En esta prestigiosa y por qué no célebre columna, en este más prestigioso y más célebre aún portal, nos dedicamos a la opinión semanal de temas sumamamente importantísimos, y dejamos de lado el chusmerío berretón, el sinsentido cotidiano, y muchas veces eludimos la referencia a cosas triviales como el estreno de una película o la salida de una nueva serie.

Por decirlo así: estamos tan abocados en el tratamiento de asuntos tan vitales para el porvenir del ser humano que no encontramos tiempo para dar rienda suelta a la crítica y la reseña, el elogio y el juzgamiento de la serie del mes en Netflix. Pero a veces ocurre, como hoy, el milagro. Pues nos vemos en la necesidad de tratar “Losers”, la flamante serie emitida en Netflix, porque entendemos que es una pieza magnífica de replanteo de paradigmas, de lupa en el caído y de protagonismo en aquel que nunca es protagonista: el derrotado.

Los episodios son más bien breves: no más de 30 minutos. Para nosotros, que nos abocamos al planteamientos de asuntos para el bienestar de la humanidad, es un punto importante pues nos deja tiempo para lo nuestro. Pero Losers vale la pena: no sólo es un viaje al barro de la derrota y la humillación, también es un rescate emotivo de aquellos que, por razones obvias, los medios nunca le dedican ni una mísera línea.

La serie dedica su primer episodio a Michael Bentt, ex campeón del mundo de boxeo, que tuvo una gloria corta y, por supuesto, fueron  más los reveses que las coronas. Más las trompadas y la lona –propia- que los títulos y los aplausos. Michael perdió y perdió mal. Hasta escribió una crónica más tarde sobre lo que se siente que te noqueen.

Lo tendieron en un primer round y le quitaron la corona de un tarascón apenas obtuvo el título. Lo trataron de gil, de estúpido, los canas le escribían multas donde debajo le ponían lo nabo y pussy que lo juzgaban sobre el ring. Y Michael tuvo que lidiar con todo eso. Y con un padre que –él sí metía miedo- lo obligaba a boxear, algo que Bentt detestaba.

Así que cuando fue derrotado, para el mundo era un imbécil, para él fue la gloria. El permiso para salirse del boxeo, la presión de ser campeón y la mar en coche, y dedicarse a otra cosa.

Porque, y esta es la gran lección de Losers- luego viene un excelente episodio de un club de fútbol inglés al borde de la extinción-, ganar no es acumular títulos, palmadas en la espalda, y un nombre en la historia. Ganar es, en fin, hacer lo que uno se le da la gana. Esa es la verdadera victoria.