No los soporto más. La prensa de los asesinos es más potente, intensa y rimbombante que cualquier difusión que uno se le venga a la mente. Hasta la de las estrellas de fútbol.

No hablo aquí de asesino de lesa humanidad, esos que todo el mundo condena. Hablo aquí de asesinos en serie como nuestro super star Robledo Puch. Pasando por asesinos de su propia familia como el odontólogo Barreda, elevado al panteón de macho vengador y revanchista. Y ahora, se venera la figura lánguida, y enigmática de Nahir Galarza, que acabó con su novio en Gualeguaychú y los medios, para el aniversario, cual fiesta patria, le dedican un sinfín de notas. Algunos incluso pelean por tener una entrevista exclusiva donde Nahir muestra sus poemas y su pasión por la literatura. Y ahora, hasta aviva los programas de chismes con un romance carcelario con hijo de narco. Un encanto.

Nos acordamos de los asesinos y hacemos películas con ellos. Y portadas de medios. Pero nadie se acuerda de las víctimas. En un mundo patas para arriba, nos interesa más saber qué música escucha el homicida, o si volvió a enamorarse, que el destino de las familias desechas de los que recibieron el disparo.

El cine y Netflix han vuelto cool algo que es atroz. Han vuelto cancheros a quienes merecen el encierro y el olvido.

Que entre los deseos del 2019, se baje el culto a los criminales. Y empecemos a adorar y hacer películas con los normales: gente que no empuña arma, que no busca venganza, que no quiere envenenar a nadie, deja asiento en el bondi y pretende llevar una vida común y silvestre, en el medio de la hoguera del infierno del mundo. Esé sí es un héroe de película.