Que toda persona aporta un granito de arena al mundo –bueno o malo- es verdad de perogrullo. Pero verdad al fin. Aunque, lo cierto es que, más que granito de arena, el aporte que pasó de unidad minúscula a disputa local tiene forma de moneda. La famosa Fontana di Trevi, la magnífica fuente iluminada en Roma, tuvo una disputa sin precedentes. La gente arroja allí, al día, con el fin de plasmar sus sueños, unos 4650 dólares al día en moneditas. Un total de 1.700.000 dólares al año en sueños que vaya a saber si la fuente cumple, pero el rédito que permanece de esa tradición inmemorial es tan tentador que fue motivo de una puja histórica.

Por un lado, la iglesia que destina esa suma a tareas humanitarias en Cáritas. Por otro, la alcaldesa de Roma, Virginia Raggi, quien, en medio de un déficit monumental –millones de euros en rojo- pretendía utilizar esa suma en mantener las estatuas y monumentos de la ciudad y así bajar el gasto público. El pedido de la alcaldesa produjo una reacción vigorosa de la iglesia: “es quitarle dinero a los pobres”, dijeron los voceros en el Vaticano. Raggi, de pronto, se las vio negras: presionada por la iglesia, con su imagen dañada y en un lugar incómodo en la prensa, dio marcha atrás con la iniciativa. Y dijo que todo fue un malentendido. “Nunca quisimos quitarle a Cáritas estos fondos”, explicó. A la Fontana di Trevi hay que sumar la recaudación de otras fuentes romanas no tan notorias pero que igual recaudan lo suyo: entre todas 200.000 dólares. Para calmar ánimos, Raggi anunció que, también esos fondos se destinarán a Cáritas.  Y todos contentos.

La fontana es, por así decirlo, la millonaria más generosa y solidaria del planeta. Todo lo que le llega, lo da, sin esperar nada a cambio. La fuente de 300 años, escenario de la famosa Dolce Vita de Fellini –Marcelo Mastroiani y la bella Anita Eckberg se sumergieron allí en una escena histórica-, seguirá siendo solidaria por siempre.  O, bueno, al menos hasta que la alcaldesa encuentra un vacío legal que le permita atesorar, al fin, esos sueños sin Dios de turistas que creen que el destino se tuerce con una simple monedita.