lo bombardean –y eso que eran aviones argentinos-, la vez que descubrieron tiempo más tarde que el lugar donde solían acampar estaba rodeado de minas terrestres y ellos ni enterados.

Llamar a todo eso estrés pos traumático es nuestra forma de eludir el bulto, sepultar la conciencia social, y medicalizar la historia de 23 mil ex combatientes –se estima 400 suicidios- que, en verdad, deberían servirnos de ejemplo de entrega. Ellos son el legado auténtico de todo eso que contamos y prometemos en nuestro himno nacional que sólo entonamos con fuerza en los mundiales de fútbol.

Los héroes de Malvinas son la contra cara del pillo político que sacrifica el fin común por el fin personal. Los veteranos sacrificaron su comodidad personal, su salud, su vida por el fin común. Un reclamo de soberanía que aún se mantiene abierto. Y un recuerdo presente y doloroso que debemos mantener vivo entre todos. Estrés postraumático, tu tía. El dolor y la derrota no se solucionan con pastillas, se remedian con reconocimiento.