En tiempos donde los rockeros locales están de capa caída, denunciados por abusos, apresados y marchitos, la venida de Roger Waters a la Argentina llegó en el mejor momento. Waters hizo de su desgracia no sólo obra artística cumbre, además lo motivó a una cruzada humanitaria a escala global que aún lo tiene como protagonista.

En su paso por el país, se hizo eco de reclamos de familiares de soldados caídos en Malvinas, de madres de Plaza de Mayo y participó, en su estadía en Buenos Aires, de un encuentro pro Palestina. Waters pone cara y firma, pecho y espalda. Sabe que algunas causas son marketineras. Y por otras, se gana detractores. Sin ir más lejos, en su show en Brasil fue durísimo con el electo presidente Bolsonaro y la gente, su propia gente, lo abucheó. Pero Waters es de amianto.

Sabe que, desde hace tiempo, lleva seguridad a todas partes y antes de cualquier evento un equipo de seguridad garantiza que el área esté a salvo de explosivos. De tanto hablar sin pelos en la lengua, se ganó un par de enemigos que lo quieren fuera de la faz de la Tierra.

Sin embargo, desde que perdió a su padre en la guerra, siendo niño, nada puede con él. Hoy, lúcido, creativo, poderoso a pesar de los años encima, Roger sigue siendo un faro en la oscuridad. Un guía de lo que, se supone, era el rock cuando todo comenzó. Rebeldía. Pero también combate por causas justas. Ponerle el pecho a las balas. Y hacer del rock bandera contra todo lo que hay de malo en este mundo. Los rockeros locales tienen mucho para aprender de él. Y nosotros también.